Literatura

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Ciudad de editores

La Razón
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Esta pasada semana hemos sabido que el Ayuntamiento de Barcelona concede la Medalla de la Ciudad al recientemente desaparecido editor Claudio López de Lamadrid. Es una buena noticia que Barcelona reconozca la labor de sus editores, de aquellos que hacen posible que podamos leer la mejor literatura. Ojalá que ese aplauso a esa labor también lo realizara la Generalitat que, hoy, sigue rechazando participar en cualquier tipo de homenaje a Claudio López. Ellos sabrán por qué.

Barcelona es una ciudad de editores y vale la pena que haga memoria de aquellos que han pasado por aquí dejando una huella importante. Se me ocurren algunos nombres que merecen que rememoremos su labor. No digo una medalla, que tampoco está mal y seguramente agradecerán sus herederos, pero sí que sus nombres no queden en el olvido. La lista es afortunadamente larga y cubre todo tipo de géneros. Pienso en Josep Janés, el encargado de llevar a imprenta al primer Candel o «Historia de una escalera» de Buero Vallejo. Me acuerdo de José Manuel Lara Hernández, el creador de un imperio, pero primer editor de Carvalho, además de títulos fundamentales para la literatura de posguerra como el hoy olvidado Gironella. Tenemos también a ese pilar fundamental de la edición como es Carlos Barral a quien no se tiene hoy muy en cuenta, pese a tener el fino olfato como para descubrir a Marsé, Vargas Llosa o Cabrera Infante. Paco Purrúa se merece una avenida en Barcelona por el simple hecho de haber editado «Cien años de soledad», «Rayuela» y «El señor de los anillos».

Hace años que Xavier Moret y Sergio Vila-Sanjuán ya hablaron de todo esto en sendos libros imprescindibles. Deberíamos pasar de las letras de molde a los hechos.