
Tormenta perfecta
Miles de evacuados en Filipinas y China por la llegada del supertifón Ragasa
Ante la primera embestida, más de 10.000 personas han sido evacuadas en el norte filipino y cientos de miles en China

Un coloso meteorológico se cierne sobre el Pacífico noroeste. El supertifón Ragasa, con vientos que aúllan a 250 km/h y un ojo compacto, avanza como un titán hacia Filipinas, Taiwán y Hong Kong. En las últimas horas, ha desatado un éxodo masivo: ante la primera embestida, más de 10.000 evacuados en el norte filipino y cientos de miles en China, mientras aeropuertos cierran y ciudades costeras se blindan.
Filipinas: el exilio forzoso desde la costa
En el archipiélago filipino, el epicentro de la intrusión ciclónica, las autoridades han activado protocolos de respuesta ante la inminente incursión de borrascas asociadas. Más de 10.000 habitantes de las provincias de Cagayan y Batanes han sido realojados en refugios temporales, priorizando zonas vulnerables a la llegada de la marea y a la erosión costera inducida por olas de hasta 7 metros de altura significativa. El Servicio Meteorológico de Filipinas (PAGASA) ha izado la señal de alerta máxima en las Islas Babuyán, advirtiendo de condiciones destructivas que podrían generar vorticidad absoluta extrema en la rotación horizontal, con ráfagas que superen los 300 km/h. Imágenes satelitales de GOES-17 capturan ya la extensión de la banda de lluvia curvada, un anillo convectivo que descarga precipitaciones acumuladas superiores a 300 milímetros en seis horas, exacerbando el riesgo de desbordamientos fluviales y colapsos geotécnicos en laderas empinadas. Filipinas, en el corazón del cinturón de monzones, enfrenta anualmente decenas de estos invasores, pero la frecuencia de intensificaciones rápidas –como la de Ragasa, que ganó 50 nudos en 12 horas– se ha duplicado en la última década, según datos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático.
El presidente Ferdinand Marcos Jr. ha suspendido toda actividad gubernamental en 29 provincias, mientras drones y equipos de rescate vigilan zonas propensas a deslizamientos de tierra. En los municipios costeros reina la prisa. Familias enteras cargan pertenencias en camiones improvisados para dirigirse a refugios comunitarios. El oleaje ciclónico que se espera podría elevar el mar como una pared de hasta cinco metros. Las casas de madera sobre pilotes y los barcos pesqueros amarrados en bahías poco profundas tienen pocas posibilidades de resistir.
Las advertencias oficiales hablan claro de lluvias capaces de descargar lo equivalente a un mes entero en apenas 24 horas. Para los ingenieros hidráulicos y geólogos, eso significa inundaciones súbitas y corrimientos de tierra en la Cordillera Central. La agricultura está en riesgo de anegarse justo en temporada de cosecha, un golpe nada menor para la seguridad alimentaria de millones de personas.
Este monstruo no es casualidad, sino consecuencia de condiciones excepcionales. El mar filipino está varios grados más cálido de lo habitual, con una capa profunda de agua cargada de energía térmica. Esa “gasolina” alimenta la convección que se observa en las imágenes infrarrojas.
El bajo cizallamiento vertical del viento ha permitido que el ciclón mantenga su estructura intacta, un engranaje perfecto de rotación y disipación de calor. Para los meteorólogos, estamos ante un ejemplo de libro de cómo convergen océano y atmósfera para producir la tormenta perfecta.
Taiwán: el efecto multiplicador de la montaña
Taiwán, al norte, se prepara para un zarpazo indirecto con una mezcla de fatalismo y disciplina. Aunque Ragasa no tocará tierra allí, sus bandas externas descargarán hasta 500 mm de lluvia diaria en la costa este, donde las montañas amplifican las precipitaciones. En Hualien, 300 vecinos de aldeas remotas esperan ser evacuados, y los puertos han parado. Los aeropuertos cancelan vuelos, y las rutas marítimas están desiertas, con barcos anclados en bahías protegidas. La consecuencia es previsible con deslizamientos masivos, carreteras cortadas y aldeas rurales inalcanzables durante días. El Gobierno ya ha ordenado suspender clases, ha cerrado oficinas en condados costeros y ha evacuado a comunidades expuestas.
Hong Kong: el dilema urbano del centro financiero
Hong Kong, la joya financiera del Pacífico, está en modo de emergencia. El Observatorio local elevará el martes la alerta a nivel 8 , anticipando ráfagas huracanadas y subidas del mar de 3 metros en el delta del Río de las Perlas. El aeropuerto internacional, un hervidero global, prácticamente suspenderá operaciones por 36 horas desde la medianoche del martes. Aerolíneas han cancelado decenas de vuelos y el puerto más activo de Asia prepara cierres parciales. En los supermercados, los estantes de agua y comida enlatada se vacían como si fuera Año Nuevo Lunar. La ciudad entera se atrinchera, mientras los equipos de emergencia apilan sacos de arena en zonas bajas. Una urbe vertical, densamente poblada y dependiente de su infraestructura eléctrica no puede permitirse cortes prolongados. Sin embargo, esa es una probabilidad creciente.
Si Ragasa golpea con toda su fuerza, los daños materiales podrían contarse en miles de millones de dólares. Pero la fragilidad más evidente es social: millones de residentes con escuelas cerradas y confinados en apartamentos minúsculos, pendientes de si el vendaval es similar al devastador Manghkut de 2018, que arrancó techos y ventanales, grúas e incluso los tradicionales andamios de bambú.
En China continental, Guangdong es un hervidero de preparativos. Shenzhen, la megaciudad vecina de Hong Kong, planea evacuar a 400.000 personas de áreas costeras y barrios vulnerables. Trenes, escuelas y oficinas han cerrado en ciudades como Zhuhai y Zhongshan, donde las autoridades piden almacenar comida y reforzar puertas.
El coste humano y la incógnita climática
Detrás de este caos hay un villano mayor: el cambio climático. El IPCC lo tiene claro: océanos más calientes, fruto de décadas de emisiones, están creando tifones más feroces y rápidos. Filipinas, castigada por 20 ciclones al año, es el laboratorio perfecto para esta nueva realidad. En Hong Kong, que vivió su agosto más lluvioso desde 1884, se aprende que el clima ya no es el de antes. Los satélites y radares Doppler son cruciales, pero la verdadera batalla es reducir el calentamiento global. Las evacuaciones tempranas están salvando vidas, pero el coste económico será brutal: cosechas arrasadas, puertos parados, ciudades en pausa. Este supertifón es un recordatorio feroz: el Pacífico no perdona, y el planeta está enviando señales que no podemos ignorar.
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