
Asia
Japón redefine su defensa ante una China que despliega su presión híbrida sobre Taiwán
Las advertencias de Tokio, la respuesta coercitiva de Pekín y la militarización del mar de China Oriental consolidan un escenario de disuasión prolongada sin canales de diálogo efectivos

La rivalidad entre China y Japón ha dejado de ser episódica para derivar en una fricción sostenida, con Taiwán en el centro de gravedad de la discordia. La dinámica actual trasciende la retórica diplomática, y se ha traducido en alertas consulares, maniobras con fuego real y la suspensión de canales de comunicación al más alto nivel. El resultado es un entorno de seguridad regional crecientemente militarizado, donde la disuasión, más que el diálogo, es el único lenguaje operativo.
El detonante inmediato provino de Tokio. La primera ministra Sanae Takaichi afirmó que un eventual ataque chino contra Taiwán podría activar el derecho japonés a la autodefensa colectiva, sustentado en la reforma doctrinal de 2014 y consolidado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022. La declaración marcó un punto de inflexión: Japón dejó de concebir la estabilidad del Estrecho como una cuestión ajena para incorporarla a su propio perímetro de defensa.
La respuesta de Pekín fue inmediata. El Ministerio de Asuntos Exteriores chino calificó la posición nipona como “errónea y extremadamente peligrosa”, convocó al embajador japones y emitió una alerta de viaje dirigida a sus ciudadanos. La secuencia diplomática se acompañó de un despliegue simultáneo de coerción informativa y militar, con la difusión mediática de un discurso de victimización nacionalista y la ejecución de ejercicios con fuego real en el mar Amarillo, notificados oficialmente entre el lunes y el miércoles de esa semana.
Estos movimientos encajan en el patrón de coerción híbrida característico de Pekín: respuestas sincronizadas en los ámbitos diplomático, informativo y operacional, orientadas a disuadir cualquier desafío al principio de “una sola China”.
Tokio, en cambio, optó por la contención discursiva. El Ministerio de Exteriores reiteró que su posición no ha variado y que el conflicto debe resolverse por medios pacíficos. No obstante, los hechos evidencian un reposicionamiento estratégico: bajo el concepto de “disuasión integrada”, Japón refuerza su cooperación militar con Estados Unidos y adapta su estructura defensiva en las islas Nansei, situadas a menos de 500 kilómetros de Taiwán.
El presupuesto de defensa para 2025, que alcanzará el 2 % del PIB, constituye el mayor esfuerzo militar japonés desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las prioridades se orientan hacia misiles de alcance medio, defensa antiaérea multicapa y ciberdefensa. Se consolida así la premisa de que su defensa territorial no puede desvincularse de la evolución estratégica del estrecho de Taiwán.
China, coerción híbrida y nacionalismo interno
La reacción china combina tres niveles complementarios: señal diplomática, presión informativa y despliegue militar táctico. El mensaje oficial transmitido por la portavoz Mao Ning exigió a Tokio “corregir de inmediato sus palabras para evitar daños mayores”. Paralelamente, la televisión estatal y las plataformas digitales alineadas con el Partido Comunista difundieron mensajes sobre un supuesto aumento de incidentes contra ciudadanos chinos en Japón, acompañados de llamados a la prudencia y ofertas de cancelación sin penalización en aerolíneas nacionales.
Este tipo de medidas forma parte del repertorio de seguridad narrativa de Pekín para crear un entorno de percepción de amenaza externa para fortalecer la cohesión interna y legitimar la política de defensa nacional. Al proyectar vulnerabilidad, el gobierno justifica ejercicios militares como respuesta defensiva y refuerza la confianza del público en la conducción del Partido.
El mensaje militar paralelo —ejercicios de fuego real en aguas del mar Amarillo— cumple un doble objetivo: entrenamiento táctico realista y comunicación estratégica. En el marco de la estrategia marítima china, la sincronización de maniobras con gestos políticos refuerza la capacidad de coerción sin confrontación abierta, indispensable para sostener su narrativa de “paz vigilante”.
Taiwán: contención bajo presión
El presidente Lai Ching‑te enfrenta el desafío de equilibrar firmeza y moderación. Ha instado a Pekín a actuar con contención y respeto al orden internacional, advirtiendo que la presión híbrida contra Japón podría derivar en una crisis mayor. Su discurso apunta a preservar la legitimidad interna frente a una oposición —el Kuomintang— que lo acusa de alimentar tensiones innecesarias.
Al mismo tiempo, Taipéi denuncia la represión jurídica extraterritorial de China, que mantiene investigaciones por “secesión” contra activistas y académicos taiwaneses, como el caso de Pumy Shen, fundador de Kuma Academy. Estas acciones buscan extender el control político más allá de sus fronteras y transmitir un mensaje de vigilancia constante a la sociedad civil taiwanesa.
En el terreno diplomático, el deterioro se cristalizó con la confirmación de que no habrá encuentro bilateral entre China y Japón en la cumbre del G20 en Johannesburgo. Dos semanas antes, ambos gobiernos habían mantenido un breve acercamiento durante el foro de APEC en Corea del Sur, ahora completamente eclipsado.
Fuentes diplomáticas indican que Pekín evalúa suspender intercambios económicos, culturales y militares con Tokio, acusándolo de alentar el “resurgimiento del militarismo”. En la capital nipona, se reconoce que la ruptura simbólica del diálogo bilateral será difícil de revertir. La percepción estratégica es asimétrica: para China, la modernización militar japonesa constituye un desafío histórico a su estatus; para Japón, la presión china representa una violación del orden marítimo regional.
El vector operativo: las islas Senkaku/Diaoyutai
El espacio más visible de la disputa se localiza en las islas Senkaku/Diaoyutai, archipiélago deshabitado pero de alto valor estratégico. Japón ejerce control efectivo desde los años setenta, mientras China y Taiwán reclaman soberanía histórica. Según cifras del Council on Foreign Relations (CFR), la Guardia Costera china ha realizado más de 150 incursiones en aguas adyacentes durante los tres primeros trimestres de 2025, el número más alto desde que existen registros.Estas operaciones buscan instaurar una presencia cotidiana de baja intensidad, que erosionaría la normalidad de la autoridad japonesa y generaría precedentes operacionales favorables a Pekín. En la práctica, constituyen una “guerra de salvas diplomáticas”: cada incursión no busca el choque directo, sino la acumulación de legitimidad de facto.
Japon responde con patrullas permanentes y coordinación con la Séptima Flota estadounidense, cuyo centro de operaciones se encuentra en Yokosuka. Los ejercicios conjuntos más recientes simularon escenarios de defensa de Okinawa y bloqueo parcial del estrecho de Taiwán. Pekín los interpreta como una provocación, pero Tokio sostiene que son ensayos de interoperabilidad esenciales para la credibilidad de su estrategia de disuasión extendida.
En un contexto de comunicación diplomática debilitada, la disuasión se convierte en el único lenguaje compartido. El equilibrio regional se redefine no por tratados, sino por la presencia simultánea de unidades navales, patrullas aéreas y despliegues logísticos.
Japón refuerza su condición de baluarte de estabilidad asiática, pero asume el coste de una exposición estratégica inédita desde la posguerra. La ampliación de su perímetro defensivo implica una reconfiguración logística, con nuevos centros de mando en Amami y Ishigaki, preposicionamiento de municiones en Kyūshū y rotación permanente de buques de superficie con acompañamiento aéreo.
China, por su parte, canaliza la presión internacional mediante el nacionalismo de autoprotección, un mecanismo que mezcla orgullo histórico con legitimidad política. Su estrategia persigue múltiples objetivos, como impedir que Japón adquiera protagonismo regional, desincentivar la coordinación Tokio‑Washington y proyectar su capacidad de respuesta rápida en todos los teatros circundantes.
Para Taiwán, atrapada entre ambos, el riesgo está en los márgenes. Cada incremento de tensión sino-japonesa aumenta la posibilidad de un incidente accidental —colisión naval, incursión aérea no identificada o ejercicio mal comunicado— que desencadene una escalada no prevista.
Limitaciones multilaterales y proyección futura
No existen, a corto plazo, mecanismos multilaterales eficaces para reducir la tensión. La ASEAN, como foro regional, carece de instrumentos coercitivos, y los mecanismos de confianza mutua impulsados tras la crisis de 2010 han quedado obsoletos. Los intentos de mediación a través de canales diplomáticos secundarios se diluyen ante la creciente prioridad de seguridad nacional en ambas potencias.
En términos operacionales, se configura un escenario de disuasión prolongada sin diálogo político, caracterizado por el empleo de fuerzas armadas en tareas de representación estratégica más que de combate directo. Las operaciones de “presencia persistente” —patrullas, vuelos de reconocimiento, ejercicios conjuntos— se convierten en sustituto del proceso diplomático.
Estabilidad regresiva y militarización del equilibrio
El pulso actual entre Pekín y Tokio no constituye una crisis aislada, sino un síntoma del nuevo orden fragmentado del Indo‑Pacífico, donde la seguridad se impone sobre la prosperidad. En menos de un lustro, la región ha transitado de ser un espacio de integración económica a un teatro de competición militar. Consciente de que su entorno estratégico inmediato ya no garantiza estabilidad, Tokio apuesta por el fortalecimiento doctrinal y la ampliación de capacidades conjuntas. China, inmersa en un proceso de ascenso regional, combina nacionalismo interno con presión exterior para consolidar su narrativa de potencia asediada.En el centro, Taiwán se transforma en un catalizador de riesgos.
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