Libros

Colombia

El extraño caso del periodista Martínez

La Razón
La RazónLa Razón

LA IZQUIERDA PREVISIBLE
Puede que el sistema educativo chileno, que, según el último informe PISA, genera los mejores licenciados de toda Iberoamérica, sea perfectible. La idea de un Estado garante, que deja la educación en manos privadas y no se mete en ideologías, es atractiva, pero obliga a los beneficiarios a pagar parte del coste. El sistema lo estableció Pinochet y lo han mantenido durante 20 años los sucesivos gobiernos de izquierda. Esa misma izquierda que, ahora que gobierna la derecha, exige una vuelta al estatalismo.



La periodista mexicana Sanjuana Martínez, autora de una más que notable investigación sobre la pederastia en la Iglesia católica y sobre la doble vida del fundador de los legionarios de Cristo, Marcial Maciel, presenta un nuevo libro sobre el azote del narcotráfico –«La Frontera del Narco»–, que hace hincapié en la guerra que se libra en los estados de Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León, territorios de los terribles «zetas». A menos que sea un error de transcripción del redactor de Efe, cosa que dudo, la periodista Martínez dijo durante la presentación de su obra que la frontera entre México y los Estados Unidos «es un laboratorio de violencia y drogas creado por Estados Unidos y estimulado por Felipe Calderón». Y añadió que era difícil discernir en esta coyuntura quién está detrás de la violencia, «si solamente son los criminales que ejecutan a las personas o si hay casos que se ordenan desde lo más alto del poder». En definitiva, que «la descomposición que ha generado el Gobierno de Felipe Calderón nos ha devuelto a épocas primitivas, en cuanto a barbarie».


Un reportero de sucesos, asesinado a golpes
Modestamente, no es ésa la sensación que tuve cuando, en el verano de 2007, intenté averiguar, ya les adelanto que sin éxito, qué había sucedido con un colega, Saúl Noé Martínez, asesinado en Agua Prieta, una anodina ciudad del norte de Sonora que, con Nogales, forma parte de la llamada «Puerta de Oro»: por donde se pasaban drogas e inmigrantes ilegales a territorio gringo. Saúl tenía 36 años, era reportero de sucesos y trabajaba para un periódico local. En la noche del 16 de abril de 2007, se lo vio venir y condujo su camioneta hasta la Comisaría de Agua Prieta para pedir auxilio. Golpeó la cristalera de la puerta –cerrada– pero el guardia no le abrió. Detrás llegaron los malos y, a empellones, le metieron en una furgoneta. Su cadáver, machacado a golpes, fue hallado una semana después en una vieja pista apache. Vi las fotos judiciales hechas a la camioneta de Martínez, con la puerta aún abierta, frente a la mismísima entrada de la Comisaría. Han pasado los años y no se sabe nada del asunto. Como tampoco de otro colega, Alfredo Jiménez Mota, desaparecido en Hermosillo, la capital del estado de Sonora, en 2005. Sí se sabe, y con absoluta certeza, que en aquellos años, cuando Calderón apenas acababa de llegar a la presidencia de México, el jefe local del narcotráfico era el comisario de Agua Prieta, Ramón Tacho Verdugo. Que «Tacho», popular y extrovertido, había colocado al frente de las comisarías de Cananea y Nogales a su hermano Roberto y a un cuñado. Que en Sonora, las diversas policías municipales eran los auxiliares del cartel del Golfo y que el baño de sangre que sobrevino no lo provocó Calderón sino la disputa del territorio con los del cártel de Sinaloa. Uno de los primeros en caer fue el propio Tacho, curiosamente asesinado en la puerta de su Comisaría; pero la siguieron un centenar largo de policías. Una guerra con momentos estelares como el asalto y toma de la ciudad de Cananea por una expedición del narco a bordo de dos docenas de automóviles blindados y armados con ametralladoras pesadas. Por cierto, en Sonora gobernaba el PRI. Y, ¿qué iba a hacer Calderón? Lo único que no estaba demasiado infiltrado por el narco era el Ejército mexicano y a él recurrió...

Hoy, Sonora ha dejado de encabezar la lista de estados más violentos y se ha llevado a cabo una profunda renovación de los cuerpos policiales. Todavía hay asesinatos, pero el eje de la guerra se ha trasladado a otras zonas de Chihuahua, Nuevo León, Guerrero y Sinaloa. Y, como ocurrió en Colombia, los «capos» del narcotráfico ya no se permiten el lujo de cerrar restaurantes para sus fiestas privadas, ni se pasean a la luz del día, ni ejercen el papel de «empresario triunfador». Son eso que se ve en los periódicos: asesinos fríos, capaces de las peores canalladas.
 
No sé si el próximo Gobierno, el que salga de las urnas en diciembre de 2012, seguirá la batalla o desistirá. Cincuenta mil muertos, cinco mil desaparecidos y centenares de miles de desplazados son un coste muy difícil de asumir y cualquiera entenderá la nostalgia por esos tiempos en las que el narco ponía y quitaba alcaldes, policías, jueces y fiscales pero «no molestaba a la gente del común»; a los ciudadanos normales que ahora están en medio del fuego cruzado. No, el narco no molestaba a menos que tuvieras algo de su interés: una empresa, un rancho, una hija guapa...


Los israelíes tendrán que apretar los dientes
El individuo de la fotografía era Izz al Masri, terrorista suicida palestino que el 9 de agosto de 2001 se hizo estallar en la pizzería Sbarro de Jerusalén. En la imagen, posa para la posteridad con un fusil de asalto, un ejemplar del Corán y el correspondiente cinturón de explosivos. Al lugar de la matanza le llevó, en taxi, una guapa mujer palestina que le había captado para la causa y que le entregó el estuche de guitarra convertido en bomba. La explosión, en el local atestado, mató a 15 personas, siete de ellas niños, e hirió a 90. La mujer se llama Ahlam Tamimi y la televisión palestina la considera una heroína. Es uno de los doscientos terroristas con delitos de sangre que serán canjeados por el soldado Shalit. Mi cariño a los familiares de las víctimas.