Ginebra

Estrepitoso fracaso de la ONU

La Conferencia sobre Racismo salta por los aires dinamitada por Ahmadineyad

La Razón
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No ha sido una sorpresa. La Conferencia de Revisión sobre Racismo, Xenofobia e Intolerancia de la ONU –que se inauguró ayer en Ginebra y en la que participan 160 delegaciones– es un fracaso que desprestigia a la institución. No fue un buen presagio que anunciaran su ausencia países como Estados Unidos, Israel, Canadá, Australia, Alemania, Holanda, Polonia, Italia o Nueva Zelanda. Todos mostraron sus recelos a que la cumbre pudiera convertirse fundamentalmente en un foro antisemita, como ya ocurrió hace ocho años, en su primera reunión, celebrada en Durban, donde todas las críticas se centraron únicamente en Israel, hasta el punto de calificarlo como un «Estado racista». Y no se equivocaron. A las pocas horas de su inicio, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, provocó el primer encontronazo diplomático. Durante su intervención, el iraní –que repetidamente ha negado el Holocausto y que ha manifestado que Israel debía ser «borrado del mapa»– cargó contra este Estado acusándole de utilizar la persecución de los judíos para establecer un «Gobierno racista» en «territorios ocupados palestinos». Estas declaraciones en un foro internacional auspiciado por la ONU, aparte de faltar a la verdad, son sencillamente inaceptables. Así lo han entendido los representantes de la Unión Europea, entre ellos España, que abandonaron la sala en protesta por sus palabras ante lo que fue una provocación. Ahmadineyad –que nunca se ha distinguido por ser un paladín de los derechos humanos– ha logrado lo que quería: hacer ruido con una colección de frases demagógicas y victimistas, que persisten en el enfrentamiento, tan rentable para él, entre Occidente y los países islámicos más radicales. Este episodio es un ejemplo de la deficiente soltura diplomática de Naciones Unidas y de su escasa habilidad para las relaciones públicas. Si su secretario general, Ban Ki-moon, pretendía que este foro fuese un ejemplo de unidad contra el racismo, el resultado no puede estar más alejado de esas intenciones, al mostrar una profunda división. Ki-moon también ha contribuido al desconcierto en su discurso inaugural al equiparar el antisemitismo con la islamofobia, dos conceptos que no son comparables. Más aún si se tiene en cuenta que este término de nuevo cuño es más que cuestionado por numerosos intelectuales, ya que es utilizado de forma interesada al confundir la crítica legítima al Islam –fundamentalmente en relación a las libertades civiles y los derechos humanos– con la discriminación a los musulmanes. Ki-moon no ha estado acertado con estas consideraciones, que no son dignas del más alto representante de una institución que pierde crédito con conclusiones que parecen muy apresuradas y poco reflexionadas. Nadie duda de la conveniencia de la ONU para organizar esta Conferencia de Revisión sobre Racismo, Xenofobia e Intolerancia, pero sí que son más que cuestionables sus métodos y, sobre todo, la poca autocrítica que reina en la institución. En vez de reprochar a los países que no han asistido su boicot, alegando reticencias que luego se han confirmado, debería ser más diligente para que los excesos verbales de los radicales no utilicen estos foros como altavoz para sus provocaciones. En su calidad de árbitro mundial, y más ahora que la Administración Obama está replanteando un nuevo orden en las relaciones internacionales, la ONU también debería reformular su papel en el mundo si quiere que sus actividades tengan la trascendencia y el prestigio que parecen perdidos.