Los Ángeles

De mujeres por María José Navarro

Me levanté el lunes bien temprano, tanto que aún Carlos Bardem no había colgado en Twitter la foto de su nueva novia a los pies de la cama del hotel que compartían en Los Ángeles. Supongo que alardear, a estas alturas, de maciza con escotazo y tacón mareante es síntoma de modernidad.

El físico de Pe en los Oscar ha desatado numerosas críticas
El físico de Pe en los Oscar ha desatado numerosas críticaslarazon

Me levanté el lunes bien temprano, tanto que aún Carlos Bardem no había colgado en Twitter la foto de su nueva novia a los pies de la cama del hotel que compartían en Los Ángeles. Supongo que alardear, a estas alturas, de maciza con escotazo y tacón mareante es síntoma de modernidad. Me levanté temprano y pude escuchar por la radio (porque la crisis me da para menos canales de pago) que se llevaba mi Colin Firth un Oscar y pegué un gritillo absurdo que resonó como un trueno en el bloque de vecinos. El triunfo del hombre más maravilloso, más guapo y más inglés, y, encima, con aspecto de ducharse a diario. Ojo, que esto no se estila. La ducha ya no es sinónimo de cualidad y parece que tampoco lo es la contención, que oí también seguidamente que es un soso y encima un elegante, porque por lo visto lo que está de moda es ser un «descuidao» y dar solapazos de confianza a las primeras de cambio.

Pero me ganó mi Colin un Oscar y tiene mucho valor gustarnos tanto a tantas mujeres llamándose Colin y siendo educado, aunque ya se sabe que es mucho mejor ir de desagradable, hablar del circo de Hollywood, hacer un calvo en la fiesta posterior y salir a cuatro patas del garito. Mientras escribo esto veo algunos comentarios sobre el vestido de Pe y la «poitrine» de Pe y las curvas de Pe y de los kilos de Pe y siento enormemente que vengan siempre de mujeres. No hay manera, no aprendemos. Hace poco más de un mes que ha sido madre, pero las que han sido madres, las que podríamos serlo y las que lo serán, prefieren cargar contra los efectos de nueve meses de panza y de hormonas descontroladas y reírse de la espléndida mamá que va debajo del vestido rojo. Es también la revolución que nos queda a las mujeres, la de evitar ser las peores contra nosotras mismas. Y nos falta otra más: la de exigir que, cuando los que se resisten a estar bajo la bota de los dictadores en los países árabes triunfen, pensemos en ellas. En las que quizá no adquieran la libertad al mismo tiempo que la obtengan los hombres.

En Egipto, según el Pew Research Center, el ochenta por ciento de los hombres están a favor de apedrear a la mujer adúltera. Incluso exagerando, incluso fantaseando sobre posibles oscuros intereses de la encuesta, sabemos que allí quedan tíos así. Esa también es la revolución. No cedamos, por favor. Por nosotras.