Política

Unión Europea

La revolución «neocon» del Este

El Grupo de Visegrado, salvo la excepción de la presidenta de Eslovaquía, ha dado un giro ultranacionalista que pone a prueba los cimientos de la Unión Europea.

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, durante su discurso anual de Estado de la Nación en Budapest en febrero pasado
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, durante su discurso anual de Estado de la Nación en Budapest en febrero pasadolarazon

El Grupo de Visegrado, salvo la excepción de la presidenta de Eslovaquía, ha dado un giro ultranacionalista que pone a prueba los cimientos de la Unión Europea.

El Danubio y los restos arquitectónicos de un pasado imperial son la carta de presentación de Budapest. Desde la atalaya que le permite gobernar un país de casi diez millones de habitantes, Viktor Orban ha causado un seísmo en la Unión Europea desde su llegada al poder en 2010. Fidesz, el partido del primer ministro, fue suspendido en marzo del Partido Popular Europeo (PPE), su familia política en Bruselas. Enfrascados en disputas internas, el detonante fue una campaña publicitaria contra la política migratoria de la UE. El Gobierno húngaro llenó las calles de carteles con la foto de Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea y destacado miembro del PPE, y del filántropo de origen húngaro George Soros. El mensaje: «Usted tiene derecho a saber qué está preparando Bruselas», Budapest dejaba entrever que la UE sigue un plan para alentar la inmigración. La campaña cruzó una «línea roja» que dividió a los conservadores europeos.

La capacidad de gestionar esta crisis y los juegos de poder entre Orban y el PPE dependerán de los resultados que coseche el partido del primer ministro en las elecciones de este domingo y del número de eurodiputados que Fidesz logre llevar a la Eurocámara. Según apuntan las últimas encuestas, si Orban acepta integrarse en el partido creado por el italiano Matteo Salvini, la Alianza Europea para los Pueblos y las Naciones, los populares europeos perderían la mayoría en el Parlamento. Es en su casa europea donde los problemas le siguen esperando. Manfred Weber, el candidato del PPE a la Comisión Europea, rechazó públicamente el apoyo de Fidesz para ser investido. «No asumiré el cargo porque no quiero ser elegido por la extrema derecha», aseguró Weber.

Orban ha utilizado la inmigración como un problema clave para ganar popularidad dentro del país. La crisis de inmigrantes y refugiados, que alcanzó su apogeo en 2015, resultó ser una gran ventaja para la narrativa de un Orban cada vez más radical. Hungría recibió en 2015 en torno a 174.000 solicitudes de asilo, pero las autoridades no los aceptaron. En su cruzada contra los inmigrantes, el líder ultra construyó cerca de 170 kilómetros de valla en la frontera con Serbia y otra en los límites con Croacia. En la actualidad, el mismo discurso sigue resonando dentro y fuera de sus fronteras. En este escenario, con todo el mundo mirando a la Unión Europea, es el primer ministro húngaro el vencedor político de una crisis que aún sigue sobrepasando la capacidad de reacción de Bruselas.

Los efectos del fenómeno Orbán han sacudido los cuatro Estados poscomunistas del llamado Grupo de Visegrado (República Checa, Polonia, Eslovaquia y la propia Hungría), donde han surgido formaciones nacionalistas que bloquean los cauces naturales de las instituciones europeas. Países donde se creía haber avanzado en un proceso de integración aparentemente irreversible, pero que ahora está en cuestión. En la República Checa, tan solo el 18% del electorado acudió a las urnas en las pasadas elecciones europeas. Su primer ministro, Andrej Babis, es el segundo hombre más rico del país. Heredero de la élite comunista anterior a 1989, ganó el control de cientos de hectáreas de tierras agrícolas del país. Actualmente, Babis sigue siendo investigado por la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude (OLAF) por un supuesto desvío de fondos de la Política Agrícola Común (PAC). Bautizado como el «Berlusconi checo», es dueño de los dos grupos mediáticos más grandes del país.

En 2012, la República Checa modificó su Constitución para elegir en las urnas al presidente. Milos Zeman, actualmente en el cargo, está bajo sospechas de haber recibido sobornos de una petrolera rusa. Zeman, abiertamente defensor de las políticas del Kremlin, se opuso fuertemente a las sanciones impuestas a Rusia después de la invasión de Crimea. El salto extremista de República Checa se produjo durante la crisis de refugiados en 2015. El país no recibió una avalancha de solicitudes de asilo, pero el primer ministro aprovechó el silencio de Bruselas para secuestrar el discurso anti inmigración y difundir el miedo a una «invasión extranjera».

A diferencia de República Checa, Polonia tiene una gran parte de su territorio dedicado exclusivamente a la agricultura. Un 4,9% de los polacos vive en Varsovia, frente al 12% de los checos que vive en Praga. Polonia posee un gran interior no metropolitano, es de estas zonas precisamente donde el partido Ley y Justicia (PiS) se nutre de electores. En el Gobierno desde 2015, el país tiene numerosas causas abiertas en Bruselas por atentar contra los valores europeos. Reformó su sistema judicial, sacó adelante una de las leyes antiaborto más estrictas del mundo, se opone a que las personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio... Todo ello en vísperas de unas elecciones generales previstas para este otoño.

Los aires de cambio en el Grupo de Visegrado vienen de una mujer, la presidenta de Eslovaquia, la abogada Zuzana Caputova, la única figura proeuropea de la región. Ella es la respuesta a un clima de desencanto político de una población que había visto cómo su Gobierno estaba constantemente envuelto en casos de corrupción a nivel europeo. Todos ellos buscan seguir perteneciendo a la Unión Europea, pero sin que Bruselas se entrometa demasiado en el país. Celosos de su tan sufrida independencia, su historia les hace ser reticentes a ceder parte de su soberanía a un ente superior.