
Crisis humanitaria
Birmania: el drama oculto tras el silencio
El terremoto que asoló el país hace casi dos meses ha evidenciado las vulnerabilidades y carencias que la dictadura militar intenta esconder

Los birmanos conocen bien la amarga experiencia de enfrentar terribles catástrofes naturales bajo regímenes de dictadura militar. A lo largo de los últimos años, ciclones, inundaciones o brotes de enfermedades han asolado el país, y en cada ocasión, el patrón ha sido similar: un ejército autoritario observa, recoge la ayuda internacional y la utiliza en beneficio propio. El violento terremoto que devastó el centro de Birmania el 28 de marzo ha expuesto de nuevo las profundas vulnerabilidades de un país ya desgastado por años de conflicto. Con más de 3.600 muertos y 5.000 heridos confirmados, la magnitud de la destrucción es muy alarmante. Cerca de 1.850 edificios han sido destruidos y otros 2.250 severamente dañados, pero estas cifras son solo un reflejo parcial de la calamidad, especialmente en regiones donde la información es controlada y censurada por la junta militar. Las organizaciones humanitarias informaron de que 17 millones de ciudadanos en las áreas afectadas enfrentan una crisis inminente, demandando urgentemente alimentos, agua, refugio y atención médica. Este cataclismo no sólo trae consigo el luto por las vidas perdidas, plantea además un futuro bien oscuro para la desgastada economía nacional. Con un aumento inevitable de la pobreza y la inflación, enfrentan un colapso en sus exportaciones y capacidad productiva, lo que podría perpetuar un ciclo de desestabilización que se ha extendido durante años.
Las imágenes que emergen de las calles de Sagaing y Mandalay tras el temblor de 7,7 grados son impactantes. Edificios altos y cientos de viviendas han sido reducidos a escombros, mientras que aquellos que aún se sostienen lo hacen en frágil equilibrio, con su colapso inminente. En Sagaing, el 80% de los bloques ha quedado destruido, y secciones enteras de uno de los principales puentes sobre el río Irrawaddy se han desplomado, según el Programa de desarrollo de Naciones Unidas. Las infraestructuras viales presentan fisuras profundas, capaces de tragarse vehículos enteros, evidenciando un sistema que ya estaba al borde del colapso.
Las comunidades se enfrentan a una crisis humanitaria espantosa, viviendo en la intemperie bajo temperaturas que superan los 40ºC. Aquellos que conservan sus hogares temen ingresar a ellos, conscientes de su inestabilidad y los peligros inminentes. Las enfermedades son consecuencia inevitable de esta tragedia. La falta de acceso a instalaciones sanitarias obliga a muchos a defecar en espacios abiertos, mientras que la escasez de agua potable agrava la situación. Se están notificando brotes de cólera, hepatitis y tifus, incluso entre los trabajadores humanitarios que intentan proporcionar ayuda. Los hospitales, ya saturados por los disturbios civiles previos, están desbordados y carecen de suministros médicos críticos, como botiquines de traumatología y antisépticos. Los pacientes se instalan en aparcamientos, enfrentando condiciones inseguras y degradantes.
La economía local está en ruinas. Se ha puesto en evidencia la vulnerabilidad del país, especialmente en Mandalay, un eje crucial para su actividad comercial. Esta región, que alberga numerosas empresas y es vital para la cadena de suministro, se enfrenta a un panorama desalentador. Los informes preliminares indican que decenas de instalaciones industriales han sufrido daños significativos, lo que podría alterar el funcionamiento de un sistema ya frágil. La destrucción de infraestructuras esenciales—carreteras, puentes y sistemas de telecomunicaciones—interrumpe las operaciones comerciales y afecta la capacidad de respuesta humanitaria. El histórico puente que unía Sagaing y Mandalay ha quedado inutilizable, limitando el acceso a un puerto fluvial crítico para el transporte de mercancías y dificultando la logística en una región que depende de la fluidez de sus comunicaciones.
Según un Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el 75% de la población, más de 40 millones de personas, vive cerca o por debajo de niveles de subsistencia. La clase media birmana ha experimentado una contracción del 50% en los últimos años convirtiendo incluso lo más básico en un lujo inalcanzable para la mayoría. Mientras las comunidades birmanas luchan por recuperarse de la destrucción, las noticias de ataques aéreos sobre aldeas civiles comenzaron a surgir apenas horas después de que la tierra temblara y se han mantenido desde entonces. Esta escalofriante coincidencia revela la brutalidad de un régimen que aprovecha la miseria para reforzar su control y sembrar más terror bajo un manto de silencio.
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