DEP

El diseñador, al que Chanel llamaba “el metalúrgico de la moda” fallece a los 88 años

Nos deja uno de los creadores más personales de las pasarelas parisienses de los años sesenta. Se atrevió con el plástico y el aluminio para dar carácter a una época deseosa de novedades. Así fue su fascinante vida llena de irreverancia y magia con la ayuda de sus privilegiadas manos

Paco Rabanne
Paco RabanneGRUPO PUIGGRUPO PUIG

Paco Rabanne era, formalmente, el otro verdadero maestro de la costura española de todos los tiempos, inmediatamente detrás del gran maestre de los modistos y las modistas, Cristóbal Balenciaga, y en dura rivalidad con Antonio Cánovas del Castillo, durante mucho tiempo la mitad de la prestigiosa casa de alta costura Lanvin. Los importantes nombres que le acompañan de cerca, Pertegaz y Berhanyer, con haberle dado varias veces la vuelta al mundo con sus etiquetas, nunca desfilaron en París, entonces y quizá siempre, la verdadera capital de la moda, máxime cuando la vertical estructura de esta residía en lo que las casas de Haute Couture decidían que debían llevar puesto encima todas las mujeres del mundo. No solo las ricas, plus naturellement, también las pobres. Francisco Rabaneda, ese era su nombre antes de adornarlo para la ocasión, había estudiado Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de París en los muy arquitectónicos años sesenta. El prestigio de la arquitectura francesa inundaba el mundo con la alargada sombra de Le Corbusier y él, como Xenakis, decidió dedicarse a construir, pero no necesariamente con cemento -su gran especialidad- sino con aluminio. Se ha repetido hasta la saciedad que su infancia fue marcada por el fusilamiento de su adorado padre, el coronel republicano Rabaneda, y la miseria que acompañó sus primeros años en el exilio francés donde terminó su madre, modista en el taller de Balenciaga, creo recordar que en el de Madrid, haciendo también milagros con las manos.

Rabanne era un hombre cultísimo. Tuve la suerte de comprobarlo de primera mano cuantas veces estuve con él, muchas de ellas con mesa y mantel como se dice coloquialmente. La más memorable en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid que se realizaban todos los años en El Escorial. Por sugerencia de Leticia Espinosa de los Monteros le ofrecimos un homenaje que él amablemente aceptó. Eso nos permitió tenerlo en vivo y en directo durante una semana. Hace unos días subía a El Escorial buscando la confirmación de una imagen colgada en la pared de aquel salón comedor en la que aparecía una planta del Monasterio que llamó mi atención por una desviación extraña en la parte de su edificio que equivaldría al asa de la parrilla que simbólicamente quiere representar (sic).

Desfile de Paco Rabanne
Desfile de Paco RabannePANASIAAFP

A diferencia de todas las otras reproducciones de la planta del gran Cubo de Herrera, en aquel plano el ángulo no era exactamente de 90 grados. Al llamar la atención sobre ese pequeño dato el gran Rabanne, era grande como un toro, además de como un sabio, sonrió ofreciéndome su mejor respuesta: «claro hombre, es el ángulo de la vida de los egipcios», añadiendo, grosso modo, un secreto esotérico conocido desde hace miles de años por los ilustres antepasados de Herrera.

Sin prudencia y con pasión

Paco era así, en Madrid o en Palma de Mallorca fue capaz de volvernos locos saltando de las banalidades de la moda que lo había hecho rico y famoso a las profundidades de Hermes Trimegisto. He conocido a muchas personas moviéndose como pez en el agua ante las cámaras, creo que Paco los superaba a todos en un tardío momento en el que ya era evidente para todos los que se dedican a la moda que el que no desata el escándalo no sale en el telediario. Era maestro en ese oficio, por más que la Casa Puig le rogaba encarecidamente que fuese prudente, él no dejaba títere con cabeza. Del mismísimo YSL al último de sus rivales directos, a todos era capaz de ponerlos en un brete con sus afiladas frases de espadachín dialéctico. No le faltaba razón, pero ya se sabe que la diplomacia consiste en decir cortésmente lo contrario de lo que se piensa.

Durante muchos años su figura era inalcanzable para un español, hasta que unos hábiles perfumistas catalanes descubrieron que si querían vender fragancias del Mediterráneo en los Estados Unidos el nombre tenía que ser francés. Ni cortos ni perezosos allá se fueron, y allá consiguieron que el genial metalúrgico, entonces ya respetadísimo por su influencia sobre la moda a través de las rutilantes protagonistas de películas con taquillazo incluido, luciesen su aeromodelismo espacial. Una mujer geométrica, escultural, metalúrgica, plástica etc., etc., era la nueva etiqueta mundial del eterno misterio femenino. Quizás Courrèges, Cardin, Sandie Shaw, y hasta YSL, tuviesen más derecho a hacerse con la década de los sesenta, una vez que los viejos maestros fueron desapareciendo en el exilio o en el agobio.

Pero Rabanne hizo méritos para completar ese cuarteto que cambió para siempre la regla de la moda. La transparencia, la minifalda, los nuevos materiales, la geometría absoluta volvía sexis a las mujeres más deseadas de la época. Nunca nos cayó encima la Luna como él tantas veces profetizó, pero a cambio suponemos que él fue a la Luna varias veces antes que la NASA. Era un loco genial que siempre recordaremos con admiración y cariño. Además de hablar muy bien, hacia muy bien a las mujeres. Aquellas que Dios había creado según una famosísima película de aquellos días.