Estados Unidos
Un exultante Trump celebra el final de la “caza de brujas"
Tras superar el “impeachment”, el presidente de EE UU tiene vía libre para la reelección En un «mitin» en la Casa Blanca, declara fracasada la persecución instigada por los demócratas, los servicios secretos y los medios. Su popularidad vuelve a recuperarse en las encuestas
El presidente norteamericano, Donald Trump, tuvo ayer una jornada para la celebración. Habló sobre el «impeachment», presumió de su victoria, calificó a sus oponentes de viciosos, estafadores y malignos y convirtió la Casa Blanca en lo más parecido a un mitin electoral. «Estas personas son viciosas», dijo de los principales dirigentes demócratas implicados en el proceso que concluyó la víspera en el Senado. «Adam Schiff es una persona viciosa y horrible», añadió. «Nancy Pelosi es una persona horrible». La acusó de buscarle la ruina desde «hace mucho tiempo».
Hasta aprovechó para dudar de su religiosidad: «No me gustan las personas que usan su fe como justificación para hacer lo que saben que está mal, ni me gustan las personas que dicen ‘rezo por ti’ cuando sabes que no es así».
Poco antes Pelosi le había dicho dicho, en rueda de prensa, que «estás acusado (‘impeached’) para siempre, nunca te librarás de esta marca». Palabras duras, que certifican que, en efecto, Donald Trump es ya, con Andre Johnson y Bill Clinton, el tercer presidente en la historia de EE UU en ser sometido a juicio político. Con independencia del resultado, siempre favorable para los dignatarios.
Para Pelosi, y para los historiadores del futuro, cualquier biografía suya registrará que fue acusado. Según la presidenta del Congreso, «por socavar la seguridad de nuestro país, poner en peligro la integridad de nuestras elecciones y violar la Constitución de EE UU». Claro que, según el Senado, que tenía la última palabra, y a todos los efectos su palabra es ley, Trump es inocente y no había motivos para condenarlo.
Delante del presidente, en una Casa Blanca expectante, electrizada por la emoción y la espera, lo aguardaban la plana mayor de sus colaboradores, sus consejeros, abogados y hasta sus familiares. En uno de esos momentos sensibles, sensitivos, que tan bien domina, pidió perdón a su hija, Ivanka Trump, y a su esposa y primera dama, Melania, por el infierno que habían sufrido a manos de algunos hombres (y mujeres), malos. El público, los altos cargos, los jefes de servicio, los escritores de discursos, los que dan la cara y los que trabajan entre bambalinas, los que han apostado todo a la reelección de un político divisivo como ninguno, prorrumpió en aplausos. Apenas faltaron las lágrimas.
Todo iba en la línea del discurso del Estado de la Unión, más partidista que nunca, pero multiplicado por un cabreo monumental. Donald Trump está dolido. Donald Trump está muy dolido, disgustado, airado, e hizo lo posible para que el mundo lo sepa. No perdió la ocasión de airear una portada del «The Washington Post», uno de los dos periódicos que más odia junto al «The New York Times», en la que podía leerse «Donald Trump absuelto». «Caza de brujas», dijo. «Caza de brujas», repitió. «Todos hemos pasado por muchas cosas juntos, y probablemente todos merecemos este aplauso porque ha sido una situación muy injusta».
Continuó hablando de policías corruptos e insinuando la existencia de poderes ocultos, situándose como víctima de quienes lo odian como solo aborrecen los poderosos a los políticos nacidos por y para el pueblo con la sagrada misión de drenar el pantano y gobernar para la gente. «Esto no debería sucederle nunca a otro presidente, nunca». Entre otras cosas, sostuvo, porque no tiene claro que otros presidentes fueran capaces de soportarlo. «Rusia, Rusia, Rusia», repitió. Habían conocido el infierno del «Rusiagate» y habían vuelto a probar del cáliz de la traición con el «impeachment».
El FBI, siempre presente en sus oraciones, volvió a ser citado. Insistió en que algunos de sus agentes conspiraron para evitar que ganase a Hillary Clinton y repitió que había un plan, una trama maléfica, una conspiración urdida para destruir su reputación y asegurarse de que nunca alcanzaría la Casa Blanca. Sus aguijonazos encontraron nuevamente el costado del ex director del FBI James Comey, al que acusó de filtrar información y asegurar incluso que el propio Comey admitió sus indiscreciones y cotilleos.
Las invectivas contrastaron con los mensajes de amor a los suyos. «Guerreros», le definió en varias ocasiones. Y en la semana de los Oscars agradeció a sus colaboradores y familiares como si en lugar de haber sido absuelto por el Senado hubiera ganado un premio de la Academia. En realidad tenía sobrados motivos para congratularse. Su popularidad, aunque no sea precisamente deslumbrante, ha sobrevivido al proceso político y las acusaciones de abuso de poder y obstrucción son los mejores en mucho tiempo. Su gestión es reconocida en el plano económico. Desde el psicofante más dedicado, al enemigo más obsesionado con derribarlo, saben de sobra que unos números macroeconómicos espléndidos multiplican las expectativas electorales. Básicamente porque EE UU está dividido en dos campos casi irreconciliables y los indecisos, un número suficiente como para decantar las elecciones, acostumbran a deshojar su voto en función de parámetros prácticos, menos ideologizados o inflamables.
«Bombardeo de insultos», titulaba la NBC no bien Trump bajó del estrado. Y es muy posible que no necesite tanta munición gruesa para convencer a los suyos, de por sí alineados igual que sus odiadores no pueden verlo. Pero ayuda a mantener el fuego, alimenta la combustión de las pasiones, que quema portadas y domina los noticieros mientras los menos fervorosos, con el ojo puesto en las cifras del paro, es posible que acaben dándole un segundo mandato.
Sanders se proclama ganador
Y mientras, seguía vivo el desastre demócrata que tanto ayuda y alegra al presidente: el recuento en Iowa. El senador Bernie Sanders se declaraba vencedor ayer a pesar de que los resultados obtenidos con el 97% escrutado situaban al precandidato Pete Buttigieg como el ganador con el 26,2% de los apoyos, tan solo una décima más que Sanders. Una nueva polémica que amenaza con seguir ardiendo después de que el presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Perez, instara al partido a revisar de nuevo los resultados.
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