Aniversario
Michiko de Japón, los 90 años de la emperatriz que perdió la voz por la pena
Su vida ha estado marcada por un complejo equilibrio entre la modernidad y las exigencias añejas de la Casa Imperial
Las mujeres de la familia imperial japonesa sonríen, pero no es más que un gesto de cortesía y respeto a su pueblo, a los dioses y al trono. Cualquier alegría que la vida pueda darles se desgaja por unos dogmas difíciles de entender en el siglo XXI. Desde la cuna, son sometidas a una mortífera presión para concebir un hijo varón que, en el caso de Masako, nunca llegó. El trono del crisantemo es implacable con la sucesión, a pesar de que las encuestas dicen que el 80% de la población habría estado a favor de la reforma de la ley para permitir que su hija Aiko pudiese reinar. ¿Debería ser Aiko la primera emperatriz? La joven fue educada para representar el imperio del Sol Naciente, pero la ley no ha cambiado y ha perdido esa posibilidad.
La imposibilidad de dar a su esposo el deseado heredero obligó a Masako a agachar la cabeza y quedó sumida en una profunda tristeza. El australiano Ben Hills escribió en "Masako. La verdadera y trágica historia de una princesa japonesa". "Ni siquiera tiene nombre. Toda su existencia ha sido negada. Le impusieron obedecer y caminar tres pasos por detrás de su esposo; la obligaron a callar hasta que él hablara primero... ¡Qué enorme desperdicio de talento!".
Michiko de Japón, en cambio, ha cumplido a la perfección ese mandato inapelable del imperio del Sol Naciente de mujer perfecta, buena esposa y fiel transmisora de las tradiciones, inspirado en el confucionismo. Hoy cumple 90 años, toda una vida marcada por esa compleja necesidad de equilibrar fragilidad y resistencia, la sonrisa perenne en el rostro y los dolores del corazón. Ella también tuvo que superar más de una fuerte crisis nerviosa provocadas por el carácter de su suegra y el férreo control de la Kunaicho o Agencia Imperial, la enigmática burocracia encargada de velar por las tradiciones imperiales y moldear su imagen pública.
Su marido, el emperador Akihito, la conoció en unas canchas de tenis, en 1957, cuando aún era príncipe. Michiko era una joven burguesa, hija de un acaudalado industrial harinero, educada en el catolicismo y licenciada cum laude en literatura inglesa.
Su origen plebeyo obligó a romper una tradición milenaria y a saltar por encima de una indignada suegra, la emperatriz Nagako. Contra viento y marea, el matrimonio se celebró en abril de 1959 y la pareja accedió al trono el 8 de enero de 1989, un día después de la muerte del emperador Hirohito. La coronación no apaciguó a la emperatriz emérita, quien se encargó de difamar a Michiko ofreciendo una imagen de mujer inestable y de mal carácter.
Michiko y Akihito acercaron el Trono del Crisantemo a su pueblo y optaron por un ideal de familia moderna. La emperatriz amamantó a sus tres hijos supliendo el papel de las amas de cría. No pudo evitar el linchamiento en Palacio y también en algunos medios de comunicación. En 1993, el día de su 59 cumpleaños, una publicación que le atribuía falsamente la orden de tala de árboles del jardín Fukiage Gyoen para construir una nueva residencia imperial le provocó un desmayo. Cuando se recuperó, había perdido la voz. No era el único ataque. En 1975, durante una visita a la Exposición de Okinawa, alguien arrojó un cóctel Molotov; en 1992, una bengala encendida. La opresión de fuera era idéntica a la que le hacían sentir los apretados cinturones de los kimonos, causantes de una gastritis crónica. Todo ello fue agravando su ya delicado estado anímico.
Desde su abdicación, en 2019, la vida de la emperatriz transcurre tranquila. Sin agenda oficial, disfruta de la lectura, la escritura de poemas y el piano, aunque condicionada por su débil salud. A los 88 padeció una trombosis venosa profunda que le detectaron en la pierna derecha. Ahora se recupera con sesiones de rehabilitación de una reciente operación tras una fractura de fémur que le obliga a utilizar una silla de ruedas.
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