Europa

Belgrado

Las caras de una guerra imborrable

La memoria de la Guerra de Yugoslavia hace reaparecer los fantasmas en serbios y bosnios. Dos de ellos viven en España y recuerdan la tragedia que sufrieron y las múltiples heridas, todavía sin cerrar, de los Balcanes 

Aleksandar (serbio): «Basta ya de que el serbio sea el asesino». 50 años, estudio ingeniería. Tenía un alto cargo en Belgrado. Tras emigrar, trabajó en la construcción en España antes de lograr un puesto acorde con su formación
Aleksandar (serbio): «Basta ya de que el serbio sea el asesino». 50 años, estudio ingeniería. Tenía un alto cargo en Belgrado. Tras emigrar, trabajó en la construcción en España antes de lograr un puesto acorde con su formaciónlarazon

Mientras la Justicia internacional se ocupa de aquellos presuntos culpables, ponemos voz y forma al haz y el envés del dolor. Escuchamos a un bosnio musulmán y a un serbio ortodoxo. Quince años después, ambos siguen siendo víctimas aquella guerra en el corazón de Europa. ¿Se puede resumir una guerra en 1.200 palabras?

Nedžad Delic* se alistó como soldado voluntario en su Foca natal –cerca de Sarajevo–. Aleksandar Vuksanovic se vio empujado a subirse a Ford Sierra hacia el exilio, para no ser reclutado en Belgrado. El primero sigue bajo el shock de una guerra que terminó hace 15 años. El segundo se afana por reclamar que la totalidad de sus compatriotas no sean eternamente juzgados por el manto de la sospecha de los verdaderos responsables. La conversación con uno supone un hachazo de dolor; con el otro, una revisión para que la Justicia dirima entre culpables e inocentes.

«¿Cómo puedo resumir aquel horror a alguien que jamás estuvo allí?», dice Nedžad Delic y sólo se le puede creer, como quien ha visto cosas que uno jamás podría imaginar. Yo era electricista, hijo de obreros y trabajaba en una fábrica de zapatillas. Vivía bien, en mi Foca natal. En 1992, con veintidós años, cuando estalló la guerra me alisté como soldado. Tenías dos opciones: o ibas a la guerra a defender lo tuyo y a los tuyos, o te mataban. Nosotros teníamos tres kalashnikov antiguos, mientras que los serbios, todo el poderío del ejército de la antigua Yugoslavia».

«Ni buenos ni malos»
Aleksandar Vuksanovic nunca cogió su fusil, porque ningún arma se ajustaba a su ideología. Cuando reclutaron a su mejor amigo en Belgrado, se exilió. Ingeniero, con un hijo, no estaba dispuesto a luchar en una guerra que no era la suya. «No creo en buenos ni en malos. Lamento en lo más profundo de mi alma el dolor de las víctimas, pero no hay bandos de ganadores ni de perdedores, de modo universal. Todos sufrimos: con muerte, heridas o exilio. Contra quien haya pruebas, que sea juzgado, sea de la nacionalidad que sea. Pero basta ya de que el serbio sea el asesino: ni somos perros salvajes, como se decía en alguna Prensa europea, ni somos una cultura inferior. Fue una guerra muy compleja. Y hubo víctimas y verdugos. Que se depuren responsabilidades».

Quince años desde el final de esta guerra que enfrentó a hermanos con el corazón partido: serbobosnios, bosnios musulmanes, bosniocroatas. Nadie se ha recuperado de las heridas abiertas de aquella brutal contienda en la que murieron más de 100.000 personas. Los acuerdos de Dayton establecieron una tibia paz, pero las complicadas administraciones de la zona y la inestabilidad sostenida por el omnipresente nacionalismo, apoyado por etnias minoritarias, hacen de aquella zona un lugar «delicado».

No compete al cronista juzgar los hechos. El dolor es privativo de cada uno, y su modo y manera. Ambos entrevistados dejaron su vida en un retrato congelado, a mitad de una acción. «Durante el cerco de Sarajevo –explica Nedžad Delic– viví dos años en la montaña, como si fuera uno de vuestros lejanos maquis, acaso más asalvajado por las condiciones. Con una temperatura de 20º bajo cero y sin nada de nada. Luego bajé a una ciudad sitiada sin luz, sin agua, sin abastecimientos y con los francotiradores matando a diestro y siniestro. Cuatro largos años. Eso no es una vida:no puede llamarse vivir a tanta ausencia de todo».

«A mí ya me pilló en Madrid –cuenta Aleksandar, doliente tras conocer la situación de su compañero de reportaje–. Yo no vestí ningún uniforme ni me alcanzaron las granadas. Nada es comparable a nada. Pero al llegar aquí mi vida sufrió un profundo tajo que me hizo reinventarme. Era ‘‘el serbio malo'' y, después de colgar su educación universitaria, tuve que hacer bordillos de construcción en Illescas, doce horas diarias. Volver a empezar. Borrón y cuenta nueva. Con un murmullo de fondo que me hizo ir cobrando una nueva conciencia de la guerra. No soy nacionalista, pero con el tiempo y las barbaridades escuchadas, me he hecho patriota al estilo que pudiera serlo un americano. Todos me hicieron más apegado a mi bandera y mi país, aunque siempre, sin defender ningún tipo de atrocidad», concluye el autor de «La coartada humanitaria», escrita junto a Isaac Rosa y Pedro López (Ed. VOSA).
La matanza de Srebrenica

Para hablar de la matanza de Srebrenica, no hay palabras ni en una ni en otra boca. «¡Ocho mil asesinados! –exclama desde el cuello del alma, Nedžad–. En mi pueblo, fui de los pocos que pudieron salvarse. Los militares serbios iban por los bosques, pillaban a grupos de bosnios y les engañaban diciéndoles que eran de los suyos, para separarles del resto y ajusticiarlos. Uno a uno o en grupos. Era un cuerpo formado porque sabían técnicas de guerra y cómo practicar emboscadas. Nosotros no. Perdí a casi todos los varones de mi familia». El serbio Aleksandar, no duda, ni mucho menos, del dolor causado. Sólo se pregunta por el número real de víctimas: «Todo el que pagó con su vida, no tuvo culpa alguna, porque la mayoría eran civiles, pero no es justo cuantificarles en miles, cuando al desenterrarles sólo se ha encontrado a centenares con las manos apresadas, con signos de haber sido ajusticiados. El resto... ¿era una guerra o no? Si terminaron ajusticiados, necesitamos que se demuestre». A lo que el bosnio, tiene respuesta: «No aparecerán, nunca. A uno de mis primos le encontraron diez años después. Ellos sabían que vendrían las autoridades internacionales y por eso removieron las fosas y dividieron los restos mortales. Así tardarán siglos en hacer pruebas de ADN y contabilizar». Como siempre la Justicia será lenta en dirimirlo.

De otras tácticas de guerra, el serbio duda («simplemente lo ignoro») y el bosnio asevera: «Violaban a mujeres, sistemáticamente, para hacerlas pasar por la doble humillación de forzarlas y parir hijos de otra raza y religión. Tengo un amigo en cuya casa hicieron prisioneras a 50 mujeres, para someterlas».

El mayor motivo de duda para el serbio se cierne sobre la zona desmilitarizada llamada Srebrenica: ¿Por qué fue la obsesión de Mladic? No pocos compatriotas de Aleksandar sostienen que, por utilizar una comparación con el parchís, aquella localidad era un lugar seguro, en tanto que era declarada por la ONU zona protegida y desmilitarizada, pero que los bosnios, presuntamente, practicaban la guerra de guerrillas en otros pueblos de la comarca y volvían al lugar protegido por soldados holandeses de la ONU, en Srebrenica. «Muchos considerados muertos, acudieron a votar en los comicios», asegura nuestro interlocutor serbio. El bosnio sólo recuerda haberlo vivido en la agonía de la trinchera: si se movían, si dejaban el fusil de asalto, el enemigo irrumpiría en su pueblo.

¿Cuánta culpa tuvimos todos? ¿Cuánta ignorancia nos invadió? ¿Cuánto pudimos hacer y no hicimos? Uno y otro tienen su versión del dolor. Estas palabras no contentan a nadie. Hubiera sido más fácil cruzarnos con un santo varón y un perfecto canalla. Pero la vida nos rompe los titulares. Y la paz es siempre un objetivo muy lejano. Ellos son sólo dos hombres, que escuchados de uno en uno, tienen su razón y su razones. Uno y otro, sólo le desean a Mladic un juicio justo. Y que pague por lo que ha hecho, si de demuestra que lo hizo. Éstos son sólo dos fragmentos de vida truncadas. Hay miles, más. Y cuántos no viven para contarlo o no tienen voz para hacerlo. La profundidad de la llaga, no la comprenderemos nunca. Quien esto escribe sabe menos que hace cien líneas. Qué pena dan quienes lo tienen todo tan claro. MIR ZA PREŽIVELE NA BALKANU: (PAZ PARA LOS SUPERVIVIENTES DE LOS BALCANES).

** Los nombres están castellanizados