Un año en el poder

Boris Johnson, del entusiasmo al desencanto político

Tras lograr para los «tories» la mayoría absoluta más amplia desde Thatcher, la popularidad del «premier» se ha hundido por su caótica forma de gobernar

Un hombre pasea en una calle de Manchester junto a un cartel crítico con la gestión de Boris Johnson del coronavirus donde se puede leer «Vergüenza»
Un hombre pasea en una calle de Manchester junto a un cartel crítico con la gestión de Boris Johnson del coronavirus donde se puede leer «Vergüenza»MOLLY DARLINGTONREUTERS

La infancia de Boris Johnson no fue fácil. Estuvo marcada por las fuertes peleas entre sus padres, constantes ingresos de su madre en centros psiquiátricos e incluso temporadas de dificultades económicas para la familia. Pese a todo, él nunca dejó de ser un soñador. Se tomaba muy en serio los relatos donde explicaba a sus hermanos que algún día se convertiría «en el rey del mundo».

Y, de alguna manera, lo estaba consiguiendo porque su carrera política era imparable. Ganó hasta en dos ocasiones la Alcaldía de Londres cuando la capital británica siempre había sido una plaza imposible para los «tories», apostó por la campaña euroescéptica cuando nadie otorgaba alguna posibilidad real al divorcio con la UE y, en sus primeras elecciones como candidato, llevó el año pasado al Partido Conservador a una mayoría absoluta no vista desde los tiempos de Thatcher. Su gran promesa de «ejecutar el Brexit» logró incluso que los distritos del «Muro Rojo» del norte de Inglaterra abandonaran a los laboristas por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

Este sábado, se cumple un año de los comicios que llevaron a Johnson a entrar cual César del gran imperio en Downing Street. Lograba su ansiado sueño. Pero en el guión no estaba previsto ahora un desplome absoluto de su popularidad y una cuenta atrás tan compleja para la salida definitiva de la UE. Quedan menos de tres semanas para consumar el divorcio y Londres y Bruselas aún no han cerrado un acuerdo comercial.

Una situación, sin duda, difícil para un país cuya economía ya está en recesión y prevé acumular para 2020 un agujero presupuestario de 442.000 millones de euros (un 19% del PIB), lo que representa el mayor endeudamiento en la historia del país «en tiempos de paz».

En efecto, ningún mandatario contaba con una pandemia global que ha dejado ya más de 1,5 millones de muertos a ambos lados del Atlántico. A Johnson no se le puede culpar del coronavirus. Pero no se le puede eximir de ciertas responsabilidades. Porque sí estaba en sus manos haber impuesto antes un confinamiento en lugar de decir a los ciudadanos que se lavaran las manos mientras cantaban dos veces «cumpleaños feliz».

Reino Unido acumula más de 60.000 fallecidos, la cifra más alta de Europa. Aunque el Gobierno intenta ahora enmendar sus errores y los británicos se han convertido esta semana en los primeros del mundo en recibir la vacuna de Pfizer en la campaña de vacunación más importante de la historia del país.

El propio «premier» estuvo a punto de perder la vida por el coronavirus. Lo cierto es que, a nivel personal, estos doce meses han dado para mucho. Johnson (56 años) se ha divorciado, se ha comprometido con Carrie Symonds (32 años), ha estado a punto de fallecer en la UCI y se ha convertido de nuevo en padre.

La montaña rusa ha tenido también su réplica política. Su estilo ocurrente, simpático, desenfadado, sin filtros fue lo que entusiasmó al electorado en 2019. Pero la pandemia ha sacado a la luz la otra cara de la moneda: un mandatario vago, indeciso y sin control sobre los detalles. Y esta faceta también ha supuesto la gran decepción para sus propias filas. «Existe una cierta sensación de estafa. En definitiva, lo que te llegó a casa no era lo que habías pedido por internet», explica un diputado.

Conspiraciones internas

El entusiasmo que existía al principio se ha desvanecido y el Partido Conservador se ha convertido estos días en una amalgama de grupos rebeldes. Hay prácticamente uno para cada política del Gobierno. Están los que se oponen a los nuevos confinamientos; los que no quieren estrechar las relaciones con China y han forzado la salida de Huawei de la red 5G; los que exigen para el norte de Inglaterra más ayudas; los que se niegan a realizar concesiones a Bruselas para cerrar ahora un acuerdo comercial. Todos ellos protagonizan día sí y día también importantes revueltas que no hacen otra cosa que mermar la autoridad del primer ministro en Westminster, donde, por primera vez en mucho tiempo, hay una oposición real representada por un nuevo líder laborista, Keir Starmer, que comienza a poner nerviosos a los «tories».

Por su parte, en Escocia, los independentistas del SNP lideran todas las encuestas ante los comicios de mayo del Parlamento de Edimburgo, con su promesa de un nuevo referéndum. EE UU –el histórico gran aliado– cuenta con un nuevo presidente electo, Joe Biden, que ya ha advertido que no está entre sus prioridades cerrar un pacto comercial con un Reino Unido fuera de la UE.

Salida de Cummings

En definitiva, caos. La imagen que mejor representa el desastroso primer año de mandato de Johnson ha sido la de un hombre abandonando por la noche Downing Street con sus cosas en una caja. Durante demasiado tiempo, el primer ministro otorgó un poder sin precedentes a su oscuro asesor, Dominic Cummings, que llegó a tener al líder «tory» en una especie de búnker, controlando de manera enfermiza con quién podía hablar y con quién no.

El que fuera cerebro de la campaña pro Brexit inició una auténtica batalla contra las instituciones –entre ellas la BBC y el cuerpo del funcionariado–, sembró una cultura laboral tóxica en el Número 10 y planeó una revolución tecnológica basada en la inteligencia artificial. Y todo ello con el beneplácito de Johnson, que llegó a defenderle cuando fue pillado saltándose el confinamiento en plena pandemia.

Al igual que hizo durante su etapa al frente del Ayuntamiento de Londres, el líder «tory» delegó en su grupo de asesores cuando se convirtió en primer ministro. Pero cuando su popularidad cayó por los suelos y la relación con sus filas era ya insostenible, Johnson dio el mes pasado la patada a Cummings para pulsar el botón de «resetear» en un episodio propio de «Juego de Tronos» que ha terminado con su prometida convertida en Lady Macbeth.

Margaret Thatcher y Tony Blair vieron cómo su popularidad se desplomaba en los primeros doce meses de su mandato. Pero luego se convirtieron en dos de los inquilinos de Downing Street más memorables. Es pronto, por tanto, para hacer vaticinios sobre Johnson.