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La Razón
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Hasta mi otoño vital no supe que El Escorial y San Lorenzo del Escorial son dos municipios. Por el muro que da al sur del Monasterio se establece la frontera. Y no se llevan bien los de arriba con los de abajo. Creo recordar que los de abajo son los del Escorial a secas y los de arriba los de San Lorenzo del Escorial. Podría ser lo contrario perfectamente, porque cuando me lo revelaron se me puso la cabeza como un bombo. Sucede lo mismo, más o menos, con Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, y con Elda y Petrel, y con Pasajes de San Juan, Pasajes de San Pedro y Pasajes Ancho, que hay tres Pasajes, manda narices.

Años atrás viajé con Antonio Mingote de Madrid a Villafranca del Bierzo, donde participábamos en el programa «Protagonistas» de Luis Del Olmo. En el kilómetro 38, altura de Villalba, se leía en un cartel: «Madrid independiente». Le faltaba un guión para anunciar un partido de fútbol internacional, el Madrid-Independiente, pero el objetivo era otro. Superado San Rafael, ascenso hacia El Espinar, un segundo mensaje: «Castilla Comunera. Independencia». Sin apercibirnos de ello habíamos salido del Estado de Madrid y nos hallábamos en el Estado de Castilla de los Comuneros, que eran Padilla, Juan Bravo y Maldonado, tres calles muy elegantes de la Milla de Oro de Madrid.

Al fin, La Bañeza. Un nuevo aviso. «León, independiente de Castilla». La nueva nación se presentaba fría y formidable en sus paisajes, transición de la meseta a la bóveda boscosa del norte. Desnudos los robles, los castaños y las hayas, y los ríos, fuertes y tronantes. El Manzanal abajo, Ponferrada, la cuna de Luis Del Olmo y el origen de la ruina de mi familia. Las minas. Gracias a ella me divierto escribiendo. Ponferrada no mostró pretensión alguna de independencia, pero en Villafranca, con el castillo de los Álvarez de Toledo y la calle del Agua, nos fijamos en un nuevo mensaje escrito con grandes letras en una piedra. «Villafranca, independiente de León». En apenas quinientos kilómetros, cuatro gritos de independencia.
Existen centenares de localidades en España, que por su desarrollo y expansión, se han unido a los pueblos vecinos. Lo lógico sería unirlas en un mismo ayuntamiento. Pero en todas ellas me aseguran que si alguien se atreve a proponerlo, no sólo pierde las elecciones, sino que lo empluman. Guecho es un municipio, pero los de Neguri no se consideran de Las Arenas, y menos aún, los de Las Arenas y Neguri aceptan ser equiparados con los habitantes de Algorta. En España, somos nacionalistas de aldea, de horizontes de diez metros, separatistas de comedia bufa. No alcanzo a comprender –beneficios económicos aparte–, las ventajas de los nacionalismos, pero si un hijo del Escorial no se considera hermano de un vecino de San Lorenzo del Escorial, no podemos quejarnos de que existan tarambanas y charranes como Carod, Puigcercós, Laporta, Urkullu, Arzallus y Anasagasti. Es cierto, que ante una amenaza grave, los del Escorial y los de San Lorenzo, los de Elda y los de Petrel, y los de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes se unirían. Pero sólo mientras la amenaza permaneciera. La España invertebrada de don José Ortega y Gasset tiene enferma la médula espinal desde los pueblos y las pequeñas localidades. Lo de Cataluña y las Vascongadas es más profundo, por cuanto impera el folclore y el lenguaje diferente. Nada sucederá porque fuera de España se les acabaría el chollo y las lágrimas victimistas. Lo grave es que seamos separatistas respecto a quienes compartimos el mismo rinconcito de aire.