Opinión

Rabat sigue su rumbo

Nada cambia, en realidad, en Marruecos. Las recientes elecciones legislativas no deparan, aunque se diga lo contrario, ninguna sorpresa

Nada cambia, en realidad, en Marruecos. Las recientes elecciones legislativas que han venido acompañadas de elecciones regionales y locales no deparan, aunque se diga lo contrario, ninguna sorpresa. El poder de la Monarquía es de tal calibre que es difícil imaginar cambios sustanciales en la política interna y, menos aún, en la acción exterior del Gobierno marroquí.

Desde hace tiempo, el país vecino sigue un camino previamente establecido y con objetivos muy claros. Por lo que respecta a España y sus intereses, el reino alauita está afianzando paulatinamente su posición respecto a la soberanía sobre el Sahara, lo que explica su postura en relación con Israel; y tiene a la vista las ciudades de Ceuta y Melilla.

Por lo tanto, la derrota del Partido islamista de la Justicia y el Desarrollo, aunque sorprende en términos electorales, no significará una modificación esencial en las políticas de Estado que siguen estando en manos del Monarca. Desde luego, los islamistas en Marruecos, al menos los que han venido gobernando en los últimos años, poco tienen que ver con quienes van llegando al poder en otros países de tradición musulmana. En este caso, el riesgo para Occidente es mucho menor por no decir inexistente. Sin embargo, todo el arco político marroquí busca unas mismas finalidades que, en verdad, no estarían a favor de los intereses españoles. Quienes van a formar el nuevo gobierno, en torno al partido Reagrupamiento Nacional Independiente que está liderado por Aziz Ajanuch actuarán, con toda seguridad, en la misma dirección.

Todo es cuestión de tiempo y de aplicar una política de desgaste. Por ello, España debe clarificar su postura respecto al Sahara y ser inflexible en la defensa de las ciudades españolas. Todo ello, deberá hacerlo con la complicidad y la colaboración de sus socios europeos. Porque, entre tanto, Marruecos seguirá su propia hoja de ruta que no es otra que tener la soberanía absoluta sobre el Sahara y poner en entredicho la soberanía de España sobre Ceuta y Melilla.