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La madre

La Razón
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Paco Reyero me pide que escriba un artículo sobre la Duquesa de Alba con motivo de su fallecimiento. Para mí, éste es el momento más difícil de escribir la semblanza de alguien, ya que corremos el riesgo de hacer un retrato en el que esa persona no se hubiese reconocido. No comparto la «filosofía» de quienes se pasan la vida pendientes de la de los demás, cuestionando o criticando lo que hacen; añadiendo obstáculos a la dificultad a la hora de escoger el camino más correcto, el que dé más armonía a nuestra vida. Los seres humanos somos un cóctel de virtudes y defectos. Cuando estamos vivos y cuando morimos. Siempre he huido de esa práctica común que nos lleva a hacer un glosario excesivo de las virtudes de quienes acaban de fallecer, porque hablar de sus defectos –de los claroscuros– podría ser interpretado como una falta de respeto a su memoria. De ahí mis dudas al aceptar escribir estas palabras. No puedo hablar en primera persona de la Duquesa de Alba porque sería incapaz de decir nada distinto a lo que nos han contado los medios de comunicación a lo largo de su vida. Además, no soy mitómana y mucho menos me importan los oropeles y los ropajes. Me importa el ser humano que siempre hay detrás. Y a veces, a mayor oropel, más fragilidad humana. Poco puedo hablar de ella como mujer. Se ponía el mundo por montera, decían sus admiradores y sus detractores; tenía una situación económica que le permitía hacer lo que muchas no podían –mujeres que no tienen para sacar adelante a sus hijos–. Su situación social se podría haber convertido en el candado de siete llaves detrás del que vivir y sobrevivir.

Coincidimos un par de veces en actos públicos relacionados con el apoyo a la infancia. Uno de esos días, dijo algo así como que «los hijos siempre son nuestros hijos, hagan lo que hagan». Y es en esos hijos, y en esa hija de esta mujer y de esta madre –como todas las madres, única e irrepetible–, en los que hoy pienso. Una madre a la que seguro sus hijos miraban como todos los hijos e hijas miramos a las nuestras, pensando que todo el mundo muere, pero nuestra madre no. Yo siempre pensé eso. Hoy quiero decir a sus hijos que la ausencia de una madre te rompe por dentro, pero que el mejor bálsamo es el de recordar cada día los buenos y los malos momentos. Todo, las llegadas y las partidas, forma parte de nuestra vida. Hoy vuestros corazones están rotos, pero el tiempo hará que calme el dolor y quede intacto ese hueco que nadie puede llenar. PD: Mi más sentido pésame a su marido y a todos quienes sientan su pérdida.