Santander

J C Pérez de la Fuente: «Las cifras que maneja el teatro público son muy altas»

Mañana estrena en Santander «El tiempo y los Conway», de John B. Priestley, y prepara su debut en el Clásico, «Un bobo hace ciento».

Juan Carlos Pérez de la Fuente
Juan Carlos Pérez de la Fuentelarazon

De 1919 a 1937. O de 1937 a 1919, todo cambia y salta en la vanguardia dramatúrgica de «El tiempo y los Conway», un extraño drama escrito por John B. Priestley en 1939 que Juan Carlos Pérez de la Fuente rescata para la escena española (lo tradujo al español a finales de los 40 Luis Escobar). Mañana lo pone de largo en el Palacio de Festivales de Santander. Una buena excusa para charlar con Pérez de la Fuente: ensaya el estreno de febrero de la Compañía Nacional de Teatro Clásico «Un bobo hace ciento», de Solís, y prepara «La revoltosa», zarzuela que el Canal estrena en abril. También para hablar de teatro, público y privado, con el empresario y ex director del CDN, que conoce ambas caras de la moneda.

-Trabaja en dos estrenos a la vez. ¿Es de locos, de quijotes, de kamikazes o de enamorados del teatro hacer esto hoy en día?
-(Risas) Creo que es de todo eso a la vez. En tiempos de crisis tan duras hay que responder con más curro. En el último ensayo en Madrid pensaba: «Dios mío, tengo una compañía con doce actores, veinte con los técnicos, y otra que nace ahora con diez». He dormido siempre mal, de vez en cuando necesito algún tranquilizante, y a partir de ahora más. Pero el miedo sólo se vence con trabajo, y no cambiando los objetivos. No voy a hacer teatro «comercial», esa palabra que cada vez me gusta menos.

-En realidad, «comercial» es un término que no se ha utilizado correctamente, ¿no cree?
-Claro, siempre se ha entendido por comercial un teatro que se hace más por los objetivos comerciales que por los artísticos. Eso habrá gente que lo haga, pero no es mi caso. Mis objetivos no eran atesorar dinero y tener chalets y coches. Se puede hacer buen teatro desde lo comercial y malísimo.

-¿Eso es aplicable al teatro público, que a menudo parece que tiene que ser «cultural»?
-El teatro público, siempre lo he repetido, para lo que nació y a lo que se debe, igual que la televisión y la radio públicas, es al público. Seguimos estando en la cola de Europa y del mundo. Los autores no se consolidan con una puesta en escena, sino a lo largo del tiempo, y eso no está pasando. Sin embargo, cada vez se engordan los presupuestos en una sociedad en la que la gente no llega a fin de mes. Mis padres viven con 500 euros mensuales. Hay que decirlo, sin miedo: las cifras que manejan los teatros públicos son muy altas y los objetivos no se cumplen. Yo nunca más he vuelto a ver hacer a Max Aub, por ejemplo.

-Y desde el sector privado es difícil. Sastre y Jardiel Poncela, por ejemplo, en la España de hoy, son «autores de riesgo».
-A fuerza de dividir, hemos perdido la identidad. Lo que hace la memoria teatral de un país teatral son los textos de sus autores. Eso no pasa. Estamos en otro tiempo. Quizá cuando vuelva otro Gobierno las motivaciones sean mayores.

-Ahora viaja a Inglaterra, de la mano de Priestley.
-Es una obra de un inconfundible aroma inglés... Tiene la esencia de Oscar Wilde y de la época victoriana, en el personaje del padre sobre todo.

-Fue pura vanguardia. Hoy estamos más acostumbrados a los «flashbacks». ¿Seguirá siéndolo?
-Priestley estaba muy interesado en el experimento del tiempo que había hecho J. W. Dunne. Tiene tres obras, «Yo estuve aquí una vez», «La esquina» y ésta, que él murió diciendo que era la que más le gustaba y de la que más orgulloso se sentía, aunque es verdad que tuvo un gran éxito con «Llama un inspector». A él le sorprendió mucho la teoría de la serialidad, según la cual el tiempo no es lineal, sino que sucede todo a la vez. Eso hace que la obra tenga una estructura sorprendente, revolucionaria. Pero se quedaría en la anécdota si no contara una historia tremendamente humana sobre la responsabilidad de nuestro destino. La historia de los Conway sucede en un periodo de entreguerras: en el primer acto estamos en el cumpleaños de Kate, una de las hijas; todos son jóvenes, se quieren comer el mundo... Veinte años después nos encontramos con uno de los mejores actos del teatro europeo, de gran dureza y enjundia emocional.

-Un acto de decepción. ¿Le apetecía montar la obra por el signo de los tiempos que vivimos?
-La primera vez que compré la obra de Priestley fue en 1978, en La Avispa. Han pasado 33 años...

-Y ha cerrado auquella librería, que era un lugar de referencia.
-¡Me parece que ahora venden cosas de peluquería! Ya ves, son los signos de este tiempo. Ya entonces la propietaria, Julia, me decía: tienes que leer a Priestley algún día. La Avispa era el mentidero, el diván de psicoanálisis, allí se cocía todo lo que sucedía en el teatro, alternativo u oficial. Me fui a casa, a la página que me había dicho, y me quedé impactado. La señora Conway es la protagonista, pero es una obra coral, son diez personajes en busca del público. Y gracias a Dios me he encontrado con Luisa Martín, que está haciendo uno de los papeles de su vida. Es una mujer con mucho talento y una gran currante.

-Pasa el tiempo para todos, también para el panorama teatral...
-Claro, en España ha triunfado un tipo de teatro. No sé hasta qué punto estamos en esa catarsis que el teatro público debe aportar. Se ha consolidado el teatro como hecho cultural pero ha fracasado como espejo, como revulsivo y como reflexión.

-¿La culpa es del teatro?
-¡No, pobre teatro! La culpa es nuestra, de la sociedad. Tenemos la obligación de contar las historias de tal manera que lleguen a la gente: hay que llenar los teatros. Este historia es durísima y hay que hacerlo con mucho cinismo. El teatro inglés no se entiende sin el humor. A nuestros dramaturgos eso les falla. A Buero yo le decía siempre: «Antonio, con más humor». El distanciamiento ha fracasado, al teatro no se va a que nos aleccionen, sino a que nos emocionen. Estamos haciendo uno demasiado intelectual: amamos, incluso follamos intelectualmente.

-Por no hablar de la ideología.
-Esa es otra. Los teatros públicos no tienen que enfrentarse al poder, pero sí estar enfrente: cada uno en su sitio. Lo hice cuando me nombró el PP. Me fastidia ver a Lorca como un hecho estilístico, no teatral. Y hay que reivindicar a Max Aub. Seguimos teniendo a muchos autores olvidados.

-No habrá caído en la tentación de los relojes que se derriten...
-En absoluto. La obra tiene varios perfumes. Uno es el de una obra que alguna vez dirigiré: «El jardín de los cerezos». La señora Conway es un personaje victoriano, su marido ha muerto y la casa se convierte en símbolo en el segundo acto. Unos planos enormes, de arquitecto, configuran ese espacio escénico. Es un tiempo que ha pasado y no volverá. Esa nostalgia enorme de Chéjov se la he puesto a este montaje. Quiero demostrar además que la belleza es fundamental, cada vez creo más en ella, al contrario que algunos directores, amigos míos como Calixto Bieito, al que respeto muchísimo. Pero a él le gusta el feísmo. Yo creo que para echar un vómito perfectamente maquillado, con el patetismo de esta obra, hay que tener la casa muy limpia.

-Se atreverá con la zarzuela en «La revoltosa», que estrena en abril en los Teatros del Canal.
-Sí, nunca me había llamado ningún director del Teatro de la Zarzuela. Pero lo ha hecho Albert, me propuso hacer algo más «ortodoxo»: le dije que me explicara esa palabra... «La revoltosa» es uno de esos sainetes maravillosos, con música preciosa. Pero cuidado: transcurre justo antes del desastre de 1898. La primera vez que la escuché ya tuve la sensación de que esa gran fiesta que vemos en la primavera de 1897 tenía algo metafórico, una gran sorpresa. Y le dije al maestro Roa: el final tiene que ser que se caiga el techo de Madrid. Va a ser sencilla, la sala ya de por sí parece una corrala, en la que el público va a estar alrededor. Me voy a traer camiones de la sierra de mi pueblo de romero y espliego para hacer una fiesta de los sentidos, para que el pueblo de Madrid viva esta historia de gentes del pueblo y amores. Lo quería muy italiano: parece que hemos descubierto ahora a De Filippo y nos olvidamos de nuestros Arniches y Mihuras...

-¿Es zarzuelista?

-La zarzuela hay que revisarla sin tonterías. No entiendo que con esa música tan bonita los directores hagamos propuestas tan antiguas. Y modernas no significa que hagamos el payaso ni que pongamos a alguien en vaqueros. Es hacerlo con la energía de hoy. Ha triunfado la comedia musical, tenemos Madrid lleno de musicales. Es el momento de hacer la zarzuela de otra manera para que le llegue al público joven. Pero, ¡claro que me gusta la zarzuela!



El detalle
UN MADRID LIBERTINO PARA LA CNTC

Pérez de la Fuente debuta el 19 de febrero con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Será con «Un bobo hace ciento». «Cuando me llamó Eduardo [Vasco] para dirigir, me dio tres o cuatro textos –cuenta el director–. Lo primero que me encandiló de éste es que el estreno fue en el Alcázar de Madrid. Velázquez acababa de pintar Las meninas y Antonio de Solís era el secretario de Felipe IV». Y añade: recuerda: «He hecho un espectáculo muy arriesgado, muy loco. Aunque, en lo formal, en Madrid había mucho convento, no existía una ciudad más libertina y cachonda».