Cumbre bilateral
La UE y el Reino Unido cierran un acuerdo sobre comercio, pesca y defensa, el primero tras el Brexit
Londres concede a los pescadores de UE acceso a aguas británicas durante 12 años. A cambio, Bruselas permitirá mayor flexibilidad en los controles sanitarios y fitosanitarios de los productos procedentes de la isla
Ocho años después de la victoria del Brexit en un referéndum histórico que abrió una complicada y tensa era de negociaciones, el Reino Unido y la UE volvieron ayer a sentarse para hablar de su relación. Esta vez, sin embargo, no hubo ni reproches ni amenazas, sino un claro compromiso para estrechar de nuevo los vínculos con un amplio paquete de medidas sobre defensa, pesca, alimentación y controles de pasaporte. Se ha demostrado que las barreras comerciales no impulsan el crecimiento. Aunque el mensaje que se quería lanzar iba más allá. En un escenario geopolítico tremendamente convulso con una grieta transatlántica cada vez más pronunciada, Londres y Bruselas se muestran más unidos que nunca.
Ambas partes se dieron cita ayer en Londres para abordar la primera cumbre post Brexit, marcada por la guerra en Ucrania. Si bien la cooperación para apoyar a Ucrania ante la invasión rusa está siendo estrecha, querían profundizar aún más el vínculo y lo hicieron posible a través de un pacto en seguridad y defensa que formaliza la colaboración entre ambas partes en áreas como la guerra híbrida, ciberseguridad, resiliencia de las infraestructuras y seguridad marítima. Con todo, se requerirán más negociaciones para que el Reino Unido acceda al preciado programa de rearme SAFE de la UE, de 150.000 millones de euros, con contribuciones presupuestarias como precio de entrada.
La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, declaró que lo acordado “es histórico”. “Marcará una gran diferencia para la gente del Reino Unido y de toda nuestra unión. Y en un momento de inestabilidad global y cuando nuestro continente se enfrenta a la mayor amenaza en generaciones, en Europa nos mantenemos unidos”, matizó.
En la rueda conjunta, el premier Keir Starmer recalcó que el Reino Unido había “vuelto a la escena mundial, trabajando con nuestros socios, cerrando acuerdos que impulsarán nuestra economía y aportarán más dinero a los bolsillos de los trabajadores”. El líder laborista se jactó de que su acuerdo garantiza un acceso sin precedentes al mercado de la UE, el mejor para cualquier país fuera de la UE o la AELC. Cumple así, dice, con la promesa realizada tras mudarse el verano pasado a Downing Street para “reiniciar” las relaciones con el bloque.
Pero ahora tiene la difícil tarea de ejecutarlo en pleno apogeo de la ultraderecha populista euroescéptica de Nigel Farage, gran protagonista de las últimas elecciones locales. Por lo tanto, guarda cautela. Y, de momento, no se mueve de sus líneas rojas: no al mercado único, ni a la unión aduanera.
Con todo, Londres y Bruselas han acordado extender los generosos derechos de pesca para las flotas de la UE en aguas británicas por otros 12 años, hasta 2038, a cambio de un pacto permanente sobre las exportaciones de alimentos y productos agrícolas. Eso supondrá adaptarse a las normas alimentarias de la UE a medida que estas cambien. Londres podrá “contribuir adecuadamente” a la formulación de normas y estándares, pero no tiene derecho a veto.
Pese a que su contribución a las arcas es mínima, tan sólo representa el 0,12% del Producto Interior Bruto, el sector pesquero siempre tuvo una importancia política totémica para la causa euroescéptica durante las arduas negociaciones de divorcio, ya que recuperar el control de las aguas fue una de sus grandes promesas del anterior gobierno conservador. La oposición acusa al Gobierno de “traición” y asegura que se vuelven a acatar las normas comunitarias, pero esta vez, sin voz ni voto.
En cualquier caso, el nuevo acuerdo sanitario y fitosanitario permitiría una reducción significativa de la burocracia en los puertos del Canal de la Mancha y en la frontera con Irlanda del Norte, facilitando así el flujo comercial. Según un documento de "entendimiento común" publicado el lunes, el pacto permitiría que la "gran mayoría" de productos vegetales y animales pudieran circular entre el Reino Unido y la UE sin los certificados ni controles que se exigen actualmente.
Eso sí, en una medida que irrita a los partidarios más radicales del Brexit, el acuerdo estará sujeto a un "mecanismo de resolución de disputas con un panel de arbitraje independiente que garantice que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea sea la autoridad máxima para todas las cuestiones del derecho de la Unión Europea".
Por otra parte, el Reino Unido se reincorporará al mercado único de la electricidad y seguirá las regulaciones de la UE, también bajo la supervisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Los euroescépticos en Londres no ocultan su ira, mientras ven cómo sus mantras repetidos hasta la saciedad desvanecen.
Con todo, con el polémico tema de la movilidad juvenil a menores de 30 años el progreso no ha sido tan claro y continúan las conversaciones para ultimar detalles, entre ellos, la reincorporación del Reino Unido al programa de intercambio de estudiantes Erasmus +.
Starmer adelantó que cualquier programa de movilidad juvenil "incluiría todos los plazos, límites y requisitos de visado pertinentes", aunque, de momento, no se sabe qué cuotas tiene en mente. Downing Street quiere reducir drásticamente la migración neta y le preocupa que la aprobación de dicho programa suponga una afluencia de jóvenes europeos, con el consiguiente impacto en las estadísticas oficiales. El populista Farage -enfant terrible de la política británica y protagonista del triunfo del Brexit- habló de “rendición” y “traición”.
No deja de ser paradójico. Años largos y complejos discutiendo un divorcio para luego, apenas ejecutarse, volver a negociar para estrechar lazos. Pero, al fin y al cabo, es lo que muchos predijeron. El Brexit sacó al Reino Unido de la UE, pero no cambió la geografía, por lo que los británicos, quieran o no, siempre estarán sujetos a lo que ocurra en Europa.