Casas Reales
En busca de la fortuna secreta de Isabel II, la reina milmillonaria
Nadie conoce cuál es el volumen de su riqueza pero se calcula en 400 millones de euros y el patrimonio de la Corona, en 14.300 millones de euros
Dicen que cuanto mayor es tu fortuna, menos interés muestras en hablar de ella. Si realmente el silencio fuera una unidad de medida sobre un asunto tan mundano, el que impone la Reina de Inglaterra sobre sus posesiones e ingresos indicaría una cifra colosal. Nadie conoce exactamente cuál es el volumen de su riqueza y se impone el secreto oficial sobre las rentas anuales que recibe por su patrimonio. Muchos de sus compatriotas no entienden esa discreción sobre una figura pública que debería responder con transparencia ante toda la nación.
Una información publicada estos días por el diario británico «The Guardian» ha convertido esa cuestión en tema de actualidad. El rotativo mostraba unos documentos hallados en los archivos nacionales que sugieren que los abogados de Isabel II mediaron en 1973 para modificar una ley que la hubiera forzado a desvelar la cuantía de gran parte de sus ingresos. La norma, que tenía ya lista el Gobierno de la época, imponía una auditoría pública a las grandes corporaciones para evitar el fraude fiscal.
El llamado «consentimiento real» es un procedimiento que obliga al Primer Ministro a presentar a la Reina antes que al Parlamento cualquier legislación que pueda afectar a la Corona. Supuestamente, es una simple formalidad. Sin embargo, en aquella ocasión propició una modificación en la ley por la cual a las empresas de los Jefes de Estado no se les aplicaba esa medida de control. Es decir, en la práctica se permitía operar en una total opacidad al entramado societario que gestiona las propiedades de Isabel II.
Un portavoz de palacio ha negado que la Reina utilizara su influencia para ocultar su riqueza, pero el hecho es que la prefiere mantener así, tal vez por el pudor que afecta a algunos milmillonarios de nacimiento, o quizá porque la opulencia podría erosionar más la popularidad de un trono vapuleado por todo tipo de escándalos. A pesar de sus esfuerzos, es inevitable que hayan trascendido algunas cifras que no dejan de ser estimaciones. En la lista de personas más ricas del Reino Unido publicada el pasado año por el diario «The Sunday Times», la soberana figuraba con una fortuna personal cercana a los 400 millones de euros y se calculaba que el patrimonio de la Corona ascendía a 14.300 millones de euros. La revista Forbes eleva esa última cifra a los 100.000 millones de euros.
Lo que produce la tierra
Para entender ese baile de números es preciso explicar las diferentes fuentes de ingresos que alimentan las arcas reales. La principal de ellas es el ducado de Lancaster, 185 kilómetros cuadrados de tierra ubicada entre Inglaterra y Gales que pertenece desde hace siglos a quien ocupa el trono y que proporciona cuantiosas rentas anuales por su actividad comercial, agrícola e inmobiliaria. Echando mano de nuevo de las estimaciones de «Forbes», el valor de dicho ducado rondaría los 750 millones de euros y generaría unos 20 millones al año, por los que la reina paga impuestos, aunque no se sabe cuánto representa eso.
Con ese dinero se cubren los gastos que genera la actividad oficial de Isabel II y de tres de sus hijos: la princesa Ana; Eduardo, duque de Wessex, y Andrés, duque de York. Y también las oficinas de otros dos miembros de la familia que la asisten en sus funciones: Eduardo, duque de Kent, y Ricardo, duque de Gloucester. En esa partida de gastos no entran los viajes y la seguridad de Isabel II, que se cargan en las cuentas públicas. Tampoco el presupuesto de Carlos, el heredero, ni de Guillermo, su hijo, ya que el príncipe de Gales obtiene sus propios ingresos del ducado de Cornualles, un inmenso dominio tan rentable como el de su madre.
Lo que generan los alquileres
Durante siglos, las múltiples propiedades de la Corona han generado excedentes que se han invertido en todo tipo de bienes inmuebles que en su conjunto constituyen la Crown Estate, un imperio inmobiliario que se extiende por todo el país: edificios históricos, granjas, bosques, oficinas y sedes comerciales. Las inversiones más interesantes se concentran en Londres. Quien haya viajado a esa ciudad probablemente habrá paseado por Regent Street, donde el coste del metro cuadrado solo está al alcance de magnates o grandes firmas. Y puede, aunque sea menos probable, que t ambién haya almorzado en alguno de los exclusivos restaurantes de St. James Market, ubicado en la misma exclusiva zona. Pues todo lo que hayan contemplado los ojos de ese afortunado visitante pertenece a la Crown Estate.
Lo que produce esa fabulosa cartera de bienes revierte en el Estado por un acuerdo alzando en 1760 entre el Rey Jorge III y el Parlamento. Por entonces, la monarquía no llegaba a fin de mes y acumulaba deudas. Para saldarlas, cedió los beneficios de sus propiedades al Tesoro público (a excepción del ducado de Lancaster), aunque se aseguró de que un porcentaje de esos ingresos se empleasen en pagar sus gastos. Ese porcentaje, entre el 15 y el 25 por ciento del total, es conocido como The Sovereign Grant y la Reina lo cobra religiosamente cada año. Tomando una vez más a la revista «Forbes» como fuente fiable, el monto que le corresponde no sería inferior a los 50 millones de euros. De todos los inmuebles del Crown Estate hay dos que no producen rentas: el palacio de Buckingham y el castillo de Windsor, las residencias oficiales de Isabel II por las que, obviamente, no paga alquiler. El coste de su mantenimiento es altísimo y lo asume la hacienda pública. El ahorro para la Corona podría contabilizarse como parte de sus beneficios.
Colecciones de valor incalculable
A este colosal patrimonio hay que sumar los innumerables objetos de valor (muebles, pinturas, esculturas, piezas artísticas…) que se reúnen en colecciones únicas convertidas en símbolo del poder de la monarquía. Tomemos como muestra la Royal Philatelic Collection, que recoge cada uno de los sellos postales emitidos por el imperio británico desde comienzos del siglo XIX y que los antepasados de Isabel II fueron recopilando hasta constituir la muestra más admirada del mundo. Solo uno de esos sellos ha sido vendido en una subasta pública. Fue en 2014 y alcanzó los 7.750.000 euros. Pero por encima de todas las colecciones reales brillan las joyas de la Corona, custodiadas en la Torre de Londres. Es imposible hacer siquiera una tasación aproximada de semejante tesoro, aunque el pasado año el portal de finanzas SavingSpot aportó información sobre la más emblemática de esas alhajas, la corona de San Eduardo, que solo puede ceñirse cada nuevo soberano. Sus expertos estimaron que la más barata de las piezas que la componen es el gorro de terciopelo, unos cuatro euros; lo más caro es el conjunto de siete zafiros del frontal, 1.945.000 euros. Sumados todos los elementos, la cantidad ascendía a 4.106.000 euros.
Es posible que ni la propia reina sea consciente de lo que su familia ha llegado a acumular a lo largo de los siglos. En todo caso, juzga que no es asunto que interese a los demás. Al César lo que es del César. Además, hablar de dinero, sobre todo si tienes la sangre azul, es de un insufrible mal gusto.
✕
Accede a tu cuenta para comentar