Cataluña

La ludopatía una forma de dependencia por Lluís Martínez Sistach

La Razón
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La publicidad, en estos tiempos de crisis, propone los juegos de azar como un camino rápido y breve para hacer fortuna, en una situación que es muy dura para muchas personas y muchas familias. Es significativo que en tiempos de crisis y de hundimiento de muchas esperanzas los juegos de azar prosperen tanto. Es como dejarse llevar por el sueño de una vida que no exige esfuerzo, trabajo y paciencia. El juego, en este sentido, es para muchos como un refugio para escapar de las frustraciones de la vida. No obstante, hay que decir que se trata de una ilusión, de un espejismo. Se intenta mágicamente cambiar una situación desagradable por una situación afortunada. Aunque con mucha frecuencia esta magia no obtiene el resultado esperado. Si en alguna ocasión se logra obtener lo que se deseaba constituye una excepción. Es más, a menudo es el comienzo de una historia que cada vez se hunde más: endeudamientos, ingreso en los circuitos de la usura, implicación de los familiares y crisis de las familias.

Hay que decir, sin embargo, que me refiero al juego compulsivo, al juego de azar como forma de hacerse rico, como forma de triunfar en la vida; al juego de azar como forma de esclavitud de la persona, como una forma de dependencia patológica.

No pretendo una condena del juego como tal. El juego es un fenómeno presente en todas las civilizaciones, del que tenemos constancia desde tiempos antiquísimos. No se trata de defender una abolición del aspecto lúdico de la vida, porque jugar es una de las dimensiones bellas de la vida. Se ha hablado del «homo ludens» como una de las dimensiones bellas de la existencia humana. El deporte, sobre todo el deporte practicado y no sólo el deporte espectáculo, es una de las expresiones de esta realidad tan humana.

Lo que hay que evitar es aquella forma de juego de azar que crea en la persona que se entrega a él una verdadera forma de dependencia psicológica del juego, lo que se llama la ludopatía, es decir, un comportamiento compulsivo, semejante –en cuanto a la dependencia– a las toxicomanías y al alcoholismo. La persona que se entrega a esta dependencia entra en un circuito obsesivo: juega para rehacerse de las pérdidas y entra en un círculo del que no es fácil salir, porque monopoliza toda su atención. El poeta Juvenal, a propósito de la pasión de los ciudadanos romanos por los juegos de azar, dedicó a éstos una de sus sátiras, en la que dice que este exceso lleva a un momento en el que ya «no basta con la bolsa (el dinero), sino que hay que poner en juego incluso el arca» (es decir, el patrimonio familiar). Por esto, hay que prevenir a las personas sobre esta forma de dependencia. El juego de azar es como un espejismo en los desiertos que nos plantea la vida. Es una ilusión seductora, de la que sin embargo se puede acabar muriendo. Muriendo, en resumen, la vida personal, la vida sana de relación con los demás y el equilibrio personal bajo el peso de una dependencia cada vez más aplastante.

El juego es una pasión y como todas las pasiones puede dinamizar a la persona o la puede hundir. Entregarse a ese juego de azar puede acabar destruyendo a la persona. Cervantes lo vio claramente cuando escribió estos versos: «Porque al tahúr no le dura/ mucho tiempo la alegría/ y el que de naipes se fía/ tiene al quitar la ventura».