Baltimore

Divine y Waters sus satánicas majestades

El director y la actriz concibieron un modelo de estrellato inaudito y consagraron el cine «trash». O sea, basura.

Divine, en la película «Pink Flamingos», de John Waters
Divine, en la película «Pink Flamingos», de John Waterslarazon

Tras las mujeres fatales, sustituidas por los «sex symbols» de los años 50, aparecieron los antimitos y las antiestrellas, que dieron al traste con el glamour de las mujeres objeto. La crisis del petróleo, la maxifalda, el plataformón, el feminismo y el avance del «gay power» echaron al traste el concepto de sublimidad de la mujer objeto en el cine de Hollywood. Pero hete aquí que travestis y «drag-queens» llegaron en auxilio del glamour perdido y hallado en el cubo de la basura de la historia. El primero en descubrirlo fue Andy Warhol, especialista en la fabricación de «superstars» con desechos, vulgaridad y travestis paródicas. Una imitación bastarda de las grandes estrellas del cine, de las que fue su más rendido admirador. Pero quien redondeó el fenómeno fue John Waters con su satánica majestad Divine, elevando a figura estelar a una superestrella de un calibre y envergadura física inigualables. Ninguna travesti anoréxica de la Factory le llegó a la anchura de sus caderas. John Waters y Harris Glenn Milstead vivían en el mismo barrio de Baltimore y ambos suspiraban por convertirse en grandes luminarias del cine. Waters quería ser el director de cine guarro más inmundo del mundo y Harris Glenn una mujer tan sexy como Liz Taylor aunque ya entonces pesara veinte veces más que ella y su fealdad a lo Baby Jane anunciara cómo sería Liz cincuenta años después. Desde los primeros cortometrajes hasta su triunfo internacional con «Pink Flamingos» (1972), sus carreras fueron como esas paralelas que se juntan en las cutresalas de un cine porno. Su imagen agresiva, su cara, máscara kabuki, los pelos megacardados y las faldas retractiladas se convirtieron en los atributos del nuevo concepto de estrella «underground» del cine basura de John Waters. Rápidamente convertida en la estrella más soez y paródica del cine gracias a su desbordante figura «kitsch» y a una voz de una estridencia tan hiriente que de haber sido un bibelot de mayólica la hubiera comprado Michael Jackson para decorar el recibidor de su rancho de Neverland. Lo más paradójico de Divine era que a medida que crecía su fama de mujer gorda y felina, por mucho traje de tigresa y aullidos que lanzara en las discotecas, más se parecía al ama de casa que parodiaba, como demostró en «Hairspray» (2000), en la que interpretaba de forma genial a esa extravagante mujer de clase media que toda vecina desea tener en su condominio de adosados para ir a la pelu juntas. Su fama trascendió a la de Waters, que fue languideciendo a medida que crecía la de Divine. Poco antes de morir de una apnea del sueño, Disney la había contratado para el personaje de la malvada Úrsula de «La sirenita» (2000) y había comenzado su colaboración con la Fox en la teleserie «Matrimonio con hijos».


«Friqui» mutante
 La escena cumbre del «friquismo camp», que sintetiza el cine «trash» de Waters, puede verse en «Mondo Trasho» (1969). Divine está tumbada en un sofá, con un visonazo y en enaguas, cuando aparece una langosta gigante de plástico y la viola. La fantasía erótica de la mujer y el monstruo llevada al límite imposible de la copulación. Su «friquitud» nace de la grotesca escena de la alimaña gigante pasando al acto y violando a Divine, una asesina gorda y vulgar, que contrasta con las bellas heroínas raptadas por arañas gigantes, típicas del cine de terror nuclear. Pero es la grotesca Divine quien triunfa sobre la bestia, que, humillada por su goce, retrocede y huye. De esta experiencia orgásmica, Divine sale sexualmente convertida en una peligrosa ama de casa liberada, despeinada y con el rímel corrido, una zombi enloquecida que abatida a tiros como una «friqui» mutante surgida de «La noche de los muertos vivientes».