Líbano
El hambre y la desesperación disparan los suicidios en Líbano
En menos de dos días, cuatro personas se han quitado la vida en el país de los Cedros. La galopante crisis económica y la devaluación de la moneda arrasan con la clase media
La radiografía del hambre en Líbano se resume en una nota de despedida ensangrentada en la que se lee: «No soy un hereje. Pero el hambre es herejía».
Ali Al Haq, de la localidad fronteriza de Hermel, se quitó la vida este viernes porque la desesperación pudo más que el sentido común. Llegó por la mañana a Beirut y en la céntrica avenida de Hamra frente al popular café Dunkin Donuts se disparó en el pecho. Antes de morir, calculadamente, sacó de su bolsillo su tarjeta de identidad y la colocó junto al pecho. Su cadáver permaneció allí por unas horas, llamando la atención de transeúntes curiosos y periodistas. Pero su caso no fue aislado sino el primero de cuatro suicidios en el país de los Cedros en menos de dos días.
La depresión se ha convertido en un arma más peligrosa que la propia pistola con la que Al Haq decidió acabar con su vida. Y es que los libaneses caminan desde hace tiempo dentro de un túnel oscuro del que no saben cómo salir. La depreciación de la libra libanesa que cotiza entre 9.000 y 10.000 por un dólar, es decir que ha perdido el 80% de su valor, ha convertido a la clase media en pobres y a los pobres en almas en pena. Al horizonte oscuro que se dibuja en Líbano se suman los intermitentes cortes de luz, que llegan a veces a 20 horas, la subida astronómica de los precios de los productos básicos y el recorte de los salarios de aquellos afortunados que aún lo reciben. La crisis financiera exacerbada por la pandemia de la covid-19 ha llevado a muchas familias a tener que cambiar sus niveles de vida.
Para personas como Marwa, con cinco bocas que alimentar, le cuesta llenar la nevera. En la cesta de la compra semanal solo caben dos kilos de azúcar para el té, un kilo de arroz y sebda (margarina de palma), y el pan se ha convertido en un objeto de lujo. «Mis hijos tienen desnutrición. Una vez a la semana comen atún enlatado y mortadela», lamenta la mujer a LA RAZÓN.
Fatima trabajaba como dependienta en un comercio de barrio que cerró hace meses, primero por el coronavirus y después por la crisis económica. «Nos costaba más el mantenimiento de la tienda que vender los artículos rebajados, así que la dueña nos despidió a las dos dependientas». Sus hijos estudian en un colegio público que no sabe si abrirá el próximo año, porque no hay dinero para pagar a los profesores. Tampoco ella sabe si podría mandarlos a la escuela porque tendría que pagar el autobús y el comedor, el material escolar y son gastos que ya no puede permitirse. Su esposo aún trabaja en una empresa privada pero le han rebajado el sueldo a la mitad para poder seguir pagando a los empleados.
«El sueldo de mi marido era de 1.500.000 de libras libanesas, pero desde hace cinco meses se lo han reducido a la mitad», explica. Esto se traduce que al cambio del dólar en el mercado negro son 84 dólares.
La recesión económica en Líbano ha generado 220.000 nuevos parados, y recortes salariales de hasta el 40%, según un estudio de InfoPro. La recesión ha venido impulsada por la escasez de dólares, el incumplimiento de la deuda y los efectos del confinamiento por el coronavirus. Además, desde noviembre del año pasado, los bancos libaneses han puesto en vigencia límites de retiro para protegerse contra una fuga de dólares de las cuentas de los depositantes, restringiendo el acceso de las personas a sus propios fondos.
Pobreza extrema
En un comunicado, el Banco Mundial advirtió a finales del año pasado que hasta el 50% de la población libanesa pronto podría caer por debajo de la línea de pobreza.
El impacto de la crisis económica «se ha sentido más fuerte entre la clase media, que para aquellos que son pobres», según Adib Nehme, ex asesor regional para el desarrollo sostenible de la Comisión Económica y Social de Naciones Unidas para Asia Occidental.
Mira pertenece a esa clase media que se han visto particularmente afectada por la situación económica, especialmente por que es el único sustento de la familia.
«Soy enfermera, así que debería estar bien económicamente. Pero lo juro, a veces me voy a la cama sin haber podido comer», lamenta Mira. «Obtengo la mitad de mi salario y no es suficiente».
A la crisis financiera se suma la inestabilidad política, un cóctel explosivo que ha sacado de nuevo a los libaneses a la calle para exigir la renuncia del primer ministroHasan Diab y su Gobierno.
Entre bambalinas se prepara para salir a escena, el ex primer ministro Saad Hariri, quien apunta ser el favorito para remplazar a Diab.
Cada día suman más las voces a favor de Hariri como nuevo primer ministro libanés. Recientemente, el vicepresidente del Parlamento Elie Ferzli, declaró que quiere que regrese al poder Hariri para «implementar las soluciones a la crisis bancaria».
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