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Japón

Shiori Ito: la reportera violada que retó al machismo de la sociedad nipona

Amenazada de muerte por denunciar su caso, la periodista se convierte en pionera del Movimiento #MeToo en su país

Japanese freelance journalist Shiori Ito sweeps the tears during her news conference after a court verdict in Tokyo
Shiori Ito ha sido de las pocas mujeres japonesas violadas que se han atrevido a denunciar a su agresor ante la JusticiaKIM KYUNG-HOONReuters

Con tan solo 30 años, Shiori Ito ha conseguido remover los cimientos de la machista sociedad nipona y las tripas y la conciencia de más de uno. Tras ser violada en 2015 por una «vaca sagrada» del periodismo nipón y denunciarlo públicamente, los tribunales le dieron esta misma semana la razón y condenaron al acusado, Noriyuki Yamaguchi, a indemnizarla con 3,3 millones de yenes (unos 27.000 euros). Su victoria ha logrado poner de manifiesto la desigualdad de género en una nación dominada por hombres y supone un empujón al movimiento #MeToo, que trata de ganar notoriedad en un país en el que las mujeres no denuncian casos similares por vergüenza y asumen que tienen parte de culpa.

Sin embargo, el camino para llegar hasta aquí no ha sido nada fácil. Ito ha tenido que lidiar tanto con hombres como con mujeres que no la han creído y han visto su caso como un desafío sin precedentes a los valores tradiciones nipones. Los hechos se remontan a una noche de primavera en la que la estrella televisiva y biógrafo del primer ministro, Shinzo Abe, invitó a la joven reportera, que por entonces estaba terminando una beca en una agencia de noticias de la capital tokiota, a tomar una copa para discutir una posible oportunidad laboral en su cadena.

Un dolor intenso

Según su relato, se reunieron en un bar del centro de Tokio donde picaron algo para más tarde ir a cenar. Sin embargo, lo último que recuerda Ito es que se sintió mareada y fue al baño, donde se desmayó para más tarde despertarse en un hotel. Allí fue donde Yamaguchi la violó mientras estaba inconsciente. «Cuando recuperé la conciencia, con un dolor intenso, estaba en una habitación de hotel y él estaba encima de mí», explicó recientemente a la agencia France Press. «Sabía lo que había sucedido, pero no pude procesarlo», añadió.

Por eso, regresó a su casa y, tras unos días para asimilar lo sucedido, hizo lo que muy pocas mujeres hacen en Japón: denunciar a su agresor. Desde entonces, su batalla por hacer pública la verdad ha estado repleta de obstáculos. El primero de ellos, en comisaría, cuando la Policía trató de disuadirla de denunciar. La segunda bofetada llegó en 2016, con la denuncia ya interpuesta, cuando el jefe de la división de investigación criminal de la Policía tokiota ordenó que se dejase de investigar el caso y la Fiscalía retiró todos los cargos alegando falta de pruebas.

Pero firme en su propósito, y al no prosperar su caso por la vía penal, recurrió a una demanda civil para exigir una compensación por el sufrimiento que el caso le había provocado. Para ello, Ito volvió a armarse de valor y decidió comparecer públicamente en 2017, lo que causó un gran impacto en Japón –en pleno auge internacional del movimiento #MeToo– y le granjeó numerosas críticas, con amenazas de muerte incluidas.

Tanto en esa rueda de prensa como en el libro «Caja negra» que publicó posteriormente contando lo sucedido, la reportera explicó cómo la Policía –ante su petición– había revisado las imágenes de la cámara de seguridad del hotel, donde se podía apreciar cómo Yamaguchi la conducía inconsciente a su habitación por el vestíbulo del hotel. Otro de los detalles revelados fue la declaración del taxista que los llevó al alojamiento y cuyo testimonio también había sido desestimado. Según relató el conductor, ella se había desmayado y el reconocido periodista tuvo que sacarla a pulso del taxi.

Las idas y venidas de su caso, ahora con una sentencia firme, dan una idea de por qué tantas mujeres japonesas deciden no denunciar hechos similares. Según una encuesta de 2017, solo un 4% de las mujeres víctimas de abusos sexuales reconocen en público lo ocurrido. Las razones para guardarse los demonios son evidentes en una cultura que estigmatiza a las victimas y considera esencial sufrir en silencio. «Me inundaron con insultos y amenazas. Pero lo que más me afectó fueron esos correos electrónicos en términos muy educados de muchas mujeres que me decían que tendría que avergonzarme de mí misma por contarlo todo en público», lamentó Ito al ser entrevistada.

No en vano, su caso ha provocado el primer cambio en la legislación nipona en más de un siglo, que ha pasado de penas de tres a cinco años de prisión para los acusados de violación pese a mantenerse la obligación de demostrar que el supuesto culpable usó la violencia o la coacción o la víctima estaba incapacitada para resistir.

Ahora el Movimiento #MeToo japonés se abre hueco en el tradicional archipiélago. Pequeños grandes logros como aumentar en 35 el número de denuncias por violación para llegar a un total de 410 el año pasado; hacer dimitir a figuras como el viceministro de Finanzas, Junichi Fukuda, a quien varias mujeres le acusaron de acoso sexual; o celebrar mensualmente «manifestaciones de las flores» contra la violencia sexual en las ciudades del país, son buen ejemplo de ello. Aun así, Ito reconoce que todavía queda mucho por hacer en un país en el que las víctimas no dan la cara «porque la sociedad japonesa quiere que permanezcan en silencio».

Ella, empoderada gracias al movimiento #MeToo, levantaba con orgullo esta semana una pancarta a las puertas del tribunal tras conocerse el fallo, en la que se podía leer: «Victoria».