Cataluña

Smiley torero

La Razón
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Los lamentos que suscitó la prohibición de los toros en Cataluña podrían haber sido aún más plañideros. Nadie protestó porque una decisión de tal suerte pudiera ser sometida a votación en un Parlamento. Pero si aceptamos que nuestros derechos y libertades pueden ser violados, aunque sea votando, tenemos el desenlace inevitable de la expansión ilimitada de la coacción y del desconcierto moral: si las autoridades son capaces de facilitar el aborto de niñas adolescentes pero de prohibirles severamente fumar, porque fumar está muy mal, ¿alguien piensa que no serán capaces de acabar con los toros bravos? Serán capaces de todo, por ejemplo, capaces de quitar libertades y ponerse de perfil si creen que el impacto en la opinión pública es dudoso, como han hecho Montilla y Smiley, que esta semana presumió de estadista preocupado por los trabajadores (¡20 % de paro!) y aseguró que él no habría prohibido los toros, como si la acción y la omisión de los socialistas catalanes y no catalanes no hubiesen tenido nada que ver con lo sucedido, y terminó aconsejando no politizar el asunto, ¡él, que todo lo ha politizado hasta la náusea! Y no pasó nada. Dirá usted: sí pasó, las encuestas empeoran para Smiley y sus secuaces. Es verdad, pero no empeoran tanto como deberían empeorar a tenor de sus fechorías antiliberales, a tenor de lo mucho que han hecho para desmoralizar y erosionar la capacidad de resistencia de las españolas y los españoles libres.