Client Challenge

Tribuna

Discurso trascendental envuelto en trumpismo

Donald Trump ha vuelto a demostrar que su lenguaje directo, su sentido del espectáculo y su intuición política pueden convertirse en instrumentos de una diplomacia singularmente efectiva

O.Próximo.- La firma del acuerdo en Sharm el Sheij sella la primera fase del ambicioso plan de paz de Trump
O.Próximo.- La firma del acuerdo en Sharm el Sheij sella la primera fase del ambicioso plan de paz de TrumpEuropa Press

EEUU y Trump, con su diplomacia de lenguaje claro que combina el elogio y el puñetazo en la mesa, son los responsables directos de este innegable éxito, que unos pocos niegan y que mucho oportunista sin escrúpulos se quiere apuntar.

Donald Trump ha vuelto a demostrar que su lenguaje directo, su innegable sentido del espectáculo y su formidable intuición política pueden convertirse en instrumentos de una diplomacia singularmente efectiva. Su intervención ante la Knesset, el Parlamento israelí, de ayer no será recordada únicamente por su tono y su escenografía, sino por la magistral manera en que combinó el elogio, la advertencia y la estrategia en un mismo discurso. Pocas veces un líder extranjero ha pronunciado palabras tan audaces, con tanto simbolismo y tan calculada claridad, en el corazón mismo de la política israelí.

Desde el principio Trump actuó como la figura que ha construido: un showman que comprende a la perfección la fuerza del gesto y el poder de la palabra. Se mostró relajado, plenamente consciente de la carga histórica del momento, pero también del profundo impacto que cada una de sus frases tendría en el complejo tablero internacional. Su discurso fue una estudiada mezcla de humor, ironía y una contundencia implacable, dirigida tanto a su audiencia inmediata -los diputados israelíes- como, por extensión, al mundo árabe y la audiencia global.

La imagen de los parlamentarios israelíes aplaudiendo con fervor, algunos de ellos ataviados con las icónicas gorras rojas de “MAGA”, puso de manifiesto la fascinación por Trump de ciertos sectores de la política israelí, no solo los más conservadores. No obstante, más allá del entusiasmo visual, el fondo del discurso revela una estrategia mucho más sofisticada y profunda.

Trump inició su intervención con un tono marcadamente conciliador, agradeciendo a Israel “su coraje y su determinación”. Sin embargo, bajo esa cuidada capa de adulación se ocultaban mensajes de calado. En una de las frases más significativas, exhortó a los israelíes a canalizar su genio defensivo hacia la construcción de un futuro tangible: “Si pusierais la misma genialidad con la que os defendéis en crear, en innovar y en construir, el resultado sería algo nunca visto”.

Ese tipo de admonición -proferida desde Jerusalén y en el propio Parlamento israelí-requería un extraordinario valor político. Trump les estaba diciendo, en esencia, que la verdadera y definitiva victoria de Israel no será militar, sino moral, de desarrollo económico y paz regional.

Su siguiente movimiento fue, si cabe, aún más arriesgado: mencionó elogiosamente a Qatar y "otros estados árabes y musulmanes (no árabes en alusión a Turquía), reconociendo su papel como los principales mediadores en el reciente plan de paz. El silencio expectante que se produjo en el hemiciclo fue palpable. Trump quería reforzar su imagen de mediador global.

En otro momento clave de su discurso, el expresidente tendió una mano inesperada a Teherán. Afirmó que “la mano de América está abierta si Irán elige la paz”, justo después de acusar al régimen de los ayatolás de “sembrar muerte y destrucción en la región”. La frase, pronunciada con su característico dramatismo, condensó a la perfección el estilo Trump: una calculada mezcla de amenaza y ofrecimiento, de castigo y una posible vía para la redención. Es una técnica retórica que domina a la perfección. Trump se situó por encima de las ortodoxias diplomáticas, demostrando que, incluso fuera del Despacho Oval, sigue dominando la agenda internacional.

Es importante subrayar que buena parte del discurso fue improvisado, lo que le permitió adaptar el tono del mensaje en tiempo real, responder a las reacciones del público y mantener el ritmo de una conversación cercana. Su dominio escénico fue absoluto. Transitó con naturalidad del humor al desafío, de la ironía al aplauso cerrado, leyendo perfectamente al auditorio sin perder de vista su audiencia global y sus siguientes interlocutores.

Estuvo especialmente afectuoso con el líder de la oposición Yair Lapid, sin duda preparando su relación con quien podría ser próximo primer ministro de Israel, destacando su patriotismo y diciendo “BB, pórtate bien con él, ya no estás en guerra y me cae muy bien”. Trump usó el elogio al rival de Netanyahu como una elegante forma de apelar a la unidad nacional sin caer en el sermón.

La ovación más entusiasta llegó cuando se refirió a Jerusalén como “la capital eterna e indivisible del Estado de Israel”. Pero el clímax se alcanzó cuando pidió públicamente al presidente de Israel que considerara la concesión de un indulto completo a Benjamin Netanyahu, a quien describió como “un hombre que sirvió a su país con valentía”. En ese preciso instante, solo la mitad del hemiciclo se puso en pie, confirmando la profunda fractura política del país incluso en un día tan especial como el 13 de octubre.

Trump ha podido decir cosas en la Knesset que ningún otro presidente de los EE UU se hubiese atrevido a tan siquiera murmurar en privado. En definitiva, la diplomacia de “la paz a través de la fuerza” va a conseguir lo que la versallesca y clásica jamás soñaron.