Invasión

Religión, tradición y nacionalismo: la fórmula de Putin para controlar a Rusia

Analizamos en profundidad los métodos que utiliza el mandatario ruso para ser uno de los líderes más resistentes de Europa

St. Petersburgo. Vladimir Putin deposita un ramo de flores en el Memorial del cementerio de Piskaryovskoye, durante el 78 aniversario de la retirada nazi de Stalingrado.
St. Petersburgo. Vladimir Putin deposita un ramo de flores en el Memorial del cementerio de Piskaryovskoye, durante el 78 aniversario de la retirada nazi de Stalingrado.ALEKSEY NIKOLSKYI / SPUTNIK / KRAgencia EFE

Es innegable que Putin se trata hoy de uno de los dirigentes más sólidos de Europa. Aunque su popularidad ha caído levemente en los últimos meses, todavía recibe el apoyo de la amplia mayoría de los rusos. Aunque exista un tímido movimiento de opositores, disidentes o políticos envenenados misteriosamente. Donde gobiernos débiles como el español reciben todo tipo de críticas y se lía la marimorena por enviar una fragata con menos de 200 tripulantes al Mar Negro, Vladimir Putin puede movilizar a 100.000 hombres y varios cuerpos de todos sus ejércitos mientras su pueblo aplaude enfebrecido. ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué gusta tanto Putin a los rusos? Y la pregunta más importante: ¿cómo ha afianzado su poder hasta los límites actuales?

Nacionalismo Imperialismo

Con la caída de la URSS, el Imperio ruso perdió cerca de 6 millones de kilómetros cuadrados de territorio entre Kazajistán, Uzbekistán, Bielorrusia, Polonia, Ucrania, Yugoslavia, Rumanía, Turkmenistán, Azerbaiyán, Georgia y Hungría, solo para empezar. Quizá nosotros lo veamos como que todos estos Estados fueron liberados del yugo ruso, y en realidad es así, y su liberación nos alegra. Pero si nos situamos un momento del lado del ruso, podemos reconocer a cualquier imperio le molesta perder el imperio. A su pueblo que ha sangrado para crearlo, también le molesta. ¡Será que tampoco hay nostálgicos por aquí! Este sentimiento de imperialismo extraviado arraigó en Rusia desde los primeros pasos de los noventa porque era un sentimiento nuevo, ellos no sabían hasta 1991 lo que significaba perder la mayoría de su imperio.

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Rusia todavía tiene unas dimensiones y unas características administrativas que la convierten casi, casi en un Imperio propiamente dicho, cuyo gentilicio es imperialista. Y así son muchos rusos (sobre todo los descendientes de moscovitas) desde hace lo menos quinientos años. Putin lo sabe y alimenta ese imperialismo renombrado como nacionalismo por la terminología actual.

El nacionalismo es la cocaína del pueblo porque lo excita y lo pone a punto, provoca que se crea capaz de ganar en cualquier juego a todo el mundo. Putin lo sabe. Lo sabemos todos, no es ningún secreto. Pero él, como líder político, tiene el poder cultivar esta otra droga del pueblo. Un funcionario húngaro me dijo que su opinión era que el tío Putin solo estaba montando el pollo de Ucrania para despistar a sus propios ciudadanos, fíjate, así haría una nueva envolvente a la malherida democracia rusa. Que en realidad no le importa tanto Ucrania. Alimenta los ánimos nacionalistas dando muestras del poderío ruso mientras pone a Europa (la temida Europa, esa ramera que ya les atacó en el siglo XIII desde Lituania y en 1609 desde Polonia y luego fueron los suecos, seguidos por los franceses en 1812 y de Hitler, etc.) en jaque. La nueva amenaza occidental son a sus ojos la UE y la OTAN.

La camaradería que existe entre Vladimir Putin y sus soldados la conocemos todos. Ellos le adoran porque él les ofrece acción. O al menos se la insinúa. Les muestra la imagen de un líder carismático y maestro de las artes marciales, con cara de tipo duro, en excelente forma, en fin, un jefazo, de manera que tiene a los soldados llenos de testosterona metidos en el bolsillo. A los generales también, porque los generales de Vladimir Putin son del todo menos progresista, claro está. Lo que nos lleva a:

Tradición

Uno tenderá a pensar que la tradición rusa interactúa a niveles íntimos con el nacionalismo. Y puede ser. Seguro que a Rufián le gustan mucho los calçots pero eso no significa que solo Rufián coma calçots. Me refiero a que la tradición no siempre es puro nacionalismo y que los progresistas también pueden ser tradicionales. La tradición aúna a todo el pueblo ruso. Putin lo sabe y no solo se ha aprovechado de la tradición rusa dejándose ver montando a caballo o disparando armas o jugando al hockey o practicando el senderismo por los increíbles paisajes rusos. Putin no solo concede nuevas libertades a minorías chechenas y cosacas tras décadas de opresión. Putin hace algo muchísimo mejor: da ejemplo.

El presidente ruso, Vladimir Putin, es agasajado durante una visita a Ucrania en 2002
El presidente ruso, Vladimir Putin, es agasajado durante una visita a Ucrania en 2002Valerey SolovyevAgencia AP

Putin enseña al ruso lo que significa ser ruso. Cómo ser ruso. Qué es y qué no es ruso. Y sonará ridículo pero el tipo lo hace siendo ruso, de manera que los rusos le escuchan absortos, los rusos descubren paulatinamente nuevas maneras de ser ruso gracias a su líder que es más ruso que la ensaladilla rusa, y la imagen del ruso se transforma gracias a la influencia directa de Putin. El ruso ya no piensa como los soviéticos, igual que los soviéticos no pensaban como el zar; el ruso de ahora piensa como Putin. Putin es el símbolo de la nueva Rusia. Entonces, si le preguntásemos a un simpatizante de Putin si considera un buen ruso al mandatario, este contestaría casi sin pensarlo que sí. Putin es un buen ruso. Es un hombre fuerte, ama a la tierra. No se anda con bromas.

Nada de esto le diferencia de tantos líderes del mundo, aunque cae que Putin cuenta con un interesante elemento a su favor, dentro del campo de la tradición. Hablamos del zarismo. Oh, sí. El zarismo. ¿O piensa el lector que es casualidad que la bandera rusa actual sea la misma que la del zar Alejo I y Pedro I y Nicolás II, zares de todas las rusias? Zar de todas las rusias es un título que se le daba a los zares. Porque Rusia no es un único pedazo de tierra, un mazacote, sino una multitud de pueblos variadísimos, varias ruisas, repúblicas socialistas, óblasts o como se llamen. Y quien gobierna todo esto es el zar. Según el sistema de gobierno puede recibir uno u otro nombre oficial, puede no depender de un sistema hereditario y medieval, pero el zar es quien gobierna todas las rusias. Para la gente tradicional suena así. Por eso existen piques comunes entre los rusos que llaman “el nuevo zar” a Putin (no como un rey absolutista y endeble, sino como un presidente elegido democráticamente y machote) y los que no. Putin actúa como un verdadero zar cortando calles para que pase su carroza y enviando soldados al frente, mantiene una excelente relación con los medios de comunicación y personalidades zaristas que lleva trabajándose desde hace más de una década.

Religión

La joya de la corona. Mi favorita. Siglos y siglos de tradición y nacionalismo reunidos en un único símbolo que es la cruz ortodoxa. Si los seguidores de Putin son nacionalistas y tradicionales (estaba por decir tradicionalistas), ¿no es evidente que su religión será la religión rusa, la religión fuerte, la de la tierra, la de verdad? Pues claro que sí. Lo es. San Jorge cabalga en el centro de su escudo y la cruz ortodoxa brilla en las puntitas del Kremlin. En torno a un 60% de los rusos se consideran cristianos ortodoxos. Putin. Lo. Sabe. Y lo usa. Siempre se deja ver en el Bautismo del Señor el 19 de enero y, si no es él, alguno de sus ministros acude a las misas celebradas en memoria de acontecimiento relevante (para Rusia).

El presidente ruso Vladimir Putin se reúne con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Cirilo I.
El presidente ruso Vladimir Putin se reúne con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Cirilo I.larazon

La Iglesia ortodoxa también le mima. El patriarca Cirilo (líder de la Iglesia ortodoxa rusa) es conocido entre los medios de comunicación por su línea conservadora y su amistad con el presidente. A sus ojos, Vladimir Putin es el defensor de Rusia frente a la decadencia de Occidente y la amenaza islamista de los pueblos del sur, Putin es cristiano ortodoxo y amiguete del patriarca Cirilo. Durante el gobierno de Putin se restauran iglesias que fueron destrozadas por los comunistas a la sazón de 1.000 por año.

Incluso grupos religiosos como el conocido 40 por 40 tienen poder para hacer y deshacer a pequeña escala en los barrios de Moscú. Con la excusa de defender su religión, casi llegan a imponerla en el vecindario, mientras lo policía (que también apoya a Putin) pone los ojos en blanco si viene a quejársele el ruso que no es nacionalista ni tradicional ni fuerte ni ruso ni nada. Merece la pena que el lector investigue por cuenta propia este grupo, porque le permitirá conocer un poquito mejor la realidad social rusa.

Un ruso de verdad

Vladimir Putin junto con los líderes religiosos rusos, durante la celebración de la Unidad Nacional (2019).
Vladimir Putin junto con los líderes religiosos rusos, durante la celebración de la Unidad Nacional (2019).Evgenia NovozheninaAgencia AP

Tras décadas con Rusia a la deriva económica y esfumándose del mapa internacional, el tío Putin apareció montado en un oso y sin camiseta, rompió todas las estúpidas normas de la titubeante democracia rusa para esbozar un nuevo boceto que ofreciera las emociones que pedía el pueblo, no otras. Aprovechando la adicción de la población rusa al televisor (tengamos en cuenta que los rusos también se tragaron su porción de propaganda televisiva durante la Guerra Fría y que ese es un vicio muy difícil de quitar, como vemos en Estados Unidos), gracias a que las diez cadenas televisivas más vistas de Rusia pertenecen al gobierno ruso o a empresa asociadas con Putin, el mandatario puede trasmitir su mensaje a toda la población sin mayores problemas.

Los rusos no quieren un guaperas que se coma plátanos en Canarias; buscan un líder fuerte, sano, cercano a la par que inaccesible, un tipo que monte a caballo a pecho descubierto mientras corta medio Moscú para volver de trabajar. Los rusos quieren a Putin. Y por mucho que nos duela reconocerlo a nosotros, a los adictos de la democracia, a los súbditos de las coaliciones, a los detractores de los rusos… Putin también los quiere a ellos. Y desde luego que sirve debidamente a esa criatura imperialista con millones de ojos y de brazos, una vieja supersticiosa que todavía sobrevive en Rus cuatro regímenes después.