
Gastronomía
Ronda de bares: Santurce: el encanto de lo cutre
Lo que tiene este templo de Madrid no lo enseñan en ninguna escuela de hostelería: sabor

Hay bares que atrapan, no por su estética, ni por su carta, ni por su servicio, que a veces roza lo hostil, sino por ese duende inexplicable que convierte lo feísta en entrañable. Son lugares donde se cuela algo de alma, aunque crujan los azulejos y chirríe la luz. Uno de esos altares de lo astroso con solera está a la vera de la Plaza de Cascorro, en el corazón más castizo y palpitante del Madrid rastrojero. Se llama Santurce, y aunque no esté en Vizcaya, homenajea con sal y fuego a aquella canción popular donde las sardinas partían del puerto hacia Bilbao como embajadoras del sabor popular.
Y aquí, efectivamente, las sardinas salen como fetiches, retorcidas por la brasa, con su punto justo de quemado, y engalanadas con generosa sal gorda. Raciones vienen, raciones van. El aire se llena de humo y memoria. Junto a ellas, los pimientos de Padrón forman el tándem obligatorio. Todo llega sin poesía, pero con autenticidad. Comandas incesantes, papel albal, grasa noble, cerveza sin espuma y vino del tiempo. Todo muy cutrón, como diría el castizo de guardia. De ambiente, de parroquianos, y también de los que despachan tras la barra con una seriedad fronteriza con la descortesía.
Pero lo que tiene Santurce no lo enseñan en ninguna escuela de hostelería: sabor. A pesar del vino caliente que haría sonreír a Pepe Botero, a pesar de la falta de sutileza en el trato o del silencio de los clásicos madrileños del bocado —no hay callos, ni caracoles, ni soldaditos de Pavía—, hay idiosincrasia pura en este rincón de calle y fuego.
Los domingos de Rastro o los días fiesteros, aquello se convierte en un volcán de actividad, entre humo, empujones, gritos y cañas mal tiradas. Y aún así, uno vuelve. Porque entre tanto gastrobar sin alma, Santurce conserva el encanto de lo astroso, lo directo, lo verdadero.
El Madrid de hoy ya casi no se permite esta clase de fealdades gloriosas. Por eso, Santurce resiste. Y por eso, lo celebramos.
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