Manila

Disparar armas una actividad familiar en Filipinas

Acudir a un campo de tiro es una actividad para toda la familia en Filipinas, una nación apasionada por las armas y donde niños pequeños manejan pistolas de pequeño calibre como si fueran de juguete bajo la mirada orgullosa de sus padres.

El pequeño Lucky, vestido con pantalón militar y una camiseta con el escudo de la Policía bordado, grita y se ríe mientras se esconde de su padre, con el que acaba de llegar al club de tiro que su familia regenta en la ciudad de Angeles, a unos 80 kilómetros al norte de Manila.

Aunque apenas tiene tres años, corretea sin la menor preocupación por el establecimiento mientras atronan fusiles de asalto M-16 y distintos modelos de pistola con los que varias cuadrillas de amigos pasan el día acribillando los monigotes de cartón colocados en cada pista de tiro. "Es increíble disparar en un ambiente tan relajado, esto es impensable en Alemania, donde a los niños ni siquiera les dejarían entrar en un sitio así. Creo que esto sólo es posible en Filipinas y en Arizona", señala Andreas, un ex militar alemán que ha acudido a pasar el día disparando fusiles de asalto con amigos.


Al lado de las tapias que separan las diferentes pistas, junto al menú del puesto de hamburguesas del establecimiento, se advierte a los clientes de que ningún menor podrá disparar sin la supervisión de un adulto. "La seguridad es nuestra mayor preocupación", reza una pintada en rojo que ocupa uno de los muros.


Kleavand Chua, el padre de Lucky, coloca su pistola y la de su hijo desmontadas sobre una mesa junto a la pista y luego monta la suya ante la mirada distraída del niño, que hace todo tipo de muecas mientras juguetea con absoluta naturalidad con su arma descargada.
"Después de aprender a nombrar las partes del cuerpo, aprendió a distinguir los distintos componentes de la pistola. Le gustan mucho las armas. Para su cumpleaños iba a regalarle un coche teledirigido, pero insistió tanto que al final le compré un fusil de juguete", cuenta Chua.


Una vez terminados los preparativos, Lucky se coloca unos auriculares protectores y unas llamativas gafas de sol y se encamina con su progenitor a la pista de tiro, donde están desplegadas las armas de gran calibre sobre una mesa.


Para el padre no supone ninguna preocupación que su hijo aprenda tan pronto a disparar, al contrario, cree que es una medida que incrementa su seguridad. "Es bueno que empiece tan joven porque así aprende a tener disciplina e interioriza los fundamentos. Mientras sepa usar el arma, no hay problema. Me dijo que si son de verdad tendrá cuidado, siempre me dice que compruebe si está el cargador metido", comenta el filipino.


"Si se cumplen unas normas, no es peligroso, es como cualquier otro deporte", puntualiza.
Chua sube a Lucky a una silla y con una mano sujeta su cuerpo por detrás mientras con la otra le ayuda a sostener la pistola de pequeño calibre, bajo la supervisión de un monitor del club. A la señal del padre, que no deja de sujetar a su hijo ni el arma en ningún momento, el niño aprieta por primera vez el gatillo y atraviesa de un balazo el maniquí de cartón situado a unos cinco metros."Todavía es pequeño y no tiene fuerza suficiente para apretar bien el gatillo, por eso tiende a desviar sus disparos hacia la izquierda", explica Chua.


Cuando a los pocos minutos vacía por segunda vez el cargador de su pistola, su padre le prepara un arma algo más grande pero con un gatillo más fácil de manejar. Tras gastar las cinco últimas balas, el niño levanta los brazos en señal de victoria mientras sonríe eufórico, como si acabara de marcar un gol en un partido de fútbol.


Luego vuelve a corretear, esconderse y hacer muecas como cualquier niño de su edad.
Aunque la precocidad de Lucky es excepcional debido al negocio familiar, varios menores acuden todas las semanas a practicar al club y uno de ellos, de sólo 9 años, ya tiene licencia para disparar solo y competir en este país tan aficionado a las armas.