Unión Europea
Europa pierde la batalla de la imagen y la solidaridad
Ante la inacción europea, países autoritarios como Rusia, China y Cuba toman la delantera a la hora de ofrecer ayuda y médicos a Italia para combatir la crisis sanitaria
Puede que nada vuelva a ser como antes. Hay consenso a la hora de afirmar que la crisis del coronavirus tendrá hondas repercusiones no solo en el modo de vida de los ciudadanos a corto y medio plazo, sino también en los equilibrios geopolíticos de un tablero internacional que ya antes de esta pandemia resultaba más incierto que nunca. En este nuevo escenario, muchas son las voces que consideran que la UE puede desaparecer si sigue imperando la ley de la selva entre sus miembros. Simplemente, Europa puede morir de coronavirus.
Los ejemplos son múltiples y dolorosos en las últimas semanas. Italia vio cómo sus socios europeos eran incapaces de compartir su material médico para luchar contra la pandemia y tuvo que recurrir al auxilio chino, mientras Berlín y París imponían el veto a exportar estos productos. Bruselas tuvo que emplear más de una semana en convencerles de lo contrario, cuando muchas vidas ya se habían perdido. Ante la extensión del virus, numerosas capitales europeas también optaron por cerrar las fronteras externas de Schengen de manera unilateral y desoyendo los ruegos de Bruselas.
A todo esto se une la insolidaridad económica. El pasado jueves, Roma y Madrid tuvieron que plantarse en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE ante la férrea oposición de los «halcones» del Norte a poner en marcha mecanismos de solidaridad europeos como la emisión de deuda conjunta –los bautizados como coronabonos– con el objetivo de compartir riesgos y auxiliar a los países más castigados.
El ministro de Finanzas holandés, Wopke Hoekstra, llegó a pedir un informe al Ejecutivo comunitario para investigar por qué países como España e Italia no redujeron su deuda en los últimos años de bonanza económica. El primer ministro de Portugal, Antonio Costa, respondió tachando de «repugnante» y «contrario al espíritu de la Unión Europea» este discurso. Otra vez Norte contra Sur, como en los peores capítulos de la crisis de deuda. El dramatismo solo es comparable al momento en el que Grecia estuvo a punto de ser expulsada de la zona euro.
Gruesos intercambios verbales –inusuales en el mundo de la diplomacia europea– que contrastan con la habilidad de potencias como China y Rusia para ofrecer una imagen de unidad, solvencia, fortaleza, disciplina y sacrificio colectivo por encima de los intereses personales. Como último ejemplo, el despliegue del Ejército ruso en Bérgamo (Italia) y también la petición a Cuba, por parte del Ejecutivo de Giuseppe Conte, de una de sus brigadas de médicos internacionalistas.
Ironías de la historia, mientras Italia brama en contra de sus egoístas pero democráticos aliados europeos, se refugia en regímenes autoritarios para subsistir. Una sombra alargada de estas potencias que también puede influir en otros ámbitos como la apertura de las redes 5G europeas a empresas chinas como Huawei (asunto en el que los países europeos ya estaban divididos) o la continuidad de las inversiones de Pekín en la Ruta de la Seda, el ambicioso proyecto de infraestructuras para conectar Europa, Oriente Medio y Asia y al que Roma se adhirió a pesar de los recelos de sus socios.
Ante una UE errática y desnortada, otros extienden sus tentáculos y quizás quieran cobrar favores más tarde o más temprano. Dividir y vencer.
Como modo de reaccionar a esta amenaza y quizás en un atisbo de lucidez, los países europeos decidieron este pasado martes abrir las negociaciones con Albania y Macedonia del Norte para formar parte del club comunitario, después de que Francia levantara su veto. Una reacción a la inquietante presencia de China y Rusia en la región, ejemplificada también durante esta crisis, cuando el presidente serbio, Aleksander Vuvic, aceptó la ayuda china contra el coronavirus mientras se quejaba de la insolidaridad europea.
«¿Nos dividirá este virus definitivamente entre ricos y pobres? ¿Entre los que tienen mucho y los que no tienen nada o nos mantendremos como un continente sólido?», se preguntaba el jueves en la Eurocámara, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
Incertidumbre sobe el proyecto europeo
De momento, nadie puede responder a estos interrogantes, tan solo plantear algunos nuevos. ¿Será el sálvase quién pueda y el repliegue en el Estado-nación la receta preferida de la UE? ¿Pueden los países europeos navegar solos en las turbulentas aguas del siglo XXI o deberán repensar su unión y dar pasos hacía adelante? Según el profesor de Derecho de la UE Alberto Alemanno, de la HE Paris Business School, «la gestión europea del Covid-19 ha revelado una verdad incómoda. Dado el alto nivel de interdependencia socioeconómica en Europa, las soluciones del Estado-nación pueden hacer más mal que bien, ofreciendo una ilusión de seguridad y protección».
Hay una vieja máxima que suele repetirse mucho en la burbuja comunitaria, especialmente en momentos adversos: la UE está formada por países pequeños y por aquellos que no saben que lo son. En esta crisis sanitaria, tan solo los más golpeados reconocen su pequeñez.
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