
Crónica
Los sábados de Lomana: Fallas, toros y una feliz sobremesa de DJ improvisada
"Roca Rey, mi torero favorito, estuvo tan sublime como el primer toro que le tocó"

No quiero hablar de esta plaga de lluvias, torrentes y demás amenazas que se ciernen sobre los ciudadanos, que ya nos estamos dando por vencidos ante la lluvia incesante. Les ponen diferentes nombres a las borrascas que nos atacan una detrás de otra; parece que estuviesen en lista de espera para, cuando empieza a despejarse una, irrumpir otra con fuerza. Pienso que jamás nos vamos a quejar de la «pertinaz sequía» cuando veo las cascadas de agua que se están tirando de los embalses; me deprimo.
Estos gobiernos, que tanto critican los pantanos, deberían afanarse en construir muchos más y tener reservas de agua siempre, en un país como el nuestro, de servicios y turismo, en el que no deberíamos decir nunca, en un establecimiento de cinco estrellas, que no se puede llenar la piscina.
Un año más he estado en Valencia para disfrutar de sus maravillosas fallas. El amigo que me acompañaba, que nunca había estado en esta fiesta, no daba crédito al contemplar esas preciosas y enormes obras de arte y pensar que iban a quemarse. Es, como diría Milan Kundera, la insoportable levedad, futilidad e intrascendencia de la vida, ya que nada es para siempre. El sábado 15 amaneció con sol y suave temperatura. Había olvidado la dulzura del sol acariciándome los hombros y la cabeza. Salí al balcón en camisón y me quedé un rato sin moverme, sintiendo su calor. Me vestí rápidamente para acudir a la mascletá, en el balcón del Ayuntamiento.
Carmen Lomana en las fallas
Adoro ese tremendo sonido que tiene ritmo y va increscendo hasta sentir que te explotan los oídos y te envuelve con emoción y vértigo, mezclando el olor a pólvora con el azahar, que ya brota en los naranjos. Amo a Valencia con pasión. Esa pasión que ellos sienten por el arte, por la música, por la vida, y que les hace capaces de resurgir de los escombros, el barro, y seguir viviendo con alegría a pesar de tanto dolor como el sufrido este año.
Fuimos, antes de los toros, a comer al restaurante Tatel, cerca de la plaza, que no puede ser más bonita y cómoda. Tardaban tanto en servir que me dio un arrebato y me uní al DJ, que estaba animando al personal con poco éxito. Fue mágico: empecé a bailar animando y, al minuto, se levantaron de las mesas y todos bailaban y cantaban. Sentí alegría y felicidad. De ahí, salimos corriendo para ver a mi torero favorito, Andrés Roca Rey, que estuvo sublime, tan sublime como el primer toro que le tocó.
Creo que los dos se miraron y dijeron: «Hoy vamos a dar espectáculo y que la gente disfrute con la belleza de la lidia y el toreo». Daba gusto verles ensimismados el uno con el otro; el torito entraba suave una y otra vez. Yo lloraba de emoción. La plaza entera pidió el indulto del toro. Roca miraba a la presidencia, pero no lo logramos. Llegó la hora de matarlo y Roca, de una estocada certera, lo tiró al suelo, sin sufrimiento. Ese toro, bravo, valiente y noble, dio la vuelta al ruedo entre aplausos, y la caricia en su cabeza del torero agradecido. Fueron dos estupendos días acompañada por mis amigos: el doctor Pedro Guillén, Amparo Llácer, Vicente Macías y mi querido Jesús Arroyo, que debutaba en Fallas como turista, quedando fascinado.
Otro año más disfrutando de nuestras fiestas, a pesar de tanto nubarrón negro que nos rodea, y no solo meteorológico. Vendrán tiempos mejores y saldremos a vivirlos con alegría.
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