Crónica
Mario Vaquerizo o el futuro ministro del “mariconeo”
Dejó dicho Bauman que, en esta sociedad líquida, toda idea de felicidad acaba en una tienda. Bien, pues él, Mario Vaquerizo, es la tienda. En ella pueden encontrar de todo: pelucas, canciones, películas, tartas Alaska, realitys, frases chisposas, disfraces, anuncios, discos, portadas…El hombre orquesta de este tiempo nunca creyó como Andy Warhol que en el futuro todos tendríamos derecho a 15 minutos de fama. Él la quiere toda y todo el tiempo, y asumió muy bien aquello de Bruce Lee: «Vacía tu mente. Sé amorfo, sin límites, como el agua. Si pones agua en un vaso, se transforma en un vaso; si la pones en una botella, se transforma en una botella…Sé como el agua, amigo mío». Mario es el agua cambiante de esta sociedad fluida, la Nancy Rubia cerveza en mano, el novio en la boda y el muerto en el entierro. El que se ríe de sí mismo y de todos. El que dice cosas como «la gente intensa me da alergia», «yo sería ministro del mariconeo», «si por mi fuera, no habría democracia, sino vaquerocracia» o «nunca me ha importado que cuestionen mi sexualidad». Y no le importa porque se trabaja noche y día una ambigüedad impúdica de fondo de armario. Podría ser la imagen queer de las leyes de Irene Montero, robot sexual en una peli de Almodóvar, y me imagino que le divertiría mucho anunciar el «Satisfyer» para todos, todas y todes. Podría estar en una carroza del Orgullo Gay y también en la cola del Cristo de Medinaceli. Todo tiempo necesita un rey del pollo frito y un príncipe de las rebajas.
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