
Moda
Qué usaban las reinas medievales para no congelarse en invierno
Las reinas convirtieron la ropa en arquitectura térmica: capas de tela con cortes pensados para retener calor sin renunciar al rango

En palacios de piedra con corrientes de aire y braseros caprichosos, el "secreto" no era uno, sino una suma de decisiones textiles. Las reinas -y, por imitación, la nobleza- convirtieron la ropa en arquitectura térmica: capas de tela con cortes pensados para retener calor sin renunciar al rango.
Capas, siempre capas
La primera defensa era invisible: una camisa de lino junto a la piel. Absorbía la humedad y mantenía seco el cuerpo. Encima, una o varias sayas de paño de lana bien batanado (denso y casi impermeable), y, para culminar, un pellote o sobretúnica más pesado. Ese apilado atrapaba aire entre tejidos -el mejor aislante de la época- y permitía sumar o quitar capas según la estancia o el clima.
Mantos y capuchas: el abrigo de corte
El manto era la prenda emblema del invierno cortesano. Los había semicirculares, con broches que cerraban al pecho y caídas generosas que podían envolverse como una manta. Muchos incluían capucha o se combinaban con capuchones independientes, ideales para pasillos abiertos y patios. Las mangas largas y colgantes de algunas sobrevestes -además de protocolarias- servían para cubrir manos y antebrazos cuando el aire helaba.
Cabeza, manos y pies: proteger los extremos
El calor se escapa por donde menos se piensa. Bajo tocados espectaculares, las reinas llevaban cofias de lino o lana fina que cubrían orejas y nuca; los velos añadían otra fina capa de aire. En las manos, mitones o manoplas de paño y piel; en viajes, manguitos de piel eran habituales. Para los pies, calzas de lana y zapatos de cuero engrasado; sobre suelos húmedos, chapines y patines (suelas elevadas) aislaban del frío de la piedra y el barro.
La alcoba como refugio térmico
Camas con dosel y cortinajes creaban microclimas lejos de corrientes. Tapices y cortinas murales templaban muros; braseros, piedras o ladrillos calentados al fuego se acercaban a manos y pies, o se introducían bajo la ropa de cama para “precalientar” el lecho. Todo ello reducía la necesidad de hogueras enormes (ineficientes y ahumadas).
Un dato importante a mencionar es que en la corte, lo práctico y lo simbólico convivían. Las pieles blancas (armiño) comunicaban pureza y autoridad a la vez que abrigaban. Los tejidos pesados daban caída majestuosa y retención térmica. Incluso en periodos más benignos del clima medieval, la adaptación estacional era norma: paños más livianos y linos en meses templados; paños densos, pieles y superposición en invierno.
Lo que aún funciona hoy
El método medieval no ha perdido vigencia. Hoy todavía seguimos usando una capa base que gestiona la humedad, otra térmica y por último, una exterior que corta el viento. Proteger cabeza, cuello, manos y pies cambia la sensación térmica de todo el cuerpo. La corte lo sabía bien: en invierno, reinar era, también, saber vestirse.
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