Opinión

Por qué la UE debería integrar a Turquía pese a ser una nación no europea y no cristiana

Europa no puede demostrar mejor su increíble potencial de poder blando en estos días que transformando una nación no europea y no cristiana en un sistema de gobierno laico moderno

Recep Tayyip Erdogan
El presidente turco Recep Tayyip Erdogan aplaude durante una conferencia en Estambul ayer marteslarazonAgencia AP

Apenas una semana antes de la recientecumbre de la OTAN en Vilna, todo el mundo parecía estar listo para comentar los resultados con respecto a Ucrania, la reacción de Rusia y el curso de la guerra en el Este. Pero, de repente, un hombre lo cambió todo con una sorprendente iniciativa: me refiero a Erdogan, antiguo y nuevo presidente de Turquía, que no sólo pidió a la Unión Europea que reanudara las conversaciones sobre la candidatura de su país a la adhesión, sino que condicionó con ello su amable disposición a permitir que Suecia fuera finalmente admitida en la OTAN.

Quisiera recordar que la última vez que Ankara y Bruselas reabrieron sus negociaciones de adhesión a la UE fue en octubre de 2005, y que la decisión al respecto fue tomada un año antes por el entonces primer ministro turco, cuyo nombre sonaba igual que el que ahora suena del presidente turco. Aquellos tiempos eran distintos de los actuales, pero ha habido una similitud: tanto Ucrania como Turquía expresaron su firme voluntad de adherirse a la UE. Erdogan, un estadista muy experimentado, sabe bien lo que significa la competición en la política de las grandes potencias, y no quiere convertirse en el rezagado del carrera.

En mi opinión, el paso de Turquía debe acogerse con satisfacción por muchas razones.

En primer lugar, Europa ha criticado ferozmente durante años las prácticas de Turquía en materia de derechos humanos y gobernanza justa, condenando gran parte de las medidas adoptadas por Erdogan en los últimos tiempos, especialmente tras el fallido golpe de Estado de 2016. Con la adhesión de Turquía a la Unión Europea, todo el poder transformador de esta última podría utilizarse para curar y reparar estas irregularidades. Incluso diría que Europa no puede demostrar mejor su increíble potencial de poder blando en estos días que transformando una nación no europea y no cristiana en un sistema de gobierno laico moderno que respete los derechos humanos universales y promueva la igualdad de trato de los diferentes individuos.

En segundo lugar, parece que las naciones de la UE no deberían temer verse inundadas por inmigrantes procedentes de Turquía, puesto que alrededor de 6 millones de personas de ascendencia turca ya residen en los Estados miembros de la Unión Europea y, como demuestran numerosos informes, se están integrando bien en sus países de acogida. En 2021, los ciudadanos de Turquía, con 85 millones de habitantes, sólo obtuvieron 25.000 pasaportes de la UE, mientras que los de Marruecos, con 37 millones, y los de Siria, con 21 millones, obtuvieron 85.000 cada uno. La proporción de turcos residentes en Europa que dependen de las ayudas sociales es considerablemente menor que entre los inmigrantes de otros países, y aunque su vida parece dura, más del 70% de ellos siguen optando por quedarse en sus países de acogida, en primer lugar por la mejor educación para sus hijos y unas perspectivas profesionales más brillantes.

En tercer lugar, la adhesión de Turquía puede tener un enorme efecto político, ya que cambiaría la trayectoria de otro Estado miembro de la UE, Chipre. La isla dividida desde 1974 tendría una buena oportunidad de reunificarse, ya que los ciudadanos divididos por la línea de demarcación se convertirían en ciudadanos de la UE (todos los "ciudadanos" de la parte norte de la isla tienen derecho actualmente a la ciudadanía turca y la mayoría de ellos la reclaman para utilizar los documentos de identidad turcos en sus viajes internacionales). El fin de un conflicto que dura ya medio siglo sería un resultado importante de la admisión de Turquía en la Unión y serviría como fuente de esperanza para otros países divididos que aspiran a ingresar en la UE, como Moldavia y Georgia.

En cuarto lugar, y en estos días esto parece un punto extremadamente importante, el hecho de que Turquía se ponga del lado de la Unión Europea puede socavar lo que comúnmente se conoce como una "nueva ola autoritaria" representada por "líderes fuertes" que llevan mucho tiempo en el poder, como Erdogan, Putin en Rusia y Xi Jinping en China. Retirar un solo eslabón de esta cadena supondría un enorme éxito para el mundo liberal y podría introducir un cambio drástico en la geopolítica europea, privando a Rusia de uno de sus socios de confianza (me gustaría mencionar aquí que Turquía es ahora el mayor importador de gas natural de Rusia, el canal de tránsito más importante para las "importaciones paralelas" de Rusia y también debe a Moscú miles de millones de dólares tanto por la construcción de su primera central nuclear así como por pagos energéticos aplazados).

Quinto, y último punto, es que la "europeización" de Turquía proyectaría con fuerza el "poder blando" europeo más hacia el este, ya que el país posee una enorme influencia en muchas naciones postsoviéticas que comparten su identidad histórica con él, sobre todo en Azerbaiyán, Kazajstán, Uzbekistán y Kirguistán. La combinación de las palancas turca y europea para influir en esas naciones puede dar lugar a la aparición de la "tercera fuerza" a gran escala en Asia Central, donde el juego geopolítico en el que participan Rusia y China está ahora en pleno apogeo (ni siquiera mencionaría las perspectivas de que surja una nueva asociación energética en tal caso).

Todo lo anterior, en mi opinión, podría considerarse una causa compleja para acoger favorablemente la iniciativa turca y tratar de obtener de ella los mejores resultados posibles. La historia demuestra que los mejores momentos de la Unión Europea se produjeron cuando abrazó las agendas de ampliación hacia el exterior, ya fuera por la vía de la integración o por la vía de la cooperación.