Opinión
La erótica del pecho femenino. Un poco de sensatez científica, Rigoberta Bandini
Lo valiente sería reivindicar la erótica del pecho, en lugar de renegar o de conseguir que alguien se sienta humillada o sospechosa si expresa su sensualidad
Con su grito ¡Ay mama!, la cantante Rigoberta Bandini ha partido en dos el mundo tuitero. Una mitad está a sus pies, la otra mitad con la ceja levantada. A la primera le pilla necesitada de alguien que unas veces se amarre el pecho y otras lo suelte al estilo de Marianne en el retrato de Delacroix, esa madre vehemente, guerrera y bienhechora que guía con la teta descubierta hacia la libertad, igualdad y fraternidad.
A la otra mitad, la que mira con la ceja levantada semejante alboroto, no le convencen ni Rigoberta ni su troupe de redentoras neofeministas festejando las mamas a golpe de cacofonía. A estas alturas, queda poco por enseñar y, como órgano lactífero, está todo dicho. Nadie cuestionaría su carácter sagrado o reverencial. Mujeres de ubres nutricias, y bien enormes, sobre una cabecita pequeña y sin rostro, exaltando la fecundidad, ya las encontramos en el Paleolítico, hace más de 10.000 años.
Poco antes de que Rigoberta naciese, la revolución la hizo la aristócrata pillada sin ropa interior que hizo tambalearse todo un imperio a finales de los ochenta. Aquella imagen sí simbolizó el fin de una época. Ahora lo valiente sería reivindicar la erótica del pecho, concedernos el permiso para detener su mirada en él e iniciar el camino al placer, en lugar de renegar o de conseguir que alguien se sienta humillada o sospechosa si expresa su sensualidad.
No es la canción, con ritmo muy pegadizo y letra divertida, sino el mensaje y su propuesta de feminismo asexuado y castrado. Rigoberta se ha olvidado del pecho erótico. Es buen momento para recordar aquel día en el que William Masters y Virginia Johnson, la pareja que nos enseñó cómo amar, mostraron a una veintena de médicos la imagen agrandada de un toso femenino desnudo durante un orgasmo. “Era una película que mostraba la erección de un pezón, presentando los vasos sanguíneos del cuello y el pecho mientras se llenaban, al tiempo que explicaban por qué esas zonas se ponen rojas durante la excitación sexual”, recordó el doctor Ernst R. Friedrich, que, igual que otros jóvenes residentes, observó atónito aquella revelación acerca de la fisiología femenina.
¡Ay mama!, seguro que exclamó ante una imagen que hoy daría un giro de muerte a este himno anacrónico a la abundancia, a la capacidad de parir y de criar que hoy nos fustiga. Hasta 25 veces repite mama. Sin ellas, dice, no habría humanidad. Tampoco Renoir habría sido artista. Son el salvavidas de la muerte, añadiría Ramón Gómez de la Serna. Ese pecho que dejó boquiabiertos a los discípulos de Masters y Johnson es el seno seductor y erótico, el que despierta fantasía, el de la veladura erótica de Mallarmé y el que juega un papel esencial en la excitación y la condición femenina.
Ignorar ese vínculo erótico es despreciar a casi dos millones de mujeres que cada año deciden someterse a una cirugía estética de pecho en todo el mundo. En España, suponen alrededor del 40% de las intervenciones estéticas. Para aumentar, reducir, modelar o realzar. Es una forma de reclamar la sensualidad que representa. Incluso el pecho patológico, mastectomizado o deforme, un pecho fantasma que duele sin estar, pelea por seguir expresando erotismo y sexualidad. Es inseparable de nuestra condición femenina y apreciarlo es importante.
Su examen anatómico revela que solo una mínima parte es tejido glandular relacionado con la producción de leche. Su forma redondeada exige alguna otra explicación que trascienda su función nutricia. Algunas teorías sugieren que antes del pecho fueron las nalgas. Solo cuando el hombre fue capaz de caminar erguido los senos captaron su atención y estos empezaron a crecer y a imitar su forma redondeada, garantizando así la continuidad de la especie.
En su concepción erótica, funcionan como estímulo visual y luego táctil. Los pezones desatan un placer similar al que se acciona desde los genitales. Estamos programados para desear y la mujer agradece esa atención que recibe su pecho, según constatan el científico británico Roy Levin y la psicóloga canadiense Cindy Meston. El 82% de las encuestadas indicó que la estimulación del pecho es una forma extraordinaria de excitación. Larry Young y Brian Alexander, autores de ‘La química entre nosotros’, dicen que los senos femeninos desencadenan en el hombre la misma serie de eventos cerebrales que la lactancia, liberando una combinación de oxitocina y dopamina muy placentera y beneficiosa para crear un vínculo.
Para la ciencia sigue siendo un misterio identificar qué hace tan especial al pecho femenino. Su erótica trasciende lo carnal y lo deja libre de sospecha de generar violencia. La insinuación de un pecho es el triunfo de lo sutil frente a la pornografía o lo explícito de Femen. Lo que provoca estupor, e incluso adormecimiento, es lo exageradamente realista, el uso del cuerpo de la mujer como escaparate para conseguir repercusión. Valiente sería reclamar su fuerza vital y creativa, permitir que su mirada erice el vello o que una caricia envíe al cerebro a través de sus diminutas fibras nerviosas oxitocina suficiente para dejar reposar sobre él la cabeza del amado. Nada de eso hay en el frustrante guion que sigue ¡Ay mama!
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