Murcia

El alquimista por Pedro Alberto Cruz

La Razón
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No soy dado, por haber padecido acusaciones infundadas por parte de píos y herejes (curiosamente ampliamente prebendados por la «mano negra» que en su momento les hará enfrentarse entre ellos), a dejarme llevar por la voces –y mucho menos por los ecos- de los que utilizan el dedo índice para algo más que hurgar en su nariz; no soy dado a creer, porque como buen irreflexivo busco el conocimiento fuera de los convencionalismos al uso.

Por eso, cuando se acusa a alguien (resulta también curioso que cuando a un sujeto se le «pilla» in fraganti se le diga presunto, y cuando la base de la acusación es la calumnia se le considere culpable) procuro no dejarme llevar por lo que siento y pienso de él, para no incurrir en el principal pecado de la sociedad española actual (debidamente «santificado» desde los más altos ambones mediáticos), consiguiéndolo en un gran porcentaje: siempre hay que dejar un margen a la debilidad humana.

Por eso, ante las noticias referidas a un personaje, muchos años ocupando puesto destacado en el «candelerero» oficial, con el que no me siento identificado en nada, mi postura se ha mantenido inamovible, procurando no ceder a la tentación y comportarme con él –dentro de mi inexistente poder- como en él ha sido uso y costumbre.

Y eso que por mi mente pasan, más que a galope, desbocados, los recuerdos hechos presente de sus actuaciones, de su hacer trapichero, de la trasmutación de los hechos para convertir el oro en plomo como mal alquimista, de la manipulación de los sucesos para presentar a la víctima como agresor… y responsable de la agresión sufrida (en esto acompañado por algún «señorito» de medio pelo que no es de su cuerda).

Por eso, yo que no sé nada de átomos, moléculas y elementos, no me sumo al coro, no aplaudo en el entreacto, espero al final de la función para saber si existe la justicia.