Política

Terrorismo yihadista

Guerra de Siria: el mundo tras la caída del Califato Islámico

Bachar al Asad afianza su poder con el apoyo de Rusia e Irán, pero el Pentágono avisa de que la organización yihadista se empieza a reorganizar en varios países

La coalición internacional contra el Estado Islámico advirtió ayer de que el grupo terrorista «espera el momento adecuado para resurgir» / Ap
La coalición internacional contra el Estado Islámico advirtió ayer de que el grupo terrorista «espera el momento adecuado para resurgir» / Aplarazon

Bachar al Asad afianza su poder con el apoyo de Rusia e Irán, pero el Pentágono avisa de que la organización yihadista se empieza a reorganizar en varios países.

Este 2019 podría marcar dos hitos en el conflicto de Siria: el ocaso del Califato Islámico y el final de ocho años de sangrienta guerra civil. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), aliados de EE UU, declararon oficialmente ayer «la eliminación total del califato y la derrota cien por cien territorial del Estado Islámico». Así lo dijo en un Twitter Mustafa Bali, portavoz de las FDS.

Con la caída de la ciudad de Al Baguz desaparece el espectro del Estado Islámico (EI) en Siria. No obstante, la organización terrorista podría mutar y a corto plazo sigue siendo una amenaza ya que mantiene una presencia dispersa en el desierto y cuenta con células durmientes en Siria e Irak. Además, se desconoce si el líder del grupo, Abu Bakr Al Baghdadi, todavía sigue vivo y dónde podría estar escondido. Tampoco hay que olvidar que los tentáculos del EI se han extendido a la península del Sinaí en Egipto, países del Sahel y al centro de Asia como Afganistán y Pakistán, lo que representa un peligro para la seguridad internacional.

El Pentágono publicó un informe el mes pasado en el que advertía de que el EI ya estaba regenerando sus funciones y capacidades a gran velocidad en Irak. «Si no se aplica una presión constante, es probable que el Estado Islámico resurja en Siria en un plazo de seis a doce meses y recupere incluso un territorio limitado», señaló el documento.

La recuperación del último bastión de los yihadistas en Siria abre una nueva etapa en la relación de enemistad entre Turquía y las milicias kurdo-sirias conocidas por sus siglas YPG. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, le arrancó a su homólogo estadounidense Donald Trump el compromiso de que una vez terminaran las operaciones internacionales contra el EI en el norte de Siria, las YPG y las Fuerzas Democráticas Sirias, de mayoría kurda, deberán retirarse de la frontera. Dependerá de las prisas y de los intereses electorales del gobernante partido de la Justicia y Desarrollo (AKP) para que Turquía inicie otra operación en el norte de Siria para debilitar a sus enemigos kurdos. De ser así, significaría una ventaja para Damasco que podría firmar un acuerdo con los kurdos para ofrecerles protección como ya ocurrió en Manbij a cambio de su lealtad.

En términos militares, la guerra la ha ganado Bachar al Asad y su régimen. El único reducto que le queda por recuperar es la norteña provincia de Idlib, en manos de los extremistas de Tahrir Al Shams (Organización para la Liberación del Levante) y la oposición islamista que apoya Turquía. Podría darse la opción de que para prevenir un baño de sangre en Idlib se llegara a un acuerdo entre Turquía y Siria, por mediación de Rusia, para la rendición de los rebeldes.

Con Asad como legítimo presidente, de nuevo, a la diplomacia internacional no le quedará más remedio que aceptar el resultado y restaurar sus relaciones con Damasco. Los primeros que han empezado a mover ficha son los países árabes de la región que han empezado a abrir sus embajadas. «Los principales estados árabes no abrazan al régimen sirio. Estos son pasos y pasos a seguir para equilibrar las relaciones entre Washington por un lado y el nuevo protagonista en Damasco: Moscú», señaló Riad Kahwaji, del Instituto para el Análisis Militar de Oriente Próximo y el Golfo. «Cualquier medida que tomen estos países árabes hacia Damasco a corto plazo siempre estará condicionada a reducir el papel y la influencia de Irán en la zona», sentenció el analista.

El sátrapa sirio cuenta con el apoyo militar y político de Rusia e Irán pero a la hora de la reconstrucción de Siria no le quedará más remedio que pactar con Occidente y deberá aceptar algunas de sus condiciones. Las nuevas sanciones a Irán están ahogando su economía, por lo que no va a poder entregarle cheques con enormes sumas de dinero a su aliado sirio.

Irán y Rusia

En los últimos años, Teherán ha firmado varios memorandos de entendimiento con Damasco sobre temas como la lucha contra el lavado de dinero y el fomento de la inversión conjunta, pero estos acuerdos son más simbólicos que financieros. «El aumento en las sanciones desde que Washington se retiró del acuerdo nuclear con Irán el año pasado ha limitado el poder adquisitivo de la República Islámica en Siria, aunque Teherán sigue siendo una importante fuente de crédito para Damasco, ya que le ha otorgado entre 6.000 y 7.000 millones de dólares en petróleo crudo desde 2013», indicó Jomana Qaddour en un análisis del Washington Institute.

Su otro aliado, Rusia, tampoco está pasando su mejor situación financiera y no puede darse el lujo de subvencionar la reconstrucción de Siria. Según el periódico ruso «Vedomosti», Moscú ha insistido públicamente en que será el principal agente de reconstrucción, pero después de haber gastar alrededor de 1.200 millones de dólares por año en operaciones militares en Siria, el Kremlin no puede enfrentarse a un proyecto de desarrollo tan grande, por lo que tendrá que negociar con la Unión Europea para que invierta en Siria.

«Ésta podría ser una de las pocas fichas que puede mover Occidente para negociar con Asad. El apoyo internacional se proporcionará a cambio del nivel de apertura democrática y de cual será el futuro papel de Asad», indicó a LA RAZÓN el investigador libanés, Habib Fayat. De hecho, la UE ha insistido en que no entregará fondos de reconstrucción a Siria sin un progreso político tangible.

El presidente sirio habrá podido declarar la victoria de una guerra civil en un país reducido a escombros que tendrá que levantar de nuevo. Paradójicamente, los cambios y reformas políticas que demandaron hace ocho años millares de sirios y que fueron callados a sangre y fuego, ahora será la moneda que deberá pagar Asad si quiere gobernar algo más que sobre las ruinas.