20º aniversario

Irak: de la victoria brillante a la ocupación desastrosa

Bush perseguía concluir la tarea que inició su padre en 1991 y diseñar un Gran Oriente Medio bajo el liderazgo de EE UU y sin Sadam Husein

El expresidente George W. Bush
El expresidente George W. BushTHAIER AL-SUDANIAgencia AP

Hace ahora veinte años, el 20 de marzo de 2003, la coalición internacional liderada por Estados Unidos, y compuesta por Reino Unido y España con el apoyo de los peshmergas kurdos en el norte, dio comienzo a la invasión de Irak.

Aviones de combate y bombardeos de precisión con misiles, así como la acumulación de cerca de 300.000 fuerzas militares por parte de la alianza bélica contra Irak, anularon la capacidad de defensa iraquí en pocos días. Apenas cinco semanas duró la guerra propiamente dicha, pero más de 8 años y 8 meses la posterior ocupación. Las tropas estadounidenses no se retiraron de Irak hasta 2011 en un conflicto que dejó un balance de 15.000 soldados muertos en combate, la gran mayoría de ellos iraquíes.

El colapso del régimen baazista a la llegada de la coalición internacional de ataque dio paso a la captura de Sadam Husein, que gobernó de 1979 a 2003, en la conocida como “operación Amanecer Rojo” en diciembre de ese mismo año, aunque no fue ejecutado hasta tres años más tarde, en 2006.

El repentino vacío de poder que dio paso a la caída de Sadam llevó a una guerra civil entre chiíes y suníes, paralela a la insurgencia prolongada en el tiempo contra las fuerzas de coalición que ocupaban el país. Estados Unidos dio respuesta a esa contingencia manteniendo sobre el terreno una acumulación de 170.000 soldados en 2007, otorgando así un mayor control al Gobierno y al Ejército iraquíes.

La ONG Human Rights Watch atribuyó entre 250.000 y 290.000 muertes y desapariciones al régimen de Sadam, aunque el Gobierno de Estados Unidos afirmó que el dictador mató a 300.000 iraquíes, entre ellos 180.000 kurdos en Anfal y 60.000 chiíes en el levantamiento de 1991.

Fue precisamente entonces, en 1991, cuando dieron comienzo las tensiones entre Irak y Estados Unidos, al emprender las tropas norteamericanas la denominada “operación Tormenta del Desierto” para obligar a los militares iraquíes a retirarse de Kuwait.

Y siete años después, en 1998, Estados Unidos alertó junto a Reino Unido que Irak estaba en posesión de letales armas químicas. Las famosas armas de destrucción masiva. Razón por la que, en ese momento, se realizó una intervención, pero fue a menor escala.

La invasión militar a gran escala se llevó a cabo finalmente el 20 de marzo de 2003 bajo la operación “Nuevo Amanecer”, coalición formada por los Estados Unidos de George W. Bush, el Reino Unido de Tony Blair y la España de José María Aznar.

De Bush hijo se dijo que tuvo principalmente dos motivos para hacerlo. Por un lado, concluir lo que Bush padre había empezado durante su mandato. Y es que al presidente George H.W. Bush (1989-1993) se le reconoce el legado de haber vencido a Irak después de la invasión de Kuwait, así como por haber presidido la disolución de la Unión Soviética y la reunificación alemana. Y, por el otro, eliminar a un enemigo de muchos aliados en la zona, estratégicamente decisivos en Oriente Medio.

Los tres países aliados, liderados por Estados Unidos, argumentaron lo mismo que ya habían expuesto ante la Asamblea General de las Naciones Unidas al solicitar el desarme de Irak: la búsqueda y destrucción de las supuestas armas de destrucción masiva. El propio Aznar insistió desde España en “estar seguro de que aparecerían”.

Nunca aparecieron. Pero Estados Unidos tampoco pareció necesitar ninguna excusa para justificar la decisión llevada a cabo por el presidente Bush desde la Casa Blanca apenas unos meses después de haber tomado posesión por primera vez del cargo, y mucho antes de los atentados del 11-S.

En realidad, para Estados Unidos, el tema de las armas de destrucción masiva fue secundario, siempre por detrás de una extensa campaña, mucho más profunda, para derrocar al líder iraquí Saddam Hussein. Ya después, la sociedad estadounidense, muy dolida por los trágicos atentados del 11 de septiembre de 2001 en su propia casa, a diferencia de los países europeos no rindió cuentas a la Administración ni le pidió explicaciones sobre la intervención militar en Irak.

Fue el propio presidente Bush quien también anunció, en 2008, la retirada de las tropas estadounidenses en combate de Irak, llevándose completamente a cabo ya bajo el mandato de Barack Obama el 18 de diciembre de 2011.

Tal y como sucediera con Afganistán después de veinte años de prolongada presencia militar estadounidenses en el país, el veinte aniversario de la guerra de Irak recuerda por muchos factores similares a la herida que dejó abierta, hace menos de dos años, la caótica retirada definida de las tropas de Estados Unidos en Kabul. Retirada no exenta de polémica, heredada del acuerdo sellado por Donald Trump con los talibanes y completada por la Administración Biden. Quien, por cierto, resaltaba hace unos días el rol de su hijo mayor en una de las guerras más recordadas por Estados Unidos.

“Mi hijo, mi hijo número uno que debería ser el que esté aquí como presidente, no yo”, recordó sobre su hijo, Beau Biden, esta misma semana. “Se ofreció como voluntario para ir con su unidad a Irak durante un año. Fue uno de los hombres más aptos de su unidad. Volvió (a casa). Volvió con glioblastoma en estadio cuatro”, explicó el presidente de Estados Unidos. Aunque su hijo pudo regresar al país tras luchar en la guerra de Irak, acabó perdiendo la batalla de su vida a causa de una dura enfermedad. “No hay nada como perder a alguien por cáncer. Es como perder un pedazo de tu alma, perder una parte de ti”, se sinceró Biden al hablar de su hijo.