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El flechazo de cine de Bosé y Helmut Berger

El cantante veía en el actor austriaco todo lo que entonces ambicionaba para sí: galanura

El flechazo de cine de Bosé y Helmut Berger
El flechazo de cine de Bosé y Helmut Bergerlarazon

Aún no entiendo cómo los estudiosos, cargados de morbo, no han exhumado una historia que fue única en su tiempo. Impresionó con su romanticismo y los años no han logrado superarla. Cuando Miguel Bosé era poco más que un crío flipó con un Helmut Berger en el que veía todo lo que ambicionaba para sí: galanura, entonces en ciernes. Era delicado, ambiguo y de lo más seductor. Con esas armas físicas y personales encandiló a Miguel. Por si las dotes físicas bastante febles no bastasen, lo era su halo cinematográfico expuesto al lado de Mónica Randall en «Mi idolatrado hijo Sisí». Bosé parecía un débil muñequito de vitrina. Nada que ver con Toni Cantó, entonces haciendo «Los 80 son nuestros» con Luis Merlo y Amparo Larrañaga. Fue su gran revelación. Como entonces se decía, bebía los vientos por el italiano que se le metió en la cabeza y el corazón. Parece que solo los más viejos del lugar tenemos presente aquello que fue ejemplo del embrujo del cine, aunque Helmut ya había seducido –¿solo eso?, poco me parece– a Luchino Visconti, al que desdeñó por mayor y no hizo caso, pese a tenerlo en sus mejores filmes. Fue un flechazo de película que el hispano-italiano no pudo sostener porque era demasiado joven.

Yo lo recordé la otra noche en Chicote, donde Mila Ximénez, que en Nochevieja llevará a sus nietos por primera vez a Marbella y está loca con eso, amadrinó una clínica de depilación láser, bien acompañada de una Lydia Lozano que se atigró con mantón aleonado para advertir que en caso de necesidad puede arañar. Mientras, Belén Esteban ponía gesto angelical y mostró empeño en que le demostrasen cómo se puede perder el vello de brazos y piernas sin someterse al suplicio de la cera.

Cuestión de vello

«Cada quince días, cuando me lo hacen, veo las estrellas», reconoció pidiendo algún secreto para quitarse el vello sin aullar. «Lo de la entrepierna es un suplicio», reconoció. Mila insistía mucho en cómo hacerlo desaparecer «porque creo que con cera afecta a la cara interna del muslo y deja secuelas porque se descuelga». Lydia, bajo desacostumbrada coleta, perra que perra con su método: «Los brazos me los quemo con periódico como me hacía mi madre». Le hicieron una demostración práctica en ese local que sobrevive en Gran Vía, «sin la crème de la intelectualidad» pero con cientos de fotos evocadoras, verdadera historia del cine perpetuando su pasado histórico cuando en Chicote un agasajo postinero era símbolo de fama.

Madrid ya no tiene tantos lugares históricos comparables a este. El Comercial es menos sofisticado y el Café Gijón ya no tiene el gancho literario que tuvo hace medio siglo. Está bien sostener estos monumentos porque son vivo ejemplo de lo que supusieron en una época. Casi convendría nombrar los lugares de interés histórico o curiosidades ciudadanas, a ver si lo hace Carmena, ahora que ya por fin acabó las absurdamente anchísimas aceras de la Gran Vía. En Casa Lucio fue elegida Toñi Moreno «Personaje del año» por la Peña IV Poder y aún la ví en una nebulosa sin aclararse qué programa presentará desde ahora. «Pero que quede claro que nunca expondré mi vida privada», anunció previsora y contundente.