Colombia

Petro se estrena con una ambiciosa reforma fiscal

El presidente de Colombia tiende la mano a la guerrilla del ELN para negociar una «paz total»

Gustavo Petro recibe al presidente de Chile, Gabriel Boric, en el Palacio de Nariño
Gustavo Petro recibe al presidente de Chile, Gabriel Boric, en el Palacio de Nariño---Agencia EFE

Gustavo Petro llegó a la presidencia de Colombia mostrando que el poder se ejerce. Y lo hizo con un acto simbólico. Para la ceremonia de investidura hizo que la Guardia de Honor trasladara la espada de Simón Bolívar del palacio presidencial a la plaza pública. Una orden que terminó anulando la que había dado su antecesor Iván Duque de prohibirlo por razones de seguridad. Fue un gesto que despertó el temor de muchos sobre el gen autoritario del ahora primer mandatario colombiano, que desde la campaña ha buscado suavizar su imagen como hombre de izquierda de ideas radicales. Su discurso de toma de posesión, no obstante, fue en tono conciliador, reivindicativo, con mensajes que pocos podrían condenar y hasta citas a figuras emblemáticas de la historia de su país, como el escritor Gabriel García Márquez.

Orador consagrado, Petro apeló a recursos ya conocidos, a frases hechas y a apelaciones de justicia social, sin dejar de perder el foco en la simbología de haber hecho un acto por primera vez en presencia de multitudes, los «nadies» como fueron calificados en la campaña que ahora «llegaron por fin al Gobierno». En el camino, se mostró la polarización, con integrantes de la audiencia abucheando a los representantes de la gestión saliente y a los medios de comunicación tradicionales, incluso con insultos.

Petro y su vicepresidenta Francia Márquez han venido a cambiar la historia, y comenzaron el primer día tras una tensa transición entre equipos que transitan tensiones y dificultades para alinear las aspiraciones de quienes llegan con las resistencias de quienes se van. Ello en un país donde el descontento social se palpa en las calles, donde se han dado severas protestas los últimos dos años.

EL nuevo mandatario tiene el reto de atender esas demandas colectivas sin perder su popularidad ni ese símbolo de esperanza para los excluidos. Después de todo, las expectativas de grupo sociales pueden desbordar las capacidades reales de maniobra de un Gobierno que apenas está comenzando, que en general no ha tenido experiencia de gestión y prometió una agenda ambiciosa.

Por ello uno de los primeros anuncios de esta semana ha sido que desde ayer el nuevo Gobierno enviaría al Congreso su reforma tributaria para buscar la aprobación parlamentaria. Colombia tiene una deuda pública cercana a niveles récord que representa un reto para financiar las políticas de Petro. El nuevo esquema de impuestos se enfocará en mayores tributos para los más ricos.

El ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, enviará la propuesta de reforma al Congreso, que también servirá como primer indicador del apoyo político con el que cuenta Petro. Su respaldo parlamentario lo tiene en una bancada de coalición en donde ya se han visto algunas disputas entre sus integrantes. En cualquier caso, si consigue sus objetivos, podrá aumentar el gasto en bienestar e infraestructuras. Pero en la oposición hay preocupación por la conyuntura de las finanzas nacionales, temores a una exagerada expansión del gasto público en un entorno de retos globales donde pudiera darse una combinación de recesión con inflación.

Si Petro no consigue equilibrar balanza fiscal, el déficit cambiario y la confianza de los inversores podría quedarse corto de herramientas para atender el descontento social. «Lo cual no implica que las protestas comiencen de inmediato, porque es difícil predecir el tiempo de espera que los movimientos sociales le darán al gobierno entrante», estima el politólogo Camilo Cruz Merchán, investigador del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.

Otro reto del actual mandatario colombiano es mantener la unidad del Gobierno. Las divisiones en otros gobiernos de coaliciones de izquierda como en Argentina y Perú han mostrado que las alianzas pueden debilitarse rápidamente y traer problemas de estabilidad. En el caso de Colombia, la disputa burocrática no se limita al nombramiento de los ministros, donde se ha visto un interesante juego de equilibrios entre los más técnicos y conservadores frente a figuras del activismo social. En los cargos menos visibles, como las consejerías, los entes descentralizados, las superintendencias y las mesas directivas de empresas mixtas, el Gobierno podrá satisfacer las demandas de las bancadas, advierte Cruz Merchán, «pero lo haría a costa de su credibilidad».

Queda pendiente ver cómo será la relación con los grandes medios de comunicación, muchos de los cuales se posicionaron fuertemente contra Petro durante la campaña. Así como el alcance de las propuestas de pacificación con respecto a grupos guerrilleros como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), o grupos criminales como el Clan del Golfo. Durante su primer discurso como presidente este domingo, Petro llamó a construir una «paz total». y hay expectativa social a que finalmente Colombia pueda cerrar heridas y avanzar sin tener a la violencia como parte del menú de opciones de la vida política nacional.

Una oposición renovada

El primer Gobierno de izquierdas de la historia de Colombia contará con una oposición que también se redefine a sí misma, con partidos que han decidido ubicarse como independientes para poder negociar con el Ejecutivo de Gustavo Petro y no solo contrariarlo. Los aliados del uribismo ya se han declarado opositores, pero incluso los cercanos al partido de la U, del ex presidente Juan Manuel Santos, han mostrado su apertura a lograr consensos con la nueva administración en materia política y legislativa. Una oferta clave ante la larga lista de reformas que promete el presidente.