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Trastornos emocionales, sexo y brujería: la vida al descubierto de Ana Ruiz, la mujer de Alberto Garzón
Es la mujer nutricia, la madre loba que posa para la foto, la conexión con la naturaleza y el deleite del sexo y el culto a su imagen
Es el triunfo de lo anodino, el templo sagrado del placer, el reino de lo instantáneo, celebrar a Dios con estampados navideños sin permitirle ser Dios, la rendición al rizo, la contradicción y ese punto ciego del comunismo que lleva al autoengaño.
Anna Ruiz Dassy –Menta y canela, en sus redes sociales– es la intensa esposa de Alberto Garzón, el hombre «incomparable con nadie», a quien ha prometido «sus porfavores más sinceros». Solo por ella, el ministro sacrifica su discreción y gracias a su cuenta de Instagram el ciudadano puede entender que el político salga de casa con unos niveles de azúcar en sangre tan disparados que la emprenda a mamporros con las chuches. «Desde la primera vez que le vi, el canibalismo no me pareció tan mal», escribe esta malagueña, médico en excedencia y activista de 31 años.
No la habíamos visto más que en alguna gala de los Premios Goya, pero su presencia en redes resulta ser más que vehemente en cuanto a emociones. Hace unos días se armó de coraje y levantó el manto de silencio sobre los problemas mentales que arrastra desde la adolescencia: trastornos de la alimentación y una dependencia emocional brutal por cualquiera que le mostrara un mínimo de amor. Reconoce que aún le queda camino, pero se siente orgullosa de su crecimiento. Su confesión despierta una curiosidad que nos lleva a descubrir el retrato que hace de sí misma.
Aunque menciona algunas de sus rarezas, como no usar perfume, se intuye que hay bastantes más. En su álbum fotográfico llama la atención su reciente y radical cambio de imagen, con la melena más corta y rizada. Esos bucles son una parte de la naturaleza y, después de una vida entera alisándose, no ha podido contenerlos más tiempo. Descubrimos su reflexión en el blog de una web de cosmética natural: «Yo, como la mayoría de mujeres rizadas, crecí pensando que mi pelo era algo no bonito que había que cambiar, que lo elegante era tener el pelo liso. Necesitaba dejar de castigarme y necesitaba empezar a aceptarme primero, y quererme, después».
El resultado, según dice, fue «brujería pura, una sensación brutal» que le hace abrazarse con mucho más amor. Según avanzamos en sus publicaciones, se observa que vive cada acontecimiento junto al ministro Garzón como una catarsis, incluida su vida sexual. «Reivindiquemos el coño como arma de pasión masiva», escribe junto a una portada que lleva por título «Vamos a follar hasta que nos enamoremos», un libro que su autora, Ana Elena Pena, resume como un ejercicio de romanticismo sucio en pequeños actos. «Claro que sí», apostilla ella. Admite haberse equivocado solo dos veces en su vida: «La primera a finales de 2007, cuando me corté el pelo por encima de los hombros, y la segunda cuando decidí convertir follar en una costumbre».
Sorprende esta introspección pública y más aún cuando relata su relación con el cuerpo y con la maternidad. Es madre de Olivia y Chloe, de tres y un año y medio. Confiesa que, por momentos, la vida se le hace bola y tiene muy mal pronto. La psicoterapia le está ayudando a gestionar sus emociones y las de sus criaturas y aconseja el soporte que está recibiendo del grupo Expándete, de apoyo a la maternidad. En cuanto a su aspecto, dice que se ha movido siempre entre «hiperexigencia y el desprecio» y mantiene una lucha encarnizada con sus pechos, que le parecen enormes. «He sido sexualizada desde muy pequeña y durante años consideré mi valía personal en función de lo que otros me desearan y otras me envidaran. Y es jodidamente agotador» Esto no le impide mostrar los pechos en todo su esplendor mientras defiende a ultranza la lactancia materna. Avisa, por cierto, que tiene un punto de bruja que le viene de familia.
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