Democracia

La Universidad de Dakar, una imparable máquina de hacer presidentes en África Occidental

Los actuales presidentes de Benín, Níger y Senegal cursaron sus estudios en la Universidad Cheick Anta Diop, lugar donde se concentran las protestas estudiantiles más conocidas del oeste africano

Riot police officers stand in front of tires set on fire during a protest in support of the opposition leader's Ousmane Sonko, in Dakar, Senegal, Monday, May 29, 2023. The clashes came a day after police stopped Sonko's "freedom caravan," traveling from his hometown of Ziguinchor, in the south and where he is the mayor, to the capital, Dakar, where he was forced into a home he has in the city. (AP Photo/Leo Correa)
Policías senegaleses durante las protestas de principios de junio de 2023.ASSOCIATED PRESSAgencia AP

“Renacimiento”. Las letras escritas con espray negro, grandes, hechas como con prisa en la puerta del salón de actos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Cheikh Anta Diop (Dakar), encajan con el edificio carbonizado que las subraya. El salón de actos se eleva y se derrumba a un mismo tiempo, señalando con su ruina lo sucedido durante los primeros días de junio. Entonces, universitarios furiosos tras la condena de dos años de prisión a Ousmane Sonko (líder de la oposición senegalesa) se enfrentaron en una batalla campal contra la policía que se extendió por las principales ciudades del país hasta saldarse con 19 muertos.

La Universidad de Dakar, fiel al patrón que rige a tantas universidades del mundo, es centro de enseñanza, sí, de formación, pero también de ideas y sueños, dudas y rebelión. Los alumnos menos aplicados recuerdan las protestas de 2018, momentos de rabia y miedo que sacudieron el campus cuando miles de estudiantes se manifestaron por un retraso en el pago de las becas. Entonces falleció Mohammed Fallou Sene, un estudiante de segundo grado cuya muerte alentó aún más el fuego de las protestas. Los profesores también recuerdan el asesinato de Bassirou Faye en 2014 a manos de un policía, y sigue la lista.

Bubacar Ba, profesor de derecho público de la universidad, hace hincapié en que “es normal que una universidad viva episodios de este estilo”, y alega que “la juventud es el momento en que le pides cosas a la vida, antes de que pasen los años y las pierdas”. Recuerda asimismo que la mitad de la población senegalesa tiene menos de 19 años, mientras un número creciente de jóvenes desean acceder a la enseñanza universitaria, cueste lo que cueste. Basta echar un vistazo a las listas de las clases para comprobar cómo las edades de cada curso se estiran hasta siete años, donde cinco o seis nacieron en 1996, otros nueve u ocho en 1998, diez o doce entre 1999 y 2001 y no más de cuatro en 2002. Algunos alumnos dedican catorce o quince años a terminar el colegio mientras ayudan en las tareas de casa, otros acaban a tiempo pero tienen que esperar a conseguir el dinero que les permita pagarse las clases en Dakar. Y cuando se encuentran a las puertas de su sueño, se empeñan en cumplirlo hasta el final.

Un futuro poderoso

¿El sueño? Lo narra un estudiante de Política que deambula por el patio interno de la facultad, sujeto a unos papeles que parece estar memorizando: “Llevar todo lo que aprendemos aquí al resto de Senegal. Que quienes no han podido venir a la universidad tengan una oportunidad de saber cómo funcionan las cosas. Tenemos que hacer ruido, mucho ruido”.

Quieren que les oigan. La Universidad de Dakar podría verse como un colectivo donde la mayoría de sus alumnos son conscientes de la responsabilidad política que les confieren sus estudios. Por los salones que ahora pasean ellos se apresuraron Abdou Diouf (segundo presidente de Senegal), el escritor Karfa Diallo e incluso aquél contra quien protestaban hace dos semanas, su enemigo del momento: Macky Sall, actual presidente de Senegal y el hombre a quién culpan del encarcelamiento de Sonko.

Entre quienes estudiaron en sus aulas también destacan los actuales presidentes de Níger y de Benín, y varios hombres y mujeres que en los años posteriores ostentaron cargos ministeriales o gobernaron en otros países africanos. En un continente donde la democracia se ha depreciado un año tras otro, formar parte de este núcleo político que es la Universidad de Dakar traspasa fronteras y contagia a otros países. Al ser esta la universidad más cotizada de la región, exceptuando quizás algunos centros en Nigeria y Costa de Marfil, y dada la naturaleza política de la sociedad senegalesa (que participa en la democracia más estable de África Occidental), no son pocos los hombres de negocios y los políticos guineanos, malienses o burkineses que deciden enviar a sus hijos a educarse a Dakar con lo mejor de cada casa.

“¿Y qué quieren los jóvenes?”, se pregunta el profesor Ba en unos instantes de reflexión: “Justicia. O su concepto de justicia”. En las clases, los profesores intentan ser parciales, y pese a que no pocos han fundado sus propias coaliciones políticas, como es el caso del profesor de Derecho Constitucional Pape Demba Sy, lo cierto es que Pape Demba Sy también es conocido por su imparcialidad a la hora de dar clase. Los profesores educan y los alumnos razonan. Alentados por el recuerdo de sus predecesores, que también protestaron de jóvenes mientras hoy participan en la construcción de una nueva África (el actual presidente de Benín es un firme opositor de la dependencia del franco CFA al euro), los estudiantes de ahora ven a Ousmane Sonko como un símbolo de la justicia que exigen.

El estudiante de Política, que se llama Oumar y tiene veinticuatro años, va más allá al afirmar que “la gente piensa que Sonko nos utiliza pero no es así, somos nosotros quienes le utilizamos para conseguir nuestro objetivo”. Lo dice como orgulloso de participar en el poder universitario, algo así como el quinto poder. Reconoce que sólo de ellos depende que miles incendien las calles tras dar su líder la orden, como un músculo, y que Sonko sin ellos es una voz sin cuerpo.

Descansar antes de continuar

Ahora están asfaltando algunas zonas del campus. El alquitrán quedó destrozado tras las protestas. Las clases se cancelaron desde el 1 de junio (día del veredicto de Sonko) hasta el 15 de junio, y desde ese día se han seguido impartiendo por la vía telemática. Ya no habrá alumnos bulliciosos hasta que comience el próximo curso. Pero ninguno de los alumnos entrevistados pensaba que esta medida fuera a servir de algo. Ellos seguirán igual: cada vez que consideren que se ha cometido un ataque contra la democracia y la identidad senegalesa, saldrán juntos, arrancarán los bancos de cemento del patio y los harán pedazos para arrojarlos a la policía. Lucharán siempre porque siempre habrá nuevas mentes con la ilusión suficiente para continuar la lucha; las mentes desilusionadas, cansadas de las protestas sin resultado, en cualquier caso serán retiradas antes o después con un diploma y un apretón de manos.

Todos aquí ven la Universidad como ese núcleo político que luego se difundirá al resto del país, de otros países, en forma de movilizaciones, ideas y antiguos alumnos que alcanzaron las mayores cotas de poder democrático. Debe tenerse en cuenta que, pese a que Senegal cuenta con otras universidades en las ciudades de Saint Louis o Thiès, ninguna rivaliza con la Cheikh Anta Diop, mientras que la oferta universitaria a nivel nacional sigue siendo muy inferior a la de los países europeos. Donde la universidad dakaresa acoge a más de 75.000 alumnos, la Autónoma de Madrid cuenta con unos 30.200 alumnos al año; algo que se explica en que los madrileños cuentan con veinte universidades para elegir mientras que Dakar sólo ofrece una.

La intelectualidad senegalesa se concentra a la fuerza en el mismo campus, desde hace tantas décadas, y no debería sonar extraño que 15 ministros del actual gobierno senegalés estudiaran o impartan clases en la Cheikh Anta Diop.

Pero dentro de las nuevas ideas, existen aquellos que no ven con buenos ojos que se proteste en horario de clase. Mounnas es una estudiante de tercer curso de Derecho que también estudia en la plaza de la facultad por las mañanas, dice que estudia mejor con el aire de aquí. Ahora está casi desierto. Están ella, el estudiante de política con un amigo y los papeles que sostienen los tres y que casi se escuchan crujir mientras los pasan. Mounnas opina que “la enseñanza y la acción política no deberían juntarse, aquí hemos venido a estudiar y las protestas han dejado a muchos en las residencias sin luz ni agua”. Discierne de su compañero al lamentar que “los estudiantes se dejan influenciar por la masa” y protesta por la interrupción de las clases en las dos últimas semanas.

Lo bueno de la universidad es esto: que hay gente de todo tipo. Jóvenes cuyos sueños siguen caminos distintos, acaso más ruidosos los unos que los otros. Sobre sus hombros cae el peso de un futuro que, muy en el fondo, nadie sabe con certeza si será mejor que el presente que les ha tocado.