Historia

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Maratón, el milagro militar que encumbró a Atenas

En el verano del año 490 a. C. toda Grecia contuvo el aliento: un poderoso ejército persa acababa de desembarcar en sus playas, en una pequeña localidad del Ática llamada Maratón

Captura de naves persas por hoplitas atenientes al final de la batalla de Maratón / ©Radu Oltean/Desperta Ferro Ediciones
Captura de naves persas por hoplitas atenientes al final de la batalla de Maratón / ©Radu Oltean/Desperta Ferro Ediciones ©Radu Oltean/Desperta Ferro Ediciones Despertaferro

El propósito del contingente persa embarcado era castigar a lo que por entonces no era sino una diminuta e insignificante ciudad llamada Atenas. ¿La razón? Pocos años antes, en las costas de Asia Menor, algunas ciudades griegas, encabezadas por Mileto, se habían rebelado contra la dominación persa. En su difícil coyuntura, pidieron auxilio a sus hermanos griegos de la orilla occidental del Egeo y Atenas respondió enviando una pequeña flota de guerra. Pero la rebelión resultó un fracaso, y Mileto y el resto de ciudades griegas de la región fueron aplastadas por la maquinaria militar persa. La flota ateniense regresó, la región volvió a quedar bajo soberanía persa y fue como si nada hubiera sucedido.

Pero algo sí había cambiado: se había plantado la semilla del resentimiento. El Gran Rey persa, Darío I, no perdonaba el apoyo que los atenienses habían prestado a los rebeldes, no olvidaba su alevosa intervención en lo que él consideraba un asunto interno del Imperio persa. Ahora, en el verano del año 490 a. C., le tocaba el turno a Atenas de recibir un pavoroso e ineludible escarmiento.

Ejército curtido

En las llanuras de Maratón desembarcó el ejército persa, numeroso y en buena medida profesional, bregado en mil batallas; los atenienses reunieron apresuradamente a su hueste, que solo era una milicia ciudadana, casi diríamos que de aficionados. A ellos se unió un pequeño contingente de ciudadanos de Platea. En conjunto, sin embargo, seguían siendo muy inferiores en número a su enemigo, tal vez en una proporción de tres a uno. Por añadidura, los griegos carecían de caballería, mientras que los persas contaban con tropas montadas de probada experiencia, célebres y temidas por todo el Mediterráneo oriental.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, el todopoderoso ejército persa fue derrotado y humillado, y el Egeo exclamó de júbilo. Ciertamente, la derrota persa no fue aplastante –buena parte de su ejército fue capaz de reembarcar–, pero perdió el aura de invencibilidad de que había gozado hasta la fecha. ¿Las razones del descalabro? Probablemente nunca lo sabremos con certeza, pero por alguna razón la caballería persa no participó en la lid, lo que privó a los invasores de su arma más poderosa.

Por otra parte, parece que el equipamiento y forma de combate del hoplita griego le hacían superior individualmente al combatiente de a pie persa, en particular si el primero mantenía la cohesión con sus compañeros y combatía en orden cerrado, hombro con hombro y escudo con escudo. De este modo, en semejantes circunstancias, el hoplita gozaba de cierta superioridad sobre el combatiente persa, algo que demostraría con claridad en numerosas ocasiones futuras. Por último, una de las bazas del ejército persa era su gran potencia de fuego en forma de arqueros; sin embargo, su eficacia fue escasa debido a la astucia de los griegos, que recorrieron a la carrera los últimos metros de aproximación al enemigo, minimizando con ello el tiempo de exposición a las flechas enemigas.

Las consecuencias de la victoria griega fueron enormes: por un lado, garantizó la continuidad de la democracia como forma de gobierno en Atenas; por otro, insufló de ánimo a toda la Hélade y enalteció a Atenas hasta el punto de que, en menos de una década, se había convertido en la potencia hegemónica en la región, lo que le permitió avanzar con firmeza en la senda de los cambios políticos, sociales, artísticos y culturales que hoy admiramos. Y es que las consecuencias y resonancias de Maratón llegan incluso hasta nuestros días: como escribió Pausanias (I.32.4-5), seguimos escuchando los relinchos y gritos de los fantasmas que cada noche pueblan esa playa.

Para saber más...

  • Maratón (Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 57), 68 páginas, euros.
Los orígenes de la prueba del maratón
La batalla de Maratón ha dado nombre a la prueba de atletismo que todos conocemos: la maratón, carrera a larga distancia a pie. ¿A qué se debe esta extraña coincidencia? Lo cierto es que a una confusión de las fuentes clásicas –y, por ende, de muchos autores posteriores– respecto a dos personajes y episodios distintos pero asociados ambos a las Guerras Médicas. El primer personaje es Filípides (o Fidípides) quien, a decir de Heródoto (VI.105), cuando los persas desembarcaron en Maratón, recorrió a la carrera el camino de Atenas a Esparta para pedir ayuda a estos últimos en la inminente guerra que se avecinaba. Según esta misma fuente, recorrió los 246 km que separan ambas ciudades en apenas dos días –algo que, de ser cierto, sería una proeza sin igual–. Los espartanos, en efecto, respondieron mandando un ejército, pero ciertas tradiciones en el calendario espartano impusieron que partiera con demora y llegara demasiado tarde, una vez hubo concluido la batalla. De modo que la gesta de este corredor fue por entero vana.
El segundo personaje es el heraldo Tersipo o Eucles quien, al término de la batalla de Maratón, y según el testimonio de Plutarco (Moralia 347c), acudió a la carrera desde el campo de batalla hasta Atenas para advertir a sus conciudadanos de la reciente victoria e insuflarles ánimos en la defensa de la urbe frente a la amenaza de la flota persa que se aproximaba. Por fin, Luciano de Samosata (Sobre un error cometido al saludar, 3), autor del siglo II d. C., confunde ambos personajes y afirma que Filípides protagonizó la carrera de Maratón a Atenas y añade que al poco de entregar su mensaje, pereció de agotamiento. La prueba atlética actual bebe de todos estos mitos y, consecuentemente, recorre la misma distancia que separa el campo de batalla de Maratón de la ciudad de Atenas: 42 km y 195 m.