Política

Cádiz

Inteligentes también las corbetas

Protestas en Navantia. Los trabajadores de astilleros cortan las carreteras en contra de anular el contrato para construir cinco corbetas/ Foto: Efe
Protestas en Navantia. Los trabajadores de astilleros cortan las carreteras en contra de anular el contrato para construir cinco corbetas/ Foto: Efelarazon

Qué sería de Cádiz sin el genio de la inteligencia. Si el ingenio inspira el carnaval, la ingeniería y la técnica han consagrado el mantenimiento de seis mil empleos en el astillero de Navantia-San Fernando hasta 2022. En términos similares lo explicó la ministra portavoz, Isabel Celaá, e incluso el titular de Exteriores, José Borrell, que fue quien deshizo el entuerto provocado por Defensa. Las bombas que se venden a Arabia, qué duda cabe, son inteligentes. No hacen daño a los civiles, sólo a los soldados yemeníes. Pues nada, viva la inteligencia.

Los saudíes no regatearon un segundo. Sólo hay compra de corbetas si hay venta de bombas. Menos mal que los obuses ofrecen tan acreditadas virtudes. «Made in Bambilandia», pone en sus etiquetas. Y gracias a semejantes bondades, voceadas a bombo, platillo y confeti desde el Ejecutivo después de que la ministra del ramo, Margarita Robles, anunciara la interrupción de la venta de 400 proyectiles con tecnología láser por tener destino al conflicto contra Yemen, el reino saudí decidió retomar el plan original. Y Cádiz, que pensaba tomar la calle, salió alborozado a las plazas al son del tanguillo: «Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones».

De la fanfarronada del Gobierno a la fanfarria del Congreso, José María Aznar también se acordó de la inteligencia humana y de los astilleros gaditanos para afinar del todo el duelo con Gabriel Rufián en la comisión de investigación sobre la presunta corrupción del PP. El ex presidente, más musculado y fiero que su caricatura, no se arredró ante el mandoble del portavoz secesionista de Esquerra Republicana. «Pida perdón por la guerra de Irak», exigió Rufián. Aznar, disimuladamente encontradizo, le recordó su apoyo a un Gobierno, pues eso, que vende bombas inteligentes y corbetas de guerra.

En apenas cien días, la izquierda monclovita se ha caído del caballo con la profusión con la que ventila decretos leyes. Lo que Margarita Robles pensó que era el enésimo brindis al sol buenista, la cancelación de la venta de las 400 bombas al ejército saudí, llegó a prender la mecha en la bahía de una rebelión en toda regla. Un millar de trabajadores de los astilleros de San Fernando y Puerto Real llegaron a reeditar tensiones y calores insólitos desde la reconversión industrial.

La situación fue crítica. Cundió la frustración y la rabia. El comité de empresa del astillero hervía ante las primeras noticias de la cancelación del contrato. Adiós al trabajo, adiós al maná del más magro acuerdo firmado por Navantia a un cliente extranjero. 1.800 millones de euros y siete millones de horas de trabajo para una comarca cuya tasa de paro supera con holgura el 35%. Por eso causó estupor el movimiento de Defensa. Había un consenso absoluto en Cádiz con el encargo saudí. Pero la inteligencia del gabinete Sánchez alcanza extremos pintorescos.

De repente Defensa se había dejado llevar por esa pulsión de escaparate característica de La Moncloa y sentenciaba, de facto, que el mejor cliente de la industria naval andaluza es un socio indeseable que hace guerras y mata a inocentes, un mensaje en el que está doctorado el principal socio del Gobierno, los de los círculos, la nitroglicerina y el asalto a los cielos.

El papelón de Podemos es digno de reseña en toda esta historia. Siempre crítico sobre lo que no entiende desde la torre de marfil de Madrid, en Cádiz hay que predicar y dar trigo. Según Enrique Tierno Galván, Dios siempre se apiadaba de los buenos marxistas, que son menos de la caridad que de la justicia social. Para ello, los anticapitalistas que gobiernan Cádiz ya saben que no es igual corear bonitas consignas ecologistas detrás de una pancarta que ser responsable de facilitar el trabajo de la industria local.

Si el PSOE ochentero abandonó su pureza en la puerta de La Moncloa –OTAN, de entrada no... y de salida tampoco–, el activista callejero Kichi mitigó su beligerancia pacifista, valga la paradoja, al convertirse en el alcalde González Santos.

Los rivales de Kichi en este asunto son meramente internos. Fuego amigo, que, como la bomba, es inteligente. Monedero, partidario del chalet de los Iglesias, terció en la polémica con Kichi –el detractor que se aferra a su «piso de currante»–, afirmando que «nunca» entenderá por qué el alcalde gaditano vende buques de guerra a la monarquía saudí. Él e Iglesias, en cambio, son más de los ayatolás de Irán, chiíes y republicanos. Y de Sánchez, claro, que va a dar instrucciones en Cádiz para que se construyan las corbetas más listas del planeta.