El invierno del "terror"
Así resisten los ucranianos la oscuridad impuesta por Putin
Los continuos bombardeos rusos han dejado a 4,5 millones de ucranianos sin electricidad y al 80% de Kyiv sin agua corriente
Kyiv despertó temprano el lunes por culpa de un nuevo ataque… Tras siete explosiones seguidas se fue la luz y también el agua. Aunque no fue el primer ataque ruso contra este tipo de infraestructura, esta vez algo había cambiado. El 80% de la ciudad se quedó sin recursos hídricos. Durante una hora desapareció la conexión a internet y la telefonía móvil en muchos barrios. Las redes sociales se llenaron de mensajes porque los ucranianos eran incapaces de localizar a sus familiares en plena guerra y después de numerosos bombardeos. «Mi hermana vive en Vyshgorod (una ciudad en la región de Kyiv). Está fuera de cobertura», comentarios desesperados como este se repetían en Facebook.
Durante muchas horas, la capital ucraniana se sumergió en el caos generado por la oscuridad… Por la tarde, en la orilla del río Dnipro, el lugar habitual de recreo para los habitantes de Kyiv, la gente hizo deporte y paseó con los niños con linternas. Pero cuando cayó el sol completamente y las farolas no se encendían, dejaron de sonar las risas y la música propias de los atardeceres. Los kievitas hasta comenzaron a hablar en voz baja para no destruir el silencio y el sueño obligado de la cuidad.
Un vecino de la región de Jérson, que llegaba a la capital por primera vez, no podía localizar su hotel, ni el metro más cercano. Pedía ayuda a los peatones. No le funcionaba el GPS, y no hubo manera de cruzar la carretera sin semáforos. Tampoco tenía cobertura, por lo que no podía llamar a un taxi. Por fin, se restableció la electricidad en algunas zonas. La gente en la calle empezó a reír y a aplaudir. Los coches pitaban. Parecía que la vida de repente había vuelto a la cuidad.
Los vecinos de Kyiv han ido poco a poco acostumbrándose y ahora intentan encajar sus rutinas evitando el horario de los apagones. Cada ves son más largos y las sirenas aéreas más frecuentes. Así, la primera interpretación moderna de la Traviata de Verdi en la Ópera Nacional por culpa de un nuevo ataque contra la capital tuvo un final feliz. Los sistemas antiaéreos avisaron y tuvo que suspenderse la función sin la muerte de Violeta. Pero Kyiv no se rinde, resiste bajo la luz de las velas.
Ayer, alrededor de 450.000 residentes de la capital permanecían sin electricidad debido a los últimos ataques rusos contra infraestructura energética, según denunció el alcalde de Kyiv, Vitali Klitschko. Una cifra 1,5 veces superior a la de los últimos días.
Asimismo, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, aseguró que el «terror energético del que hace uso Rusia» ha dejado a 4,5 millones de ucranianos sin luz. En su opinión, Vladimir Putin ataca las instalaciones eléctricas ucranianas porque no puede derrotar a Ucrania en el campo de batalla. El desafío de soportar «el terror energético ruso» es ahora la «tarea nacional» de todos los ucranianos, aseveró Zelenski.
«Algún día mis hijas van a contar a sus hijos cómo estaban pintando el arco iris bajo la luz producida por los generadores», comenta Aleksandr, programador, mientras enseña la pintura de acuarelas. Vive en una casa privada junto con su mujer y sus dos hijas de 7 y 4 años. Su esposa se negó a salir del país porque sabía que «en el momento que se van de la cuidad su marido se uniría al Ejército». Para que su familia no pase frío Aleksander hizo todo lo posible: compró las baterías, el generador, instaló el calentador de agua de gas grande que también preserva el calor en la habitación durante un tiempo, y colocó un colector solar. Pero no descarta que algún día, para organizar una barbacoa en el jardín tenga que «hacer un hueco en la pared para poner un horno tradicional».
Con todo, lo que más preocupa a Aleksander es el horario en las escuelas. Los profesores son los que a veces están sin luz y esto afecta a la formación. Sus hijas ya son luchadoras disciplinadas que tienen los conocimiento básicos de supervivencia: saben dónde está el arma de su padre y sus linternas personales, dónde tienen que esconderse cuando suenan las sirenas... «Lo más difícil fueron los primeros días de la guerra. Explicarles porque su mamá y su papá les escribían en los brazos sus datos y los teléfonos de su padres».
En los edificios altos, la situación es menos optimista: la oscuridad y la calefacción no son los únicos problemas. Ahora vivir en el piso más alto ya no es un lujo, sino un reto diario y un ejercicio de cardio muy intenso. Oksana, una mujer de 40 años, el año pasado consiguió su sueño y compró un apartamento con unas vistas preciosas a la capital. Nunca pensó que se arrepentiría de su decisión.
«No me atrevo a entrar en el ascensor para no quedarme atrapada y no pasar en un ambiente claustrofóbico unas 8 horas», comenta la mujer y añade con risas que ya no necesita ir al gimnasio porque tras subir las 20 plantas, «al final del invierno voy a tener unos glúteos muy bonitos».
En su edificio, como en muchos hogares de Kyiv, la gente deja dentro de los ascensores un kit de emergencia, medicamentos , comida y juguetes para que los desafortunados que se queden atrapados puedan sobrevivir unas horas en estos espacios tan pequeños. Natalia, de 36 años, que trabaja en el salón de belleza de la cuidad, confiesa que sobrevivir en Kyiv este invierno costará mucho dinero. Calculó junto a sus amigos que sería más barato pasar tres meses en Bali. «Suma. Unos 1.000 euros hay que pagar por el generador eléctrico, 600 por un Starlink más el pago mensual de 60 euros para estar conectado al wifi, un saco de dormir de plumas y una tienda de campaña», tasa Natalia.
No solo sufren los hogares. Los negocios se quedan paralizados. Tampoco hay generadores eléctricos en todos los hospitales. En muchos centros médicos funcionan solo las salas de operaciones que tienen prioridad. Aun así, los enfermeros y doctores se quejan de que tienen que hacer cirugías o poner vías con linternas y velas.
En estas circunstancias los ucranianos intentan ayudarse como pueden. «Esta tarde tengo la entrega de un artículo, y estamos sin luz y agua», escribí en Facebook. «Olga, apunta el número de teléfono de mi hija y su dirección –ella tiene luz y vive en el centro de la cuidad. Hoy trabajáis juntas», me ofreció Vira. A mis palabras de agradecimiento, contesta: «Ahora, cada uno de nosotros se vuelca en las acciones, grandes y pequeñas».
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