Los ángeles de Bajmut

Los médicos ucranianos en el frente: “Lo peor de todo es cuando los soldados mueren de camino al hospital, sobre todo si son jóvenes”

Alexander lleva tres años trabajando como médico de combate en el Batallón 38, un hospital móvil que atiende a los heridos de la batalla más encarnizada de Ucrania

Soldados ucranianos descansan cerca de su posición en Bajmut, región de Donetsk
Soldados ucranianos descansan cerca de su posición en Bajmut, región de DonetskLibkosAgencia AP

La ambulancia militar rebozada con barro arcilloso da un frenazo y se detiene en el cruce de carreteras convertido en punto de evacuación y transferencia de los heridos que vienen del frente de combate. La noche ha caído y la oscuridad es tan profunda que se podría cortar con un cuchillo, hasta que la puerta trasera del vehículo se abre e ilumina las tinieblas donde cualquier luz a la vista es un peligro porque anuncia la posición de las tropas ucranianas en Chasiv Yar, a pocos kilómetros de Bajmut, donde los misiles, la artillería y los drones rusos no quieren dejar títere con cabeza, sin importarles si los que están en su mirilla son militares, civiles o heridos.

La ambulancia civil esperándoles hace lo mismo y los enfermeros y médicos de ambos vehículos empiezan la operación desenfrenada. Cada minuto cuenta y puede ser la diferencia entra la vida y la muerte de sus pacientes. El primer soldado herido en el pecho está tendido inconsciente en una camilla cubierto con una manta térmica de emergencia de color dorado. Uno de sus brazos cuelga bamboleándose, inerte. Lo colocan en el interior mientras una médico militar le comprueba las constantes vitales. El segundo herido está despierto y grita cuando lo tocan. La metralla rusa le ha destrozado un brazo y una pierna.

El soldado intenta mantener la cabeza alta mientras los enfermeros lo trasladan agarrándolo por los brazos, pero el dolor es demasiado intenso y no puede evitar otro alarido, el cual se multiplica cuando lo suben a la ambulancia que lo llevará al hospital de Kostiantynivka, situado a varios kilómetros a través de carreteras en mal estado llenas de baches y agujeros. Otro suplicio. El herido se sienta, no hay sitio para más, con la mirada más allá de este mundo, aturdido por el calvario físico, a la vez que el daño y la congoja ante su cuerpo despedazado vuelven a escapársele por la boca.

Cuando la ambulancia civil se marcha, un enfermero limpia la parte trasera de la militar con una escoba. Los deshechos médicos empapados en sangre caen al suelo mientras su compañera, una soldado joven, pero con las facciones envejecidas antes de tiempo, no puede más. “¡Joder, joder, joder!”, grita con la voz rota dejando escapar unas lágrimas de pura rabia. Un compañero la abraza, pero ella se revuelve y chilla algo ininteligible, seguramente acordándose de las madres de los soldados del Ejército de agresión ruso.

“Entramos en trance”

“Lo peor de todo es cuando los soldados se mueren de camino al hospital, sobre todo si son muy jóvenes”, explica el doctor Alexander, oriundo de Dontesk, cuyo indicativo de llamada es Astral “porque no hay nada más bonito que el cielo estrellado”, sirviendo en el Batallón 38 de la Guardia Nacional estacionado en Kostiantynivka, el cual lleva seis meses rescatando a los heridos del frente de Bajmut. “Todavía tengo la cara gravada de un soldado de 18 años con la cabeza destrozada y al que no pudimos salvar”.

“Estudié en la Academia militar y en la Universidad de Medicina. Llevo tres años trabajado como médico de combate”, añade. Sobre su jornada diaria explica que, literalmente, viven de hora en hora. “Siempre estamos de guardia, por lo que nunca sabemos qué pasara de un momento a otro. A veces todo está tranquilo hasta que, de repente, se desata el frenesí y hay que salir corriendo hacia el frente. Nuestra unidad cuenta con doctores y el resto son enfermeros, sanitarios, conductores y tropas de apoyo”.

La batalla de Bajmut, así como todas las ciudades colindantes que están sufriendo los bombardeos rusos, cada día hacen aumentar el número de víctimas. Pero el Batallón 38 es un hospital móvil que, de momento, tiene “suficiente equipamiento y medicinas, por lo que no podemos quejarnos en ese sentido. Además, si nos falta comida los voluntarios civiles siempre acuden en nuestra ayuda”.

¿Teme por su vida cuando llevan a cabo las evacuaciones? “Durante el trabajo no siento miedo. Es como si pusiera el piloto automático y sólo pienso en la tarea que tengo delante. En rescatar al herido, estabilizarlo y hacer que llegue con vida al centro médico. Es como si entráramos en trance”, asegura. “A veces somos como robots”, confirma Artem, alias Borjomi, sentado a su lado bajo varios dibujos colgados en la pared hechos por niños ucranianos e introducidos en los paquetes de ayuda.

Ahora todos ellos son como nuestros hijos. El suyo es un gran apoyo. A veces los miramos y nos sacan una sonrisa. Esos dibujos son un rayo de esperanza que te da fuerzas y razón para seguir adelante. Algunos hasta se han convertido en postales”, explica, enseñando un fajo que guarda en su dormitorio en el que los menores han dibujado casas sin dañar sobre prados verdes, soldados con banderas, corazones pintados con el azul y amarillo de la enseña del país, paisajes en paz y, sobre todo, pequeños mensajes de ánimo: “Espero que todos estéis bien. Volved a casa vivos. Sois nuestros héroes. Slava Ukraine! (¡Gloria a Ucrania!)”, se lee en uno de ellos.

¿Tienen algún tipo de asistencia psicológica? “En la unidad no contamos con especialistas de ese tipo. Nos ayudamos y apoyamos los unos a los otros”, explica Alexander. “Internet ayuda mucho”, injiere Artem, mientras el resto de los sanitarios presentes asienten y ríen. “Cuando volvemos a la base pasamos mucha parte de nuestro tiempo conectados con nuestras familias, o viendo cosas que nos distraen y alejan de este lugar, aunque sólo sea durante unos minutos”, concluye.

Gracias al sistema de conexión vía satélite Starlink, la ventana abierta al mundo y a sus seres queridos se ha convertido en un apoyo fundamental para que, tras un día de horror, vísceras en el suelo, miembros amputados y cuerpos destrozados de una generación entera avocada a la guerra, puedan seguir adelante con su tarea sin perder la cabeza. Para encontrar un ángel verdadero no hace falta leer sobre ellos en la Sagrada Escritura. Sólo hay que venir al frente del Donbás y ver el peligrosísimo trabajo y la devoción desinteresada de los médicos de combate, los ángeles de la batalla de Bajmut.