Nueva era

Carlos III, expectación ante un nuevo reinado marcado por el cambio

El nuevo monarca tendrá que construirse un perfil propio

Cuando Carlos III saludó ayer a su pueblo convertido por primera vez en rey llamó la atención un pequeño detalle. El monarca estrechó las manos con los congregados a las puertas del Palacio de Buckingham permitiendo un contacto piel con piel. A lo largo de sus 70 años de reinado, Isabel II siempre utilizó guantes y mantuvo una postura más distante. Pero Carlos quiso hacerlo ayer a su manera aceptando incluso besos en las mejillas protagonizando, quizá sin percatarse, el primero de los grandes cambios que están por venir.

Nadie sabe exactamente cómo será ahora el reinado de Carlos III, el hombre que más tiempo ha estado en la historia del Reino Unido como heredero. Ha pasado toda su vida a la sombra de Isabel II. Sabe que la nación considera a su madre como la apoteosis de la monarquía constitucional. Por lo que tiene ahora la compleja misión de imponer su propia impronta y saber reflejar el hecho de que el Reino Unido de hoy es un país radicalmente diferente al de 1952.

En cualquier caso, no estará sólo. Lo hace acompañado de su gran apoyo, Camilla, convertida ahora en reina consorte. La que fuera eterna amante, la que en su día los sondeos la postularan como “la mujer más odiada del Reino Unido”, se ha ganado finalmente su sitio en Palacio.

Un monarca “demasiado” conocido

Pese a ser una de las figuras más reconocidas a ambos lados del Atlántico, Isabel II era la gran desconocida. Con Carlos, sin embargo, el problema quizá es que los ciudadanos lo conocen demasiado. Asume el trono con 73 años, por lo que llevan décadas conociendo sus pensamientos, opiniones, aficiones, debilidades e incluso el gran culebrón de su vida personal. Por lo tanto, el pueblo lo va a ver ahora a través del prisma de una imagen preconcebida, para bien o para mal.

La reina Isabel II asumió la corona con tan sólo 25 años. Nunca había opinado sobre temas polémicos y el pueblo no le podía echar en cara ningún trapo sucio de su pasado. Pero con Carlos es todo distinto. Tiene una vida vivida y una historia a sus espaldas donde la neutralidad que se le presupone a la institución que representa a veces ha brillado por su ausencia.

Cuando en una entrevista por su 70 cumpleaños le preguntaron si seguiría “entrometiéndose” en la política cuando se convirtiera en rey respondió tajante: “No soy tan estúpido”. Citó a Shakespeare cuando explicó cómo los herederos tienen que cambiar cuando se convierten en soberanos, asegurando que las partes I y II de Enrique V o Enrique IV muestran que los monarcas recién coronados tienen que “desempeñar el papel de la manera que se espera”.

Un rey “activista”

Según más de un biógrafo, Carlos III va a ser un rey “activista”, usando su posición para seguir haciendo campaña sobre los temas que le apasionan: quizás no tan ruidosamente como antes, pero con la misma dedicación. Acepta que no podrá hacer campaña desde la sala del trono como lo ha hecho desde su antecámara. Ya no hablará con tanta frecuencia o intervendrá con tanta energía. Pero tendrá en cambio sus audiencias semanales con la primera ministra. Ya en 2008, su biógrafo Jonathan Dimbleby, recalcó que “ahora hay movimientos discretos en marcha para redefinir el futuro papel del soberano para que se permita al rey Carlos III pronunciarse sobre asuntos de trascendencia nacional e internacional de formas que por el momento serían impensables”.

En opinión de algunos de los críticos del actual monarca, simplemente no es capaz de subordinar sus puntos de vista. E incluso si puede, es demasiado tarde, porque sus opiniones sobre temas como la arquitectura, agricultura, medio ambiente, medicina, educación o los derechos humanos, ya son conocidos.

Los asesores de Carlos, sin embargo, han argumentado que él es demasiado consciente de la institución y demasiado sensible a los requisitos de su función para hacer algo que pueda causar problemas constitucionales.

Solo el núcleo duro

Por otra parte, parece que la intención del nuevo monarca no es instalarse en Buckingham, sino en Windsor donde la reina pasó sus últimos años. Y una de sus principales prioridades será reducir la Familia Real a tan sólo el núcleo duro.

Quedarán fuera su propio hijo menor Harry -que desde el sonado Megxit no para de lanzar ataques- y por supuesto su hermano, el príncipe Andrés, con quien nunca hubo buena sintonía y con el que no se habla desde el escándalo por supuestos abusos a menores. Quiere imponer su propio sello en la Monarquía, con un grupo central de miembros de la familia haciendo todo el trabajo. En definitiva, no habrá lugar para sus sobrinas, las princesas Beatrice y Eugenia.

Hay muchas preguntas sobre el futuro que le depara ahora a “La Firma” bajo el reinado de Carlos III. Aunque Sally Bedell Smith, en una biografía de 2017 que no rehuyó las críticas al actual monarca, dio una nota optimista.

“Tendrá el potencial de inspirar como una fuerza unificadora más allá de la política, con un estilo y un tono diferentes a los de la reina: mostrar sus sentimientos y hablar con más naturalidad y probablemente con más frecuencia que su madre”, matizó. “Al comportarse con dignidad y seriedad de propósito, pero manteniendo sus opiniones bajo control, respetando las tradiciones reales, adhiriéndose a su sentido del deber y mostrando su humanidad y su encanto, bien podría engendrar el afecto y la admiración que había buscado durante mucho tiempo”, apuntó.