Cara a cara
Esta es la conversación que el Kremlin no quiere escuchar
Juntamos en Madrid a Galyna e Irina, ucraniana y rusa, para hablar sobre la guerra que puede enfrentar a sus hijos y que les ha cambiado la vida
Galyna Koryzma e Irina Sinelnik acceden a encontrarse en una cafetería de Madrid. Parece una situación trivial, pero la tensión es evidente. Ya ha pasado más de una semana desde que Ucrania, país de Galyna, fuera atacada por tierra, mar y aire por Rusia, la patria de Irina. Se saludan brevemente en ruso y arranca la conversación, tímida al principio. Sobre el papel, estas dos mujeres tienen una vida calcada. Ambas llegaron a España hace más de una década para buscarse la vida y las dos han tenido que criar solas a un único hijo.
La enorme diferencia, como reconoce Irina, es que Andriy, el hijo de Galyna, está en Ucrania participando en la defensa de su tierra mientras el suyo está con ella en Madrid: «Si estuviéramos en Rusia, Mateo tendría que estar en el Ejército y podrían haberlo mandado a Ucrania». Pero asegura que esta circunstancia tampoco le hace sentirse tranquila: «Es que yo miro a Galyna, esta mujer preciosa, humilde, que está en España por la misma razón que yo y no encuentro diferencias entre nosotras. Cuando ves cómo pegan a tu hermana te duele más y te sientes peor que si te lo hicieran a ti».
Galyna es técnico de telefonía y en España trabaja limpiando casas por horas. También escribe poemas y hace traducciones. Sufre terriblemente por la familia que dejó allí; su madre, su hijo, su nuera y dos nietos. Por el momento, están en Ivano-Frankivsk, al oeste de Ucrania y la región más segura. Dice que jamás perdonará a Putin, «dictador del demonio», lo que está haciendo a su gente. «Solo quiero que mi país siga siendo libre y democrático. Los ucranianos queremos vivir dentro de nuestras fronteras, no ambicionamos ni un centímetro de las naciones vecinas. Que los rusos vivan como quieran, pero sin tocar nuestra tierra ni matar a los nuestros. Estoy feliz de ser ucraniana y confío en una victoria que nos permita vivir en paz como antes».
La visión de Irina, que trabaja como «coach» educativa, es más equidistante: «Todos participamos de esta inconsciencia colectiva, como decía Jung. Con el miedo, la agresión, la vergüenza, creamos un inodoro lleno de mierda. Putin es el que ha apretado el botón, pero esto es como una familia en la que estamos todos. Estamos viviendo un conflicto en el que dos luchan, pero el resto proporciona los cuchillos. Es un error y una tragedia, un incendio al que muchos contribuyen echando leña al fuego».
Aunque Galyna no ha probado aún el café que se enfría en la taza, el ambiente se va relajando. Quizá están descubriendo que no les separa tanto como creían, y que el agujero que sienten por dentro es de una dimensión parecida. Ninguna contemplaba este desenlace bélico ni en sus peores pesadillas y ambas han dejado de informarse por los canales oficiales; prefieren Telegram y YouTube.
¿Qué creen que busca el presidente ruso con esta guerra? Galyna no lo duda: «Putin quiere volver a los tiempos de la Unión Soviética, ¡pero es que mi país es independiente! Vivimos bien, no queremos retroceder un siglo. Nunca pensé que mi hijo iba a tener que ir a la guerra, pero la libertad es un sentimiento muy fuerte. Esto es un conflicto por la tierra. No nos importa que hayan destruido miles de casas, las reconstruiremos. Harán falta siglos para olvidar a tantos muertos».
La explicación de Irina pasa por la complejidad del temperamento de Vladimir Putin y la decadencia de Rusia como superpotencia. «Para Putin, Ucrania siempre ha sido una herida. Un tema que le dolía porque allí sucedían cosas que no controlaba. También su edad cuenta. Es una asignatura pendiente que quería dejar resulta antes de marcharse. Y le da igual cómo. Es algo personal». Cree que el jefe del Kremlin usa distintos argumentos para vender el conflicto según la audiencia que tenga delante: «Su estilo es trabajar siempre con varios escenarios. Nadie sabe cuál elegirá, ni siquiera él. Putin nunca deja traslucir nada. Es alguien que en las conversaciones no dice ni que sí, ni que no. Tiene una personalidad particular, tampoco muy agresiva. En definitiva, es impredecible».
En los últimos tiempos está siendo difícil tomar el pulso a la sociedad rusa. Cerca de 10.000 personas han sido detenidas por manifestarse contra la guerra y la Duma ha aprobado una ley que prohíbe el uso de esta palabra en los medios de comunicación bajo amenaza de quince años de condena. Se ha suspendido el servicio de Twitter y Facebook, los medios privados están cerrando y los corresponsales extranjeros abandonan Moscú. Con este apagón informativo resulta interesante escuchar a Irina hablar abiertamente, amparada en su residencia en España: «Mi impresión es que en el futuro Rusia ya no va a ser un país puntero y se niegan a aceptarlo. Han perdido muchísimo músculo los últimos años. Están fuera de la carrera espacial y tecnológica. ¿Dónde está Rusia? Solo pueden competir en un aspecto, el militar».
Una de las consecuencias inmediatas del conflicto para Galyna ha sido dejar de hablar del tema con amigas rusas «porque es demasiado doloroso ». Irina reconoce que encuentra mucho apoyo y comprensión en su círculo, repartido por el mundo, pero ha comprobado que los niños de padres rusos ya están sufriendo acoso en los colegios. Hasta el 24 de febrero, su actividad principal era traer a chicos rusos y ucranianos a estudiar a los centros educativos y universidades españoles, un negocio que las sanciones económicas ha hecho saltar por los aires. ¿Cabe la posibilidad de que, al menos, el castigo financiero aumente la oposición interna a Putin? «Podemos soñar con eso si queremos, pero los hechos nos dicen que en los últimos 20 años Putin nunca ha escuchado al pueblo, ni ha hecho nada por ellos. Y con la edad la gente empeora, no mejora».
Ha pasado más de una hora y Galyna ya da sorbos al café helado que acabará terminándose. De pronto, se suelta con una anécdota de alcoba sobre una rusa de moral relajada que arranca una carcajada en Irina. Ella le devuelve un chiste: «Van un ruso, un ucraniano y un bielorruso...». Mañana, Irina comienza las clases de español a dos grupos de refugiados ucranianos. Se levantan y se despiden, deseándose lo mejor.
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