Consecuencias
Análisis: cómo está afectando en África la guerra de Ucrania
Crisis alimentarias, ayudas que no alcanzan y africanos vagando por Europa
En un mundo globalizado, los sucesos acontecidos en un remoto pedazo de tierra pueden ocasionar unas consecuencias capaces de afectar, en mayor o menor medida, a la práctica totalidad del planeta. Poco imaginaban los habitantes de África a mediados del siglo XIX, cuando la guerra de Crimea enfrentó a franceses, otomanos e ingleses contra rusos y griegos, que sus descendientes sufrirían en sus propias carnes las devastadoras consecuencias de una nueva guerra originada en el mismo lugar (Crimea) y luchada por dos bandos parecidos. La actual guerra de Ucrania supone la prueba definitiva de que el mundo globalizado es una realidad irreparable, que la historia se repite pero que cada vez nos afecta más a todos. Es probable que ninguno de los habitantes del actual Senegal escucharan siquiera hablar de la guerra de Crimea del siglo XIX; hoy, su supervivencia depende en parte de lo que ocurra en las fértiles llanuras ucranianas.
Desde una perspectiva basada en la objetividad de los datos y tras largas consultas a expertos en economía, inmigración y gestión de crisis en el continente, podemos demarcar cómo y dónde está afectando la guerra en Ucrania a la población africana del siglo XXI.
Falta de trigo
El africano medio gasta un 40% de su salario anual en su alimentación y la de su familia, frente al 17% que se gasta en Europa. Esto significa que el sector alimenticio en África no solo supone un factor fundamental para su supervivencia desde un punto de vista estrictamente natural (ningún ser humano escapa al hambre), sino que el sector alimenticio configura uno de los campos económicos de mayor relevancia en África. Se reconoce que no basta con alimentar al africano; igualmente es necesario mantener a flote una descomunal industria que corresponde a un grueso de los ingresos africanos. Miles de pequeños empresarios y de intermediarios que consiguen que la comida llegue desde Rusia y Ucrania hasta los hogares africanos se encuentran hoy bajo una sombra de amenaza. Hace falta recordar que países como Egipto o Turquía compraban hasta la guerra la práctica totalidad de su trigo a Rusia, mientras otras naciones africanas, como Túnez o Senegal, dependen en un 50% del grano ruso para alimentar a su población. Un 25% del trigo que importa Nigeria procede de Rusia, un 20% en Mauritania, un 31% en Mozambique... se perciben números similares en lo relacionado al aceite de girasol, producto indispensable para la cocina africana y cuyo comercio depende en un 60% de Rusia y Ucrania.
Los precios del pan se han disparado. Nigeria (que se encamina hacia una crisis económica y social catastrófica) lidera el ranking: una hogaza de pan cuesta ahora 1.14 dólares, siendo más cara incluso que en España. Otros países mejor posicionados económicamente, como Egipto, han optado por hacer compras masivas de trigo ante la inseguridad alimentaria, con el enorme gasto que esto supone para su economía. A finales del mes de junio compró 350.000 toneladas de trigo francés, 240.000 toneladas de trigo rumano y 50.000 toneladas de trigo búlgaro que resumen la mayor compra de trigo que el país del Nilo ha efectuado desde 2012, año de revueltas e inestabilidad social debido a las primaveras árabes.
Incluso los países que menor cantidad de grano reciben de Rusia y Ucrania pueden verse afectados por el desabastecimiento. Desde la OIM en Somalia, avisan de que los paquetes de comida para prevenir la desnutrición que actualmente planea sobre el Cuerno de África suelen estar preparados con cereal ruso; así, aunque las importaciones somalís procedentes de Rusia sean paupérrimas, no pueden dejar de verse afectados a causa de la sequía que sufre la región y, en consecuencia, por la falta de paquetes de alimentos debido a la escasez de cereal. Actualmente se calcula que 276 millones de personas corren el riesgo de sufrir inseguridad alimentaria, siendo la mayoría de ellas habitantes de África.
La crisis alimentaria en África difiere de la crisis energética en Europa con que la factura de luz de una casa en Dakar sale a ocho o nueve euros, como mucho, mientras que XXXX somalíes tienen hambre ahora mismo. El presidente del gobierno de Senegal, Macky Sall, que además ejerce de presidente rotativo de la Unión Africana, se reunió con Vladimir Putin en Moscú el pasado 3 de junio y discutió con el líder ruso la posibilidad de retomar el envío de grano ruso a Ucrania. Al término de su encuentro, Sall hizo ante los medios “un llamamiento para que levanten las sanciones contra el trigo”.
Falta de ayudas
Ante la consecución de años de sequías que no se han visto desde hace lo menos cuarenta años en Kenia y en Somalia, el auge de la violencia en determinadas áreas o la escasez de grano, ante el riesgo inevitable de una serie de hambrunas y huidas devastadoras, parece lógico que la comunidad internacional se hará cargo de la situación para evitar que ocurran desgracias como la acontecida en el Cuerno de África en 2011, cuando cerca de 1 millón de personas fallecieron a causa de la desnutrición. Sin embargo. La guerra en Ucrania también afecta a las ayudas necesarias para estabilizar esta situación. La ola de solidaridad de Occidente hacia el pueblo ucraniano ha originado de forma proporcional una disminución de las ayudas que precisa el continente africano para su supervivencia.
De los 686 millones de euros que pide la ONU para hacerse cargo de las más de 7.5 millones de personas en una situación de riesgo debido a las sequías y al yihadismo en el Sahel, a mediados del mes de junio solo se había obtenido un 11,5% de esta cifra. Frantz Celestin, jefe de la misión de la OIM en Somalia, recurre en una conversación telefónica a una comparativa entre la situación actual y la sequía en Somalia en 2017: “la clave para prevenir la muerte de cientos de miles de personas en 2017 vino de la prevención. Por estas fechas ya habíamos recaudado el 58% del presupuesto necesario. Sin embargo, ahora apenas hemos recaudado el 30%”. De la misma manera, asegura que pueden entreverse similitudes entre la situación actual y la crisis de 2011, mientras que cerca de 300.000 niños corren el riesgo de sucumbir a la hambruna en los próximos meses. Por el contrario, solo Francia ha donado a Ucrania durante los primeros cinco meses de 2022 más de 1,7 mil millones de dólares. Estados Unidos se ha comprometido a donar al pueblo ucraniano 40 mil millones de dólares divididos en distintos paquetes destinados a la ayuda humanitaria y militar. Cuarenta mil millones. Y en Sahel se necesitan 686 millones.
El desequilibrio es innegable. Como periodista que ha estado tanto en la guerra de Ucrania como en conflictos africanos, me permito romper el pacto con el lector para confirmar que he sido testigo de decenas de carritos de bebés abandonados en Ucrania, decenas de montañas de ropas donadas y sin dueño, pero pocas veces he llegado a ver carritos de bebé rodando en África, sencillamente, o ropajes que no se utilicen hasta su último jirón. Mientras que la ayuda al heroico pueblo ucraniano es fundamental, Occidente debería hacer gala del equilibrio necesario para evitar en su medida las muertes africanas.
Nuevas alianzas
Con la consolidación de alianzas en el marco de la guerra ucraniana, el escenario africano ha regresado a determinadas dinámicas que no se veían desde la Guerra Fría. Su territorio también participa en la división de bandos. De nuevo pugnan las grandes potencias occidentales contra Rusia por el favor de los líderes africanos. El mapa geopolítico está cambiando rápidamente hacia direcciones que no siempre benefician a Europa, y por supuesto que tampoco a los africanos. La presencia rusa en el continente crece a diario por medio de campañas de desinformación, desbarajustes políticos y operaciones militares. El Centro de estudios estratégicos de África señaló en mayo de 2022 que Rusia ha dirigido en los últimos años un total de 16 campañas de desinformación en el continente africano. Los países más afectados han sido Libia, Malí, Nigeria, Mozambique y Sudáfrica, la mayoría países que han mostrado su afinidad a Rusia en las últimas votaciones de la ONU.
En el estudio se cita la intencionalidad de Rusia de crear una “guerra ambigua”, que consiste en amplificar los agravios de la sociedad africana y explotar las divisiones sociales, fomentando su fragmentación y procurando así su debilidad como naciones. Generalmente se procura confundir a los ciudadanos mediante la creación de falsas equivalencias entre actores democráticos y no democráticos, para así mantener en el poder a los gobiernos afines. Desde el Kremlin ofrecen apoyo político a Gobiernos aislados (Malí, Guinea Conakry, RCA) de manera que estos quedan en deuda con los rusos. República Centroafricana, Madagascar, Malí y Guinea Conakry son a día de hoy firmes aliados de Moscú, además de importantes productores de materias primas que resultan fundamentales para el desarrollo de las economías occidentales. En el caso de República Democrática del Congo, se comienza a murmurar la posibilidad de que se aproximen a Rusia debido a los roces sostenidos con Ruanda, firme aliado de Occidente. No tanto por “cariño” a los rusos, sino como único remedio posible para combatir poderes mayores que ellos.
Abandono de la diáspora
En una conversación con un joven estudiante nigeriano en Leópolis, este se quejaba: “mi madre me dijo que viniera a Europa a estudiar para conseguir un futuro mejor, y mira ahora, la guerra está aquí”. En 2019 se calculó que 4.300 estudiantes nigerianos vivían en Ucrania. En total, unos 16.000 estudiantes africanos residían en Ucrania al comienzo de la invasión rusa el 24 de febrero, configurando el 20% de los estudiantes extranjeros en el país. 16.000 jóvenes que ahora se encuentran repartidos por toda Europa y que no pueden acceder a las ayudas para refugiados al no pertenecer ellos al pueblo europeo o ucraniano. Y lo mismo ocurre con los asiáticos. Ya quedó patente la discriminación racial en el cruce de fronteras, cuando los residentes africanos en Ucrania denunciaron que las aduanas facilitaban el cruce de personas blancas, mientras que países como Hungría obligaban a los negros a esperar durante días hasta que les permitían cruzar a un lugar seguro.
De la misma manera, multitud de africanos (especialmente procedentes del Magreb) que se asentaron hace décadas en Ucrania para crear sus propios negocios han visto cómo sus fuentes de ingresos quedaban destruidas por los bombardeos, y ahora, ¿qué harán? Desde el inicio de la guerra, la Unión Europea dejó claro que los africanos residentes en Ucrania tenían dos semanas para regresar a su país de origen, si no querían ser tachados de ilegales en territorio europeo. Hablamos de miles, puede que decenas de miles de africanos que hoy se ven obligados a regresar a las hambrunas de su tierra, sin plata en los bolsillo, noqueados por el estruendo de las bombas, abandonados por Europa. Que regresan al hogar de sus padres y encienden el televisor para devorar la propaganda rusa... y darles luego la razón.
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