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El día que le pregunté a Raphael «si era o no era»

Como reportero, buscaba la verdad del joven cantante andaluz

Raphael, en los años sesenta
Raphael, en los años sesentalarazon

Como reportero, buscaba la verdad del joven cantante andaluz.

La verdad es que no empezamos con buen pie. El joven reportero que yo era en los 60 buscaba, cómo no, un titular de escándalo, la verdad oculta del joven cantante andaluz de gesticulación singular y exagerada, con un estilo amanerado inédito en el mercado de «Los 40 Principales». Raphael era imitado por los humoristas como si fuera un modisto o un peluquero de señoras de vodevil, y al chismorreo nacional le inquietaba «si era o no era». Entonces, los ademanes excesivos y para muchos amariposados eran claro indicio de secreto escondido en el armario. «Si no lo es, lo parece», decían. No hablo del neolítico: fue hace medio siglo.

El caso es que le entrevisté después de un recital y tras algunas preguntas de tanteo, fui directamente al grano: «¿Eres o no eres homosexual?». La que se armó. El cantante puso el grito en el cielo, llamó por teléfono a mi director, Emilio Romero, y éste me exigió que le pidiera disculpas inmediatamente («eso no es audacia, Amilibia, es injuria») y después de que Paco Gordillo, su mánager, templara gaitas aquí y allá, seguimos con la entrevista. Del encontronazo aprendí dos cosas: que conviene preguntar de una manera más sutil y que Raphael no es rencoroso. Después, tuvimos muchos encuentros cordiales y jamás me echó en cara mi estupidez; es más, cuando yo atravesaba un duro momento personal y profesional, fue el único de mis muchos conocidos famosos que me llamó y me invitó a comer en su casa.

No sé si la ambigüedad escénica de Raphael era y es buscada, calculada. Quizá no lo sepa ni él. Pero no jugaré a doctor Freud, contaré lo vivido: el Niño de Linares fue valiente desde el principio, cantaba como quería gesticulando como le daba la gana, sin que aparentemente le importara los decires de las lenguas de vecindona o de triple filo, las habladurías, los chistes fáciles y las sombras. Él era y es así, y así se mostraba con total libertad en el lugar que más amaba y ama, el escenario. Allí se soltaba el pelo, ajeno a pudores y represiones. Comprendí que era un fenómeno nuevo, insólito: Raphael era el tipo que vendía más verdad en sus actuaciones, su manierismo sublimado, casi una fantasía, entusiasmaba por igual a las adolescentes, a las madres de misa dominical y a las abuelas.

El pueblo llano, jóvenes y viejos, adoraban a Raphael por encima del machismo imperante y la maledicencia. Cada vez que volvía de una de sus grandes giras, por ejemplo aquella de Rusia en el 66 (su primera película, «Cuando tú no estás», había sido un gran éxito entre los hijos de Brézhnev), le esperaban miles de adolescentes y sus madres en Barajas: obligada foto de portada. Su club de fans alquilaba autobuses y repartía bocatas, sí, pero el entusiasmo era real, la fiebre raphaelista iba más allá de cualquier marketing, y hasta se llegó a decir que el cantante era una especie de enviado especial de Exteriores a la Gran Rusia para facilitar nuestras exportaciones de naranjas y aceite de oliva. Aún no había relaciones diplomáticas con la URSS.

Cansancio extremo

En el 85 supimos que padecía una hepatitis grave: bebía demasiado. No había trascendido que en las giras, en la soledad de su habitación, como en un cuadro de Hopper, arrasaba con el minibar. «Lo hacía inconscientemente, la bebida me producía sueño y así podía descansar», me dijo. «¿Y por qué no podías dormir?». «El agotamiento; estaba tan cansado que no podía alcanzar el sueño; fíjate: descubrir pasados los 50 que el alcohol me llevaba a la modorra. En fin, que el alcohol aceleró mi desorden hepático y todo se complicó». Y hasta ahí quiso contar. Sobre Raphael siempre flota una nube de misterio. En 2000 interpretó el musical «Jekyll&Hyde», en Madrid, durante siete meses. Estaba muy tocado. Sin duda le atraía aquel desdoblamiento de personalidad. ¿Se sentía reflejado de alguna forma? El Raphael marido y padre que come en la cocina y pinta cuadros se transforma cuando se planta bajo los focos. Él suele decir que entonces es Raphael y en casa es Rafa. Bueno.

Cuando en 2003 le llamaron para decirle que había un hígado dispuesto para el trasplante, le dio un ataque de pánico y se encerró en el dormitorio conyugal. No quería salir. Se negaba a ir al hospital. Natalia tuvo que hablarle más de una hora a través de la puerta para convencerle. Desde entonces, la fecha del trasplante, el 1 de abril, es su cumpleaños. «Es el día en que volví a nacer», dice. La cosa tiene sus ventajas: ya no tiene 76 años, sino 16. En un concierto de 2005, apareció entre el público un joven punki con un cartel: «Rafa, eres el puto amo». Y eso es. El perfeccionista, el que nunca ha conocido el fracaso, el que no permite a sus nietos que le llamen abuelo, afirma que le gustaría cantar «Escándalo» en el Congreso. No creo que le plazca a la Batet.