Líbano
La reelección de Hariri termina con las esperanzas de cambio en Líbano
Saad Hariri, designado primer ministro libanés un año después de dimitir. El hijo del asesinado mandatario Rafic Hariri se convierte así en el tercer “premier” designado en el último año
Saad Hariri se presenta como la última oportunidad para sacar del agujero donde está metido a Líbano, que él mismo ayudó a hundirlo, y que ha conducido a los libaneses a la desesperanza total, sobre todo, a los jóvenes que han decidido emigrar porque no hay futuro aquí. Aquellos que lucharon por el cambio en las protestas del otoño de 2019, que llevaron a la caída de Hariri y su gobierno, se preguntan ahora de qué ha servido el esfuerzo para volver a la casilla de salida.
Hariri que ocupa por cuarta vez el cargo de primer ministro se enfrenta a la misión imposible de formar gobierno, un gobierno que tiene que ser independiente tal y como exige la comunidad internacional y el presidente francés Emmanuel Macron para poder recibir las ayudas internacionales para rescatar al país de la crisis económica y reconstruir el centro de Beirut que quedó devastado por la explosión en el puerto el 04 de agosto.
El magnate suní retornado a la política como primer ministro ha recibido el apoyo de una mayoría parlamentaria para ser nuevamente coronado, pero no ha sido bendecido con el beneplácito de Hizbulá. Todos sus esfuerzos podrían ser en balde en el futuro ante el bloqueo parlamentario del partido milicia proiraní que no está dispuesto a cambiar el peso de la balanza del poder en el Líbano.
Hariri prometió que llevará a cabo la iniciativa francesa para regenerar la política corrupta de Líbano, esa que le ha ayudado durante las últimas décadas, primero a su padre Rafiq y luego a él, a amasar una fortuna, acabar con la lacra del sectarismo, el mismo que mató a su padre en un atentado con coche bomba y casi le mata a él hace unos meses, y que le servido para afianzar su larga carrera como jefe de estado.
Una vez más, los intereses personales y las rivalidades político sectarias, impiden cualquier paso hacia adelante y el impasse solo ayuda a empobrecer aún más a los libaneses. Este año ha sido uno de esos que es mejor olvidarlo. El país de los cedros ha ido sumando calamidad tras calamidad. La economía libanesa está hundida con la depreciación de la Libra Libanesa a un 90 por ciento de su valor frente al dólar que ha convertido a la clase media en pobres y los pobres en almas en pena.
Pero el mayor mal que aqueja a Líbano es el sectarismo. Desde las instituciones públicas hasta las organizaciones civiles están marcadas por el conflicto sectario.
Esta división se siente fuertemente en las calles y el miércoles por la noche manifestantes progubernamentales tomaron la plaza de los Mártires y quemaron el estandarte del puño levantado que representa la revolución en una advertencia para aquellos que estén en contra de la reelección de Hariri y quieran volver a salir a manifestarse. Algunos manifestantes volvieron a colorar un nuevo estandarte ayer por la mañana, pero se quedó sólo en la plaza como el último recuerdo de un año de protestas que tumbaron a dos gobiernos.
Precisamente la revolución de otoño significó el cambio, la lucha social para acabar con la corrupción, la elite gobernante y el sectarismo, todo aquello que representa el reelegido primer ministro.
“No hay esperanza. Líbano se asoma al precipicio, alimentado por las disputas de nuestros gobernantes, incapaces de hacer frente a las crisis, mientras la gente está siendo asesinada, muriendo de hambre, deportada, exiliada y robándoles su dinero”, denunció a LA RAZÓN Habib Hassan, un frutero que perdió su negocio en la explosión del puerto y su tío que estaba ayudándole en la tienda resultó gravemente hedido al estallarle encima los cristales del escaparate.
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